Cap. 2 Jungkook estaba allí.

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Y, en los días en los que le costaba sentirse agradecido mientras hacía el trabajo que sus primos y su tío pasaban por alto y, de nuevo, cuando se marchaba a su pequeño y desaliñado piso mientras ellos se rodeaban de lujos, le ayudaba recordarse que Jimin hubiera considerado la vida de Hoseok una gran aventura.

Literalmente. El estudio en un barrio en el que Hoseok podía ir y venir, pasando totalmente desapercibido. Ir al trabajo en autobús y andando, como cualquier londinense normal. Para Jimin, que se había criado en una burbuja de la alta sociedad, todas aquellas pequeñas cosas eran mágicas.

«Incluso esto», pensó Hoseok, cuando oyó que la puerta de la cochera se abría y cerraba con más fuerza de lo normal. Comprendió por fin quién había llegado para enfrentársele, sin que nadie, ni las autoridades coreanas ni estadounidenses ni el tibio apoyo de su tío y sus primos pudieran protegerlo.

Por fin iba a ocurrir, después de la preocupación de la última década y del pánico de las últimas semanas. Su peor pesadilla se había hecho por fin realidad.

Jungkook estaba allí.

Oyó los pesados pasos al otro lado de la puerta y se preguntó si estaba hecho de piedra. ¿Se habría convertido en el monstruo que todos pensaban que era, y al que el doncel le había empujado a ser, después de tantos años?

No sabía qué hacer. ¿Debería ponerse de pie, permanecer sentado?

¿Esconderse tal vez en el pequeño armario y esperar que él se marchara, aunque tan solo consiguiera retrasar lo inevitable?

Hoseok nunca se había escondido de las cosas desagradables que le había deparado la vida. Eso era lo que le ocurría a un chico que tenía que salir adelante en solitario ignorado por sus padres, o cuando se veía obligado a vivir con una nueva familia que lo trataba bien, pero que nunca le dejaban imaginar siquiera que era uno de ellos.

Aquella actitud podría parecer desagradecida, pero no podía serlo. En ese caso, no sería mejor que su madre. Se había pasado toda la vida tratando de no parecerse en nada a Lisa Wang Jung, la rutilante heredera con el mundo a sus pies que había muerto en la miseria como cualquier otra adicta a las drogas.

Hoseok se negaba a seguir el mismo camino y se recordaba que el sendero que había conducido a su madre al infierno de las drogas estaba plagado de la ingratitud hacia el que había sido su hermano.

Por fin, los pesados pasos se detuvieron al otro lado de la puerta y sintió que el corazón se le detenía en seco. Se alegró de haber permanecido sentado, protegida por el enorme escritorio. Estaba seguro de que las piernas no la habrían sostenido.

La puerta se abrió lentamente y entonces, él apareció. Allí estaba. Hoseok permaneció inmóvil, incapaz de hacer otra cosa que no fuera mirarlo.

Jungkook.

Allí estaba.

Ocupaba por completo la puerta que daba acceso al pequeño despacho de Hoseok. Era más corpulento y fuerte de lo que recordaba. Siempre había sido un hombre de un físico esculpido y atlético, por supuesto.

Esa era una de las razones por las que había sido tan adorado por toda Europa y Corea en su día. Otra razón por la que le había adorado había sido la épica ascensión desde la nada hasta el poder que había conseguido reunir, acompañado todo ello de un atractivo físico inigualable. A Hoseok le había resultado difícil pasarlo todo por alto entonces y seguía siendo así.

Recordaba todos los detalles sobre él, aunque los recuerdos los hubieran mitigado un poco. En persona, era un hombre inteligente, atractivo, inconfundible.

Su contundente nariz, junto con la beligerante barbilla y los altos pómulos, le proporcionaban un perfil aguerrido que aceleraba sin remedio el pobre corazón de Hoseok. Jungkook lo había tenido todo hacía diez años y lo seguía teniendo, aunque de un modo diferente.

Venganza IntimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora