Capítulo #19

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"El amor es una clase de destrucción pasiva."

Todos te dicen que nadie se muere de amor pero lo que nadie te dice es que el desamor se siente como morir con lentitud

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Todos te dicen que nadie se muere de amor pero lo que nadie te dice es que el desamor se siente como morir con lentitud. Nadie te habla de ese dolor que te cala hasta los huesos y te hace desangrar el alma, y que si bien no puede ser visto, lo sientes en cada latido de tu corazón. Nadie te habla de cómo la idea de un futuro se destruye ante tus ojos, y solo quedan escombros que te aplastan el corazón, dificultándote la respiración. Nadie te habla de eso pero ya te digo yo que justo así se siente.

El amor es una clase de destrucción pasiva.

Cuando se pierde, poco a poco va devorando todo, te sientes vacío, hueco. Experimentas como si tu vida se te escapara de tus manos y tú no pudieras hacer nada para detenerlo. Y si lo piensas bien, ni pudiendo querrías hacer algo.

Los tonos grises empañan todos los recuerdos y las experiencias se vuelven un dulce tormento, que te arrebatan la cordura y ahí te quedas suspendida en esos momentos.

Justo en esa nebulosa de autocompasión me quedé suspendida yo desde que Parsley me rechazó después de haberme declarado.

No ansiaba otra cosa mas que dejar de sentir, abandonar mi cuerpo y desterrar los sentimientos que tenía arraigados en mis entrañas, los que ella depositó allí, tejiendo la red que atrapó mi alma.

¿Cómo le decía a mi corazón que nos habíamos enamorado de una estrella fugaz?

Entonces volvió a prenderse, fue una pequeña chispa pero ahí estaba, no se había ido. Aún podía aferrarme a ese pequeño halo de luz; aunque irremediablemente una parte de mí se apagó.

—Cariño! Despierta —comienzo a sentir como me zarandean y poco a poco abro los ojos.

Un frío aterrador recorre cada célula de mi cuerpo y es hasta este momento en el que me doy cuenta que me encuentro temblando, aún así mis manos están sudando frío. El malestar de mi cuerpo es demasiado notorio, hasta el punto en el que respirar es una tortura.

—Estás ardiendo otra vez, joder! —su mano se detiene algunos segundos sobre mi frente, y es suficiente para que salga maldiciendo por la habitación.

Aún me cuesta creer que estoy aquí, en su cama, que está cuidando de mí. No entiendo que cambió, pero pensar en ello hace que mi dolor de cabeza aumente así que me obligo a mantener la mente en blanco, al menos por ahora.

Vuelve al cabo de escasos minutos y me alcanza las pastillas que ingiero, sin hacer preguntas. Me recuesto nuevamente, evitando hacer movimientos bruscos que me den mareo.

Ella se incorpora a mi lado y por un momento me permito refugiarme en sus brazos. Descanso la cabeza sobre su pecho y me olvido de las últimas horas, disfrutando de su calor e imitando su respiración mi cuerpo se relaja.

Completamente Suya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora