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TOKIO

Mientras revisaba el jardín y señalaba algunas ideas a Gigi sobre dónde podíamos poner plantas o alguna pequeña mesa para tomar café, un sonido me sacó de mis pensamientos: un pequeño ladrido. Me volví y, a unos metros, vi una bolita de pelaje blanco que trotaba hacia mí desde la calle, meneando la cola y mirándome con ojos brillantes. Era una cachorra, diminuta y esponjosa, que se detenía frente a mí con la lengua afuera y una expresión tan tierna que era imposible no sonreír.

—¡Ay, mira esta cosita! — exclamó Giselle, acercándose también—. ¿De dónde habrás salido tú, eh?

La cachorra nos observaba con un entusiasmo increíble, y cuando le hice un gesto para que se acercara, corrió hacia mí sin dudar. Me agaché para acariciarla, y al instante se lanzó contra mi mano, intentando lamer mis dedos y moviendo la cola sin parar. Parecía encantada de tener compañía.

—¿No hay nadie por aquí buscándola? —pregunté, mirando hacia la calle.

Nada. Ningún dueño llamándola, ninguna correa cerca. Solo ella, en medio de la calle, actuando como si este fuera su jardín.

—A ver, ven acá, —murmuré, levantándola un poco para ver si llevaba algún collar. Para mi alivio, tenía una plaquita dorada que brillaba al sol—. Bueno, aquí hay algo, ¿no?

Miré de cerca el collar y le di la vuelta a la pequeña chapa, esperando encontrar un número o una dirección. Pero para mi sorpresa, solo había una palabra grabada en letras doradas.

—Cookie... —dije, probando el nombre en voz alta. La cachorrita ladró con entusiasmo al oírlo, moviendo aún más rápido la cola.

—¿Y eso es todo? ¿No hay un número ni nada? —Gigi frunció el ceño, echando un vistazo también.

—Nada. Solo su nombre —respondí, aún mirando la plaquita, intrigada. Gigi soltó una risita.

—Bueno, al menos tiene cara de Cookie, ¿no? Aunque también se nota que no es una callejera... tiene un pelaje demasiado bien cuidado —dijo, rascándole detrás de las orejas, y la cachorrita cerró los ojos de pura felicidad.

Miré a mi alrededor una vez más, intentando ver si alguien aparecía para reclamarla, pero no había nadie. Era como si Cookie hubiese caído del cielo directamente a nuestro jardín.

—¿Qué hacemos? No podemos dejarla aquí sola —dije, mirándola mientras movía sus patitas con ansias de seguir explorando.

Gigi me miró, sonriendo.

—No hay de otra. ¡Se queda con nosotras hasta que aparezca su dueño!

La idea me hizo reír, y Cookie parecía estar de acuerdo, lanzando un pequeño ladrido de aprobación. Me la acurruqué en los brazos, y ella apoyó su cabecita contra mi pecho, cerrando los ojos como si ya hubiera encontrado su nuevo hogar.

—Bueno, pequeña Cookie, parece que te quedas con nosotras por un tiempo —murmuré.

Y mientras caminábamos de regreso a la casa con Cookie en brazos, sentí una curiosa mezcla de tranquilidad y anticipación, como si esta pequeña cachorrita hubiera traído consigo más de lo que a simple vista podíamos ver.

—¿Tienes planes?— pregunté, viendo como Giselle miraba su reloj y subía las escaleras con prisa.

—Un desayuno con mi familia aprovechando si viaje de negocios... Es como si la vida estuviera en contra mía.— bufó mientras se dirigía a su cuarto—. No puedo llegar tarde.

—¿Te quedarían la herencia?— pregunté divertida, recostandome sobre el marco de la puerta, aún con la cachorra en brazos.

—Oh, créeme. Lo harían.— se metió al baño con todas sus cosas y luego de unos cuantos segundos, lo único que escuché fue un fuerte golpe.

𝗨𝗡𝗙𝗢𝗥𝗚𝗘𝗧𝗧𝗔𝗕𝗟𝗘 | 𝘛𝘰𝘮 𝘒𝘢𝘶𝘭𝘪𝘵𝘻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora