Kanji Koganegawa

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Era una tarde normal en la vida de Kanji Koganegawa... o al menos eso había pensado. Al regresar de los entrenamientos, notó algo inusual en ti. Siempre tan cálida y alegre, ahora lo mirabas de reojo, con respuestas breves y una sonrisa nerviosa. Cada vez que intentaba acercarse para darte un abrazo, tú desviabas la mirada y pedías un momento a solas, asegurando que estabas "ocupada con algo importante."

Un par de días después, Kanji comenzó a notar patrones que encendieron su curiosidad. Cada vez que te ofrecía ayuda, tú negabas con una sonrisa forzada, y él no podía evitar notar la manera en que tus manos se enredaban en tu ropa, como si intentaras contener alguna emoción. Para el tercer día, mientras te observaba con una mezcla de inquietud y desconcierto, vio que recibiste un mensaje en el teléfono y, en cuanto lo viste, lo escondiste rápidamente.

La preocupación comenzó a anidar en su pecho, hasta el punto de que trató de animarte con su energía habitual, lanzándote alguna que otra broma, pero tú solo le respondías con abrazos breves y, nuevamente, te apresurabas a alejarte antes de cualquier conversación profunda.

Hasta que una noche, mientras cenaban, la incertidumbre finalmente ganó. Apretó el tenedor con fuerza y respiró profundamente antes de preguntar con el tono más casual que pudo manejar.

—¿Ha pasado algo? Te noto diferente estos días —dijo, tratando de mantener una sonrisa, aunque no podía ocultar la preocupación en su mirada.

Lo miraste, sorprendida, y rápidamente apartaste la vista con una risita nerviosa.

—¿A qué te refieres? —preguntaste, sin mirarlo directamente.

Kanji entrecerró los ojos. Sabía que algo estaba pasando; te conocía demasiado bien como para no notar que escondías algo importante. Una idea fugaz y algo absurda cruzó su mente, haciéndolo arrugar el entrecejo. "¿Acaso hay otra persona? No, no, eso sería imposible..." Sacudió la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos. No quería dejar que algo tan absurdo le afectara, pero no lograba comprender tu misterio, y mientras los días pasaban, su preocupación iba en aumento.

Durante las siguientes jornadas, tus suspiros pensativos, las sonrisas a medias y la manera en que revisabas el teléfono con rapidez cada vez que él te buscaba, hicieron que Kanji comenzara a imaginar cualquier tipo de situación.

Hasta que una tarde, notando su inquietud, le pediste que te esperara en la sala. Tenías una sorpresa, dijiste, y Kanji, atrapado por la incertidumbre y las "evidencias" que había acumulado en su mente, comenzó a temer lo peor. Lo invadieron dudas, inseguridades, una mezcla de emociones mientras te esperaba, caminando de un lado a otro y frotándose la nuca.

Escuchó tus pasos acercarse y su corazón latía fuerte, anticipando la revelación. Cuando te paraste frente a él, ocultando algo detrás de tu espalda y con una expresión entre nerviosa y emocionada, la angustia le revolvía el estómago.

—Kanji... tengo algo que decirte —comenzaste con la voz temblorosa.

Él tragó saliva, tratando de prepararse para cualquier cosa.

—Sí, ¿qué es? —preguntó, su voz casi un susurro.

Respiraste hondo y, con un brillo en los ojos que él no había notado en días, sacaste un pequeño sobre de detrás de tu espalda. Kanji lo tomó, con el corazón latiendo a mil por hora, e intentó abrirlo con manos temblorosas.

Dentro del sobre había una ecografía. Kanji parpadeó varias veces, procesando la imagen en blanco y negro que tenía frente a él. Al principio no comprendió; su mente trataba de encontrar sentido a las sombras y formas hasta que la verdad se hizo clara como el agua.

—¿Esto es...? —murmuró, levantando la vista hacia ti, sus ojos llenos de asombro.

Asentiste, tus ojos llenos de lágrimas de felicidad, y, sin poder contenerte más, te lanzaste a sus brazos. Kanji te abrazó, sin decir palabra, sumergido en la inmensa alegría que le inundaba cada rincón del ser.

—¡Vamos a ser papás, Kanji! —dijiste finalmente, entre risas y lágrimas, mientras él te abrazaba aún más fuerte.

Kanji te miró con una enorme sonrisa iluminando su rostro y soltó una carcajada de pura felicidad.

—¿Por esto estabas actuando tan raro? Pensé que... bueno, no importa. ¡Vamos a ser papás! —gritó, sin poder contener su emoción. Te levantó en brazos, girando con cuidado, hasta que ambos cayeron en el sofá, riendo sin parar.

—¡Tendré que cuidar muy bien de ustedes ahora! —murmuró, con una ternura inusitada en su mirada. Te besó en la frente y luego se arrodilló, colocando con suavidad una mano sobre tu vientre, como si ya pudiera sentir la pequeña vida que comenzaba a crecer allí.

Con el tiempo, su emoción no disminuyó. En las siguientes semanas, Kanji estuvo más activo y protector que nunca. Te ayudaba con todo, desde cargar las bolsas del supermercado hasta estar atento a tus cambios de humor. Si tenías un antojo, no importaba la hora, él haría lo que fuera necesario para conseguirlo. Te escuchaba atenta y pacientemente cada vez que tenías alguna preocupación, y sus palabras siempre eran cálidas y alentadoras.

El día de la primera ecografía, Kanji no podía parar de mirar la pantalla. "¿Ese pequeño punto es nuestro bebé?" preguntó maravillado. Te tomó de la mano, sus dedos grandes y cálidos envolviendo los tuyos, y se inclinó para susurrarte al oído, "Este pequeño va a ser alguien increíble, como su mamá."

Kanji pasaba horas en casa soñando en voz alta sobre cómo sería ser padre. A veces te hacía reír con ideas alocadas, como enseñarle voleibol desde bebé o que, algún día, el bebé fuera su compañero en el equipo. Pero su lado protector también asomaba, y en más de una ocasión, te dijo que solo quería que su hijo o hija fuera tan feliz como él lo era contigo.

Haikyuu X TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora