La historia sigue a Aron Müeller, un talentoso piloto de Fórmula 1 cuya reputación como mujeriego ha comenzado a afectar su carrera. Para revertir esta imagen negativa y recuperar el apoyo de sus patrocinadores, su equipo de marketing idea una estra...
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Me desperté al escuchar un ruido en la habitación. Abrí los ojos y vi a Emilia sentada en la cama, con una mano en la cabeza y el rostro lleno de confusión. Me estiré un poco antes de hablar, aún adormilado.
—Buen día, princesa.—dije con tono burlón.
Ella dio un pequeño salto en su lugar, claramente asustada.
—¿Qué pasó? ¿Qué hago acá? Me duele la cabeza...—empezó a hablar rápido, mientras se revisaba nerviosamente para asegurarse de que seguía vestida.
—Muchas preguntas para tan temprano. —respondí, sonriendo de medio lado. No había duda de que se sentía desorientada.
Antes de que pudiera decir algo más, mi celular sonó. Alcancé el teléfono y contesté.
—Hola. —dije, aún con la voz algo ronca por el sueño.
—¿Dónde estás? Tenés que venir ya, está por comenzar el almuerzo del cumpleaños de tu abuelo. —dijo la voz al otro lado, ansiosa.
Miré a Emilia mientras colgaba. Ella seguía mirándome, esperando respuestas, pero parecía completamente perdida.
—¿Te acordás algo de anoche?—le pregunté, directo.
Ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño mientras se frotaba la frente. No era sorpresa, la noche había sido un desastre completo.
—Bueno, andá a tu cuarto, bañate, y te quiero lista en una hora para ir a un almuerzo. —le dije, ya poniéndome de pie.
Ella solo asintió en silencio, sin hacer muchas preguntas esta vez. Me sorprendió un poco verla tan tranquila, sin las quejas o sarcasmos de siempre. Me acomodé la ropa y empecé a prepararme mentalmente para el día que tenía por delante.
—Dale, movete, que no tenemos todo el día.—le dije mientras la veía levantarse despacio de la cama.
Emilia asintió una vez más y caminó hacia la puerta, sin decir una palabra. Algo en esa actitud tan sumisa me resultaba raro... pero no me quejaba.
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