La última palabra

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La llamada con Emilia terminó como siempre: en discusión

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La llamada con Emilia terminó como siempre: en discusión. No sé por qué esperaba un resultado diferente. Era como intentar convencer a una pared de que se moviera. Suspiré y dejé el teléfono sobre la mesa del comedor mientras Ayrton me miraba con esa expresión que siempre parecía juzgarme, moviendo la cola con calma.

—No me mires así, no es mi culpa que sea tan terca —le dije al perro, que ladeó la cabeza como si estuviera decidiendo si darme la razón o no.

Me levanté del sillón y caminé hacia la cocina para prepararme un batido. Había sido un día largo, entre entrenamientos y todo este lío con Emilia. El equipo quería que ella estuviera en Mónaco, y no los culpaba; su presencia parecía calmar las aguas con la prensa. Pero convencerla era como intentar empujar un auto con el freno de mano puesto. Emilia siempre encontraba una excusa, y esta vez los parciales eran su bandera. Como si no pudiera estudiar desde cualquier lugar del mundo.

Mientras servía el batido en el vaso, mi teléfono vibró sobre la mesa. Lo miré, esperando que fuera un mensaje de Emilia. No lo era. Era el grupo del equipo.

Equipo Müller
—¿Aron, confirmamos los pases para tu novia o no? Necesitamos cerrar el listado hoy.

Me froté las sienes. La paciencia no era mi fuerte, y menos cuando todos insistían en llamar "mi novia" a alguien que apenas toleraba estar cerca de mí. Suspiré y decidí contestar.

—Todavía no. Les aviso mañana. 

Dejé el celular otra vez y me fui a buscar a Ayrton, que estaba acostado junto a la puerta de entrada, esperando nuestra caminata nocturna. Le puse la correa y salimos. El aire fresco me ayudó a despejarme un poco. Caminamos por las calles tranquilas del barrio, evitando las zonas más concurridas para no toparnos con ningún fan o paparazzi.

Mientras Ayrton trotaba contento a mi lado, no podía dejar de pensar en la manera en que Emilia había reaccionado. "Mis estudios son importantes." Su voz seguía resonando en mi cabeza. Como si yo no entendiera lo que era el esfuerzo o la dedicación. Pero, por otro lado, ¿no podía ceder un poco? Al menos por esta vez.

—¿Vos qué opinás, Ayrton? —le pregunté al perro, que solo me miró con sus ojos llenos de vida y siguió moviendo la cola.

De vuelta en casa, le serví agua y me tiré en el sillón. Miré el techo, pensando en cómo manejar esto. Podría intentar convencerla otra vez, pero también sabía que Emilia no hacía nada que no quisiera.

—Al final voy a tener que dejarle ganar esta batalla —murmuré. Pero en mi interior, sabía que no era tan simple.

 Pero en mi interior, sabía que no era tan simple

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