capitulo 26

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Sabrina.

Entré a la central con Sam a mi lado, ambas caminando en silencio mientras las puertas se abrían frente a nosotras. El bullicio de la mañana se mezclaba con el sonido de los pasos apresurados de los soldados y los médicos. Sam se despidió con un ligero gesto y se dirigió hacia la sala de cirugía, mientras yo tomaba rumbo hacia el laboratorio.

Ya en mi territorio, comencé a trabajar con las muestras que necesitaban análisis bioquímicos. El trabajo en el laboratorio era rutinario pero crucial, y me permitía estar enfocada en algo que realmente entendía. Sin embargo, después de un rato, uno de los soldados entró y se paró junto a la puerta.

-Doctora Lewis -me llamó con tono formal-, el ministro quiere verla.

Suspiré, quitándome los guantes y la bata de protección. Parecía que las distracciones no me iban a dejar tranquila hoy. Me coloqué la bata de laboratorio más liviana, recogí mi cabello en un moño rápido y salí del laboratorio, siguiendo al soldado hacia la oficina del ministro.

Cuando llegamos, la secretaria me anunció con una voz monótona. Poco después, la puerta se abrió, y el ministro Morgan me saludó con un gesto de la mano desde su escritorio.

-Doctora Lewis -dijo con una sonrisa cordial-, por favor, siéntese.

Me acomodé en una de las sillas frente a él, observándolo. Sabía que todo lo que me diría a continuación venía con segundas intenciones, así que no perdí el tiempo.

-Sabrina, su desempeño en el hospital ha sido admirable -comenzó-. Realmente ha traído varias ventajas para nosotros. -Hizo una pausa antes de continuar-. Debería considerar quedarse a vivir en Londres de forma permanente.

No pude evitar soltar una pequeña risa. Me acomodé en la silla, cruzando las piernas, y lo miré directamente a los ojos.

-Ministro, vamos al punto -dije con firmeza-. Ustedes han fallado en cumplir su parte del trato.

Él me observó con una ceja arqueada, pero no dijo nada.

-El coronel Morgan sigue de caprichoso y sigue molestando a mi hermano Bratt -continué, sin rodeos-. Y ese era uno de los puntos que supuestamente resolverían.

El ministro soltó una carcajada, como si lo que acababa de decirle fuera irrelevante.

-Ese asunto no es de mi incumbencia, ni tampoco debería serlo para usted, doctora.

Apreté los labios y lo miré con frialdad.

-Todo lo que tenga que ver con Bratt es asunto mío -le dejé en claro-. Si no hará nada, nosotros lo haremos. Y créame, no le gustará la forma en la que lo hare.

El ministro sonrió, como si encontrara todo esto una gran broma.

-Es la primera Lewis que conozco con cojones -dijo, burlón.

Le devolví una sonrisa venenosa.

-Cojones es lo que me sobra, ministro. Y si no interfiere ahora, espero que tampoco lo haga cuando yo actúe.

El ambiente en la oficina se tensó, pero no me importaba. Me levanté sin esperar una respuesta y salí de la oficina, caminando de vuelta hacia el laboratorio. Tenía mucho trabajo por hacer, y si el ministro no quería manejar la situación, yo misma me encargaría de poner a Christopher Morgan en su lugar.

Y cuando lo hiciera, se daría cuenta de que no importaba si él era un Morgan. Yo era mucho más que eso.

Después de salir de la oficina del ministro, decidí que necesitaba un respiro. Me dirigí a la máquina de café, sacando un vaso y sirviéndome uno bien cargado. El líquido caliente llenó el vaso, y tomé un pequeño sorbo antes de salir al patio. El aire fresco me golpeó el rostro mientras observaba a varios soldados entrenando, el sonido de los golpes y gritos de órdenes llenaba el ambiente.

The Blonde goddessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora