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El grito de Tom resonó en toda la sala, rebotando contra las paredes como un eco imposible de ignorar. Sus manos temblaban, cerrándose en puños, mientras caminaba de un lado a otro, con la furia reflejada en cada movimiento. Simonne estaba sentada frente a él, inamovible, sus ojos fríos y calculadores. La tensión era insoportable.

—¡No puedes hacerme esto! —gritó Tom, deteniéndose en seco, sus ojos oscuros clavados en los de su madre—. No voy a regresar a Alemania como si nada. No voy a dejar que destruyas todo lo que he construido. ¡Todo!

Simonne no pestañeó, ni un solo músculo de su rostro se movió ante la explosión de su hijo. Estaba acostumbrada a su ira, pero esta vez, había una resolución en su mirada que no se había visto antes.

—Ya está decidido. —respondió con una calma escalofriante—. Te vas a Alemania. La banda entrará en un hiatus hasta que te recuperes. Esto no es negociable, Tom.

—¿Negociable? —Tom rió, pero era una risa amarga, desesperada—. ¡No tienes idea de lo que estás pidiendo! ¡No puedes obligarme a dejar todo, a dejar a todos! Esto es mi vida, ¿entiendes? Mi vida.

Simonne suspiró y se inclinó hacia adelante, entrelazando las manos sobre la mesa con una tranquilidad casi calculada.

—Tu vida... —repitió lentamente—. La misma que estás destruyendo con cada maldita decisión que tomas. Ya no es solo tu problema, Tom. Estás arrastrando a tus hermanos y a toda la banda contigo. Estás poniendo en peligro todo lo que han trabajado. No puedo permitir que sigas así.

Tom abrió la boca para responder, pero el peso de las palabras de Simonne lo detuvo. Su respiración era errática, y sentía que cada fibra de su ser estaba a punto de romperse. Su madre no estaba cediendo, no lo iba a hacer. Y eso lo llenaba de una frustración que no podía controlar.

—No lo entiendes... —murmuró, pasando una mano por su cabello desordenado—. No tienes ni idea de lo que está pasando.

—Lo entiendo mejor de lo que crees. —respondió Simonne con frialdad—. Y si no haces lo que te pido, si no te tomas en serio tu recuperación, haré que la prensa lo sepa todo. Cada detalle. De tu adicción, de tu decadencia. ¿Eso quieres? ¿Que todos vean lo que has hecho con tu vida?

La amenaza cayó como un balde de agua fría. Coraline, que había estado en silencio al lado de Tom, finalmente intervino. Dio un paso hacia él, tratando de apaciguarlo, su voz suave y conciliadora en contraste con el caos que dominaba la sala.

—Tom... —murmuró, posando una mano en su brazo—. Esto puede ser una oportunidad. Piensa en lo que te está ofreciendo. Puedes salir de esto. Puedes tomar el control de tu vida otra vez.

Tom apartó el brazo bruscamente, aún sin poder calmarse, sus ojos ardiendo con una mezcla de rabia e impotencia.

—¿Oportunidad? —bufó, dirigiendo su mirada hacia Coraline—. No entiendes nada. Nadie lo entiende.

𝗨𝗡𝗙𝗢𝗥𝗚𝗘𝗧𝗧𝗔𝗕𝗟𝗘 | 𝘛𝘰𝘮 𝘒𝘢𝘶𝘭𝘪𝘵𝘻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora