El caos de las compras

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Me desperté con algo húmedo en la cara y un peso en el pecho

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Me desperté con algo húmedo en la cara y un peso en el pecho. Abrí los ojos con dificultad, parpadeando varias veces antes de entender qué pasaba. 

—Ayrton, ¡bajate! —gruñí, apartando al perro que me estaba lamiendo la cara como si fuera su desayuno. Él movió la cola como si estuviera orgulloso de despertarme y saltó al suelo, dejando sus patas marcadas en mi remera. 

Me senté al borde de la cama, con la cabeza punzándome como si me hubieran dado un pelotazo directo en la frente. "Nunca más voy a tomar tanto", me prometí por enésima vez, sabiendo perfectamente que era una mentira descarada. 

Cuando me levanté, Ayrton me siguió de cerca, dando saltitos emocionados. Caminé hacia las escaleras, y cuanto más me acercaba, más fuerte escuchaba las voces de Chiara y Emilia. Bueno, en realidad, era más la de Chiara porque Emilia parecía estar en un estado de enojo silencioso. 

—¿Esta chica no tiene casa o qué? —murmuré para mí mismo mientras bajaba los escalones con cuidado, todavía sintiendo que el suelo se movía un poco bajo mis pies. 

Al llegar a la cocina, la escena no podía ser más típica: Emilia estaba sentada con una cara de pocos amigos, mientras Chiara se movía por el lugar como un torbellino, hablando a una velocidad que no entendí ni medio. Cuando Chiara me vio, su rostro se iluminó. 

—¡Finalmente te levantás! ¡Vamos a tener un día muy ocupado! —dijo, caminando hacia mí como si fuera un rayo. 

—Pará, pará... —levanté una mano, intentando detener su entusiasmo mientras me frotaba la sien—. Hablá más despacio, por favor. No tengo cabeza para tanto ahora. 

—Ah, ¿qué pasa, campeón? ¿Te levantaste con resaca? —interrumpió Emilia desde su lugar, con una sonrisa burlona en los labios. 

Le lancé una mirada, pero ella solo arqueó una ceja, claramente disfrutando mi estado. 

—No estoy para tus bromas, princesa. —Gruñí, y me senté en una de las sillas. Ayrton se echó a mis pies, como si también estuviera agotado de la energía de Chiara. 

Chiara, ignorando por completo nuestra pequeña interacción, puso las manos en las caderas y me miró con determinación. 

—Necesitás cambiarte. Vamos a salir de compras. 

—¿A qué voy yo? —pregunté, sin ocultar mi descontento. 

—Porque vos tenés que pagar. —Respondió sin dudarlo ni un segundo. 

—¿Qué? —Fruncí el ceño, confundido. 

—Sí, voy a estoquear a Emilia de ropa para las próximas carreras, y vos vas a financiarlo. Es lo mínimo que podés hacer después de todo lo que le estás haciendo pasar. —Chiara sonrió como si fuera lo más lógico del mundo. 

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