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TOKIO

La gira de la banda esta por terminar, y era una suerte para mí. Las noches habían comenzado a ser más largas y los días abrumadores. Los chicos apenas y tenían tiempo para charlar con nosotras por una absurda videollamada.

No la estaba pasando bien y de alguna manera la prensa estaba contribuyendo a eso, siempre mostrando lo que les convenía y despertando en mi inseguridades absurdas de las que prefería escapar antes de crear algún pleito absoluto.

—¡Carajo!— Gigi tiró su celular al colchón y suspiró frustrada. Tragó seco cuando me vió observarla desde su puerta.

—¿Qué pasa?

—Nada...— la miré con el ceño fruncido, sin creer lo que decía—. Nada, Tokio, déjalo así.— levantó su teléfono y se mantuvo fija en él por un largo rato, tecleando con insistencia. No me atreví a decir nada, pero la curiosidad me estaba matando—. Quiero dormir, ¿Puedes irte?— solté un largo suspiro, esa actitud en ella no era para nada común y el hecho de que quisiera guardarselo era aún más sospechoso.

Aún así, preferí irme o bueno, fingir que lo hacía. Cerré la puerta, pero me quedé allí, pegando la cabeza a la madera, esperando escuchar algo que me hiciera entender lo que le sucedía.

—¡Dios, por fin contestas!— la escuché levantarse y caminar de un lado al otro—. Espera, te pondré en altavoz mientras cepillo mi cabello.

—¿Gigi, quieres decirme que sucede?— logré distinguir la voz de Bill. Sonaba agitado y me atrevo a decir que incluso molesto—. No entiendo un carajo.

—Bill, tú solo mantente al tanto de él, ¿Bien?

—¿Pero por qué?

—No puedo decirte, solo hazme caso.

—Estamos en medio de una gira, apenas y puedo estar al pendiente de mí mismo.

—Deja de ser terco. Te estoy diciendo que le prestes atención, si puedes no lo dejes solo. Hablo en serio, es un asunto delicado.

—Buah, que rara eres. Sí como sea, haré lo que pueda.

—Bien, más te vale.— fue lo último que escuché antes de que la llamada fuera terminada. Si antes no entendía nada, ahora menos.

(…)

Ni siquiera había conseguido conciliar el sueño del todo la noche anterior, me sentía irritada y el que Giselle siguiera actuando con misterio no me ayudaba en lo absoluto a calmar los nervios.

Me dirigí a la cocina, tomé mis auriculares y subí el volumen de la música tanto como se me permitió. Tenía que buscar algo para pasar el día que no tuviera que ver con trabajo, era un recurso que ya había agotado demasiado.

Así que ¿qué mejor opción que preparar galletas?

Me movía por la cocina con los pasos suaves que dictaba el ritmo de la música en mis oídos. Concentrada en la mezcla, por un momento, sentí que podía dejar de lado las preocupaciones. Me permití sonreír mientras la masa tomaba forma bajo mis manos. Al menos esto sí estaba bajo control.

Pero esa calma fue interrumpida. Aunque no había escuchado nada por la música, sentí una presencia cerca de mí, como si alguien más hubiera entrado en la habitación. Me congelé, bajando el volumen de mis auriculares, y cuando me di la vuelta, me encontré cara a cara con Christopher.

—¿Christopher? —dije, sorprendida, mi tono seco. Lo último que esperaba era encontrarlo en mi cocina.

Él me miró con esa sonrisa despreocupada que tanto me irritaba. Llevaba puesto un abrigo caro, y su actitud era la de alguien que simplemente había llegado sin previo aviso, como si fuera lo más normal del mundo.

𝗨𝗡𝗙𝗢𝗥𝗚𝗘𝗧𝗧𝗔𝗕𝗟𝗘 | 𝘛𝘰𝘮 𝘒𝘢𝘶𝘭𝘪𝘵𝘻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora