Rintaro Suna

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Era una noche tranquila. La suave brisa otoñal entraba por la ventana entreabierta de tu departamento, moviendo ligeramente las cortinas. Rintaro Suna estaba recostado en el sofá, su brazo descansando sobre su frente mientras miraba al techo con su típica expresión relajada. Tú estabas junto a él, tus piernas sobre las suyas, leyendo un libro. Todo parecía en calma, pero algo en el aire era diferente. Podías sentir que Suna tenía algo en mente, algo que había querido decirte desde hacía un tiempo.

Sin levantar la vista de su posición, soltó un suspiro profundo y murmuró tu nombre, llamando tu atención.

—Hey... —dijo en su tono usual, siempre relajado—. He estado pensando en algo.

Levantaste la vista del libro y lo observaste con curiosidad. Rintaro no era alguien que hablara mucho de sus pensamientos más profundos a la ligera, por lo que lo que fuera que estuviera por decir debía ser importante.

—¿Qué cosa? —preguntaste, cerrando el libro y poniéndolo a un lado.

—No sé, como que... me he dado cuenta de que no puedo imaginar mi vida sin ti —comenzó, su mirada perdida en el techo—. Me gusta lo que tenemos, pero últimamente he pensado en el futuro. En... bueno, en nosotros y lo que podríamos construir.

Notaste que sus palabras llevaban un peso especial, una seriedad que pocas veces mostraba. Te acomodaste un poco más en el sofá, acercándote para escuchar mejor.

—¿Qué quieres decir? —le preguntaste, tratando de descifrar lo que quería expresar.

Él se tomó un momento más, como si buscara las palabras correctas. Luego, se giró hacia ti, mirándote con esa mezcla de calma y franqueza que tanto te gustaba.

—Creo que quiero ser padre, —soltó finalmente, su voz suave pero cargada de significado—. Quiero tener una familia contigo.

Tus ojos se abrieron un poco por la sorpresa, pero no por incredulidad. Sabías que Rintaro era alguien que pensaba las cosas con cuidado antes de decirlas. El hecho de que te hablara de esto significaba que lo había estado considerando seriamente. Su confesión te dejó en silencio unos segundos, procesando la idea.

—¿Quieres... tener hijos conmigo? —preguntaste, una sonrisa suave formándose en tus labios.

—Sí, quiero intentarlo —respondió con una pequeña sonrisa, una de esas que siempre te derretía. Tomó tu mano con delicadeza y entrelazó sus dedos con los tuyos—. Creo que sería genial... y, bueno, no sé cómo seré como padre, pero... sé que tú serías increíble.

Tus mejillas se sonrojaron al escuchar esas palabras, pero al mismo tiempo, sentiste una calidez en tu pecho. El amor de Rintaro siempre había sido algo tranquilo pero constante, y ahora te daba una nueva dimensión a su deseo de formar una familia contigo.

—Rin... —susurraste, emocionada—. Yo también quiero.

Sus ojos se iluminaron un poco más al escuchar tu respuesta. Acarició tu mano y se acercó más, inclinándose para besarte con suavidad. Fue un beso lleno de promesas, de un futuro que ambos deseaban construir.

Meses después de aquella conversación, habías dejado que el tiempo fluyera naturalmente. Habían decidido intentarlo con calma, sin presiones, pero a medida que las semanas pasaban, comenzabas a notar ciertos cambios. No le diste demasiada importancia al principio, pero las náuseas matutinas se volvieron más frecuentes, y una pequeña duda comenzó a crecer dentro de ti.

Una tarde, decidiste hacerte una prueba de embarazo. Habías estado nerviosa todo el día, y cuando finalmente tuviste el resultado en tus manos, te quedaste paralizada por unos segundos.

Era positivo.

El corazón te latía con fuerza mientras asimilabas la noticia. Iban a ser padres. Sonreíste, emocionada y nerviosa a la vez, pensando en cómo le dirías a Rintaro. Querías que fuera especial, algo que recordaran siempre.

Decidiste esperar hasta la noche, cuando ambos estuvieran en casa. Preparaste su plato favorito para cenar y colocaste una pequeña sorpresa en la mesa del comedor: una cajita pequeña, envuelta en papel sencillo, pero con un mensaje en la tapa que decía "Para papá."

Cuando Rintaro llegó a casa, se sorprendió al ver la mesa decorada de manera tan especial. Te miró con curiosidad, pero no dijo nada, solo se acercó a ti para besarte la mejilla y olfatear el aroma de la comida.

—¿Qué pasa? —preguntó con una ceja levantada mientras te seguía al comedor.

—Quería hacer algo especial para ti esta noche —dijiste con una sonrisa juguetona—. Pero primero, abre esto.

Le entregaste la cajita y él la tomó con una leve sonrisa, claramente intrigado. Abrió la tapa y, dentro, encontró un par de calcetines diminutos para bebé, blancos con pequeños dibujos de balones de voleibol.

Rintaro parpadeó un par de veces, mirando los calcetines y luego mirándote a ti. Por un momento, pareció que no procesaba del todo lo que estaba sucediendo.

—¿Esto es...?

—Sí, Rin —respondíste suavemente, tus ojos brillando de emoción—. Vamos a ser papás.

Hubo un silencio, pero no porque no supiera qué decir, sino porque la emoción estaba reflejada en sus ojos. Sus labios se curvaron lentamente en una sonrisa genuina y brillante, una que rara vez mostraba de forma tan abierta.

—¿En serio? —preguntó en un susurro, su mano acariciando los pequeños calcetines.

—Sí —asentiste, emocionada—. Estoy embarazada.

Rintaro se levantó rápidamente de la silla, envolviéndote en un abrazo cálido y fuerte. Su cabeza se apoyó en tu cuello, respirando profundamente, como si quisiera guardar ese momento para siempre.

—No puedo creerlo... —susurró contra tu piel, su voz cargada de emoción—. Vamos a ser padres...

—Vas a ser un gran papá, Rin —le dijiste, acariciando su cabello mientras sentías su sonrisa contra tu cuello.

Se apartó lo suficiente para mirarte a los ojos y, con una ternura que pocas veces mostraba tan claramente, inclinó su cabeza para besarte profundamente, sus labios llenos de amor y promesas para la familia que estaban a punto de formar.

Desde aquel momento, Rintaro se convirtió en un compañero aún más atento. Aunque su estilo calmado seguía presente, había algo diferente en él, una emoción suave pero constante en cada pequeño gesto. Te acompañaba a las citas médicas, preguntaba por los detalles y siempre se aseguraba de que estuvieras cómoda.

A menudo, lo sorprendías mirando tu vientre mientras dormías, sus manos descansando sobre él con una sonrisa tranquila en sus labios, como si el simple hecho de saber que una nueva vida crecía dentro de ti lo llenara de una paz infinita.

Era una felicidad que compartían en silencio, una alegría que iba creciendo junto con la vida que llevabas en tu interior.

Era una felicidad que compartían en silencio, una alegría que iba creciendo junto con la vida que llevabas en tu interior

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