Pedri caminaba por el pasillo del vestuario, distraído en sus pensamientos, mientras sus compañeros reían y conversaban más adelante. Ferran estaba a su lado, relajado, con su habitual sonrisa tranquila. De repente, Pedri recordó algo que había visto más temprano y que quería enseñarle a Ferran. Sin pensarlo mucho, lo tomó de la mano.
—¡Eh, ven! Quiero mostrarte algo —dijo Pedri con naturalidad, tirando suavemente de él.
Ferran lo miró sorprendido pero no opuso resistencia, siguiéndolo sin decir nada. Mientras caminaban juntos, de la mano, por el pasillo, no se dieron cuenta de que más adelante Gavi, Balde y Ansu estaban atentos a su alrededor. Cuando los vieron acercarse de esa manera, las risas y bromas no tardaron en aparecer.
—¡Vaya, vaya! ¿Qué está pasando aquí? —gritó Gavi con tono burlón, lo suficientemente alto para que Pedri lo escuchara.
Pedri, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, soltó la mano de Ferran de golpe, poniéndose rojo como un tomate. Las risas de sus amigos no ayudaban en nada, y sus miradas picaronas solo hacían que su vergüenza aumentara.
—¡Pedri, no tenías que soltarme! —dijo Ferran con una sonrisa traviesa, disfrutando del caos. Sin dudarlo, pasó un brazo por la cintura de Pedri, atrayéndolo hacia él, haciendo que las risas de los demás se intensificaran aún más.
—No sean celosos —añadió Ferran, guiñando un ojo a sus amigos mientras apretaba ligeramente a Pedri contra su costado.
—¿Qué pasa, Pedri? ¿Nos vas a contar algo? —bromeó Ansu, tratando de hablar entre risas.
Pedri, completamente rojo, intentaba calmarse, pero las palabras no le salían. Miró a Ferran, buscando una salida, pero solo encontró una sonrisa cómplice en su rostro. Finalmente, Ferran lo soltó, dándole un pequeño empujón para liberar la tensión, pero la vergüenza de Pedri seguía a flor de piel.
—Solo le iba a enseñar algo —trató de explicar Pedri, sin éxito. Las risas continuaron, y sabía que no se lo iban a dejar olvidar fácilmente.
—Tranquilo, Pedri. Si necesitas que te coja la mano de nuevo, ya sabes dónde encontrarme —dijo Ferran, lanzándole una última broma antes de seguir caminando.
Intentando recomponerse, Pedri comenzó a caminar de nuevo, ahora en silencio, con Ferran a su lado. Ya no estaban en el punto de vista de los otros, y las risas y bromas se habían quedado atrás. Sin embargo, la vergüenza aún latía fuerte en el pecho de Pedri, quien no pudo resistirse más. Sin pensarlo demasiado, volvió a estirar la mano y, con un movimiento algo nervioso, tomó la de Ferran otra vez.
Ferran lo miró de reojo, sorprendido, pero no dijo nada, permitiéndole que lo guiara. Después de unos segundos, Pedri, incómodo con el silencio, murmuró:
—No digas nada, ¿vale? Solo... te estaba llevando.
Ferran esbozó una sonrisa y dejó escapar una pequeña risa. Luego, con su típico tono burlón, respondió:
—Claro, cariño.
Las palabras de Ferran hicieron que Pedri se sonrojara al instante. El calor subió rápidamente a sus mejillas, y, aunque intentó mantener la calma, su rostro lo delataba por completo. Intentó soltarse, pero Ferran mantuvo su mano firmemente entrelazada con la suya, como si no tuviera intención de soltarlo.
—Eh, ¿ahora te vas a poner más tímido? —bromeó Ferran, disfrutando de la situación. Su tono ligero hacía que Pedri se sintiera aún más nervioso, pero no podía negar que había algo reconfortante en el hecho de que Ferran no lo estaba soltando.
—No... solo te estaba llevando. Ya te dije —intentó justificarse Pedri, aún sin mirarlo directamente, sintiendo cómo el color no abandonaba sus mejillas.
Ferran soltó una risa más suave y respondió:
—Sí, claro. Lo que tú digas —y apretó un poco más la mano de Pedri, mostrándole que no pensaba soltarla pronto—. Pero no te preocupes, que no voy a decir nada. Después de todo, no quiero que los demás se pongan celosos.
Pedri, aunque avergonzado, no intentó soltarse de nuevo. Sabía que Ferran estaba disfrutando de todo esto, pero había algo en la forma en que Ferran lo trataba que hacía que, a pesar de su nerviosismo, se sintiera cómodo. Caminaban juntos, con sus manos entrelazadas, y aunque Pedri seguía avergonzado, no podía evitar sonreír un poco. Al final, llegaron al rincón del campo donde Pedri había visto algo interesante más temprano.
—Es aquí... —dijo Pedri, señalando una puerta entreabierta. Pero Ferran, en lugar de prestar atención a lo que él quería mostrarle, solo miró su mano aún entrelazada con la suya.
—Sí, claro... lo que querías mostrarme —respondió Ferran con una sonrisa juguetona.
Pedri soltó su mano rápidamente, pero el calor del contacto seguía presente, y esa sonrisa de Ferran continuaba en su mente.
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