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Era una tarde como cualquier otra en el comedor del club. Pedri, Gavi y algunos otros compañeros del equipo estaban sentados en la mesa, compartiendo la merienda mientras hablaban de todo un poco. La conversación giraba entre el próximo partido, anécdotas de entrenamientos y chistes sobre la última jugada en la que alguien había terminado en el suelo, todo envuelto en ese ambiente relajado y familiar que solo ellos conocían.
De repente, Gavi, que estaba sentado frente a Pedri, levantó la vista hacia el piso de arriba. Dejó de masticar por un segundo y soltó un leve silbido que llamó la atención de los demás. Todos siguieron su mirada y, al instante, entendieron de qué se trataba. Ferran Torres, caminando sin remera, pasaba despreocupadamente por el pasillo de arriba, justo sobre ellos. Su torso desnudo, con los abdominales marcados y los brazos fornidos a plena vista, captó la atención de todo el grupo.
-Vaya, vaya, vaya... así que eso es lo que Pedri anda comiendo últimamente, chicos -soltó Gavi con una sonrisa maliciosa, haciendo que todos en la mesa estallaran en risas.
Pedri, que hasta entonces había estado concentrado en su vaso de jugo, sintió de inmediato el calor subirle a las mejillas. Levantó la vista rápidamente y, para su mala suerte, vio a Ferran justo cuando desaparecía de su campo de visión, bajando las escaleras.
-Cállate, Gavi -intentó defenderse Pedri, pero su tono nervioso solo lo delataba aún más.
-No, pero en serio, ¿viste cómo camina? ¡Ese Ferran es una obra de arte! -añadió uno de los chicos, riendo mientras daba un codazo a Pedri.
-¡Seguro que Ferran te da clases privadas de gimnasio! -bromeó otro, mientras el resto no podía parar de reír.
Pedri intentaba ocultar su nerviosismo bebiendo de su vaso, pero la sonrisa que trataba de reprimir no ayudaba mucho. Sabía que cuanto más intentara ignorarlos, más insistentes se pondrían.
-No es nada, dejadme en paz... -murmuró, su rostro ahora completamente rojo.
Pero antes de que pudiera siquiera intentar desviar el tema de conversación, Ferran apareció bajando las escaleras. El comedor se quedó en silencio por un momento, todos expectantes de lo que sucedería. Ferran se acercó directamente hacia la mesa donde estaba Pedri, ignorando las miradas cómplices de los demás. Con una sonrisa relajada, extendió los brazos y abrazó a Pedri de manera natural, pero con una cercanía que no pasó desapercibida para nadie.
Ferran envolvió a Pedri por la cintura, atrayéndolo más cerca de lo habitual, mientras Pedri correspondía abrazándolo por los hombros. Durante ese breve instante, parecían una pareja que compartía una complicidad que solo ellos entendían.
-Nos vemos más tarde, Pedri -dijo Ferran en un tono tranquilo, como si aquello no fuera nada fuera de lo común-. Tengo que hablar con el míster ahora, pero después paso por tu habitación, ¿vale?
Pedri asintió, intentando mantener la compostura mientras sentía el peso de las miradas sobre ellos. Apenas Ferran se alejó de la mesa, los chicos estallaron en una nueva ola de risas y comentarios.
-¡Vaya, Pedri, qué abrazo! ¿Seguro que solo tiene que hablar con el míster? -dijo Gavi, fingiendo sorpresa mientras los demás no paraban de reír.
-¡Sí, claro! Y después el míster lo manda directo a tu habitación, ¿no? -añadió otro, aguantando la risa.
Pedri soltó un suspiro, llevándose una mano a la frente en un intento de cubrir su cara. Sabía que cualquier intento de explicación solo empeoraría las cosas.
-Callaos, tontos... -murmuró, pero no pudo evitar sonreír, a pesar de la vergüenza.
-¡Pero mira cómo se te pone la cara! ¡Estás más rojo que tu camiseta! -
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