Carolina, una niña de 16 años que entra en un internado junto a su pequeña sobrina, la hija de su prima mayor, por varios temas fue que se tuvieron que ir a el internado Torres para estar mas seguros, pero al parecer no todo fue como creían, en el i...
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Vicky:
Al día siguiente, amanecí con una mezcla de cansancio y frustración que no me dejaba tranquila. Entre las pocas horas de sueño y lo que había pasado el día anterior, sentía como si cada paso fuera más pesado que el anterior. Era lunes, y aunque normalmente me costaba empezar la semana, esta vez se sentía peor. El internado ya estaba despierto cuando me levanté con las chicas de mi cuarto: Emma, Mar y Julia. Nos vestimos entre quejas y bostezos, todavía sacudidas por la resaca emocional de todo lo que había pasado el fin de semana.
Al entrar en el pasillo, las luces fluorescentes parecían más brillantes de lo normal. Las risas y las conversaciones parecían resonar más de lo habitual, probablemente porque mis nervios estaban a flor de piel. Era inevitable pensar en Ángel, y en lo que había pasado con Apolo soltando indirectas. No podía dejar que eso quedara así, sin respuestas. Cuando vi a Ángel en el pasillo, no me lo pensé ni un segundo. Me lancé hacia él, lo agarré del brazo con más fuerza de la necesaria y lo arrastré hacia un aula vacía. No tenía ninguna intención de controlarme: necesitaba respuestas, y las necesitaba ya. No importaba que ya hubiese sonado el timbre o que estuviésemos a punto de llegar tarde a clase; lo que sí importaba era que no iba a dejar que me tomara por tonta después de lo que había pasado con Apolo.
Cerré la puerta de golpe detrás de mí y me giré hacia él con los brazos cruzados, fulminándolo con la mirada.
—A ver, Ángel, —dije, conteniendo apenas las ganas de gritarle—, ¿quieres explicarme cómo carajo Apolo se enteró de lo del pabellón? Porque no soy imbécil, sé que alguien abrió la bocaza y no hay muchas personas en esa lista.
Ángel me miró con una mezcla de incredulidad y rabia en los ojos. —¿Perdona? ¿Me traes hasta aquí para acusarme de algo que ni siquiera hice? —respondió, subiendo la voz y clavándome una mirada tan cargada de furia como la mía.
—¡Sí, para acusarte, maldito imbécil! —le solté con una ironía que me salió de lo más profundo del alma. Me planté frente a él, a centímetros de su cara, sin intención de dar un paso atrás—. Porque resulta que Apolo de repente sabe que estuvimos juntos anoche, que salimos del pabellón, que estábamos ahí ¡y tú eres el único que podría haberlo dicho!
—¡Por el amor de Dios, puta friki, deja de hacerte la paranoica! —espetó, soltándose de mi agarre y señalándome con un dedo—. ¿Piensas que soy un chivato? ¡¿Piensas que iría corriendo a contarle a Apolo de lo que pasó?! Eres tú la que siempre mete a todo el mundo en tus mierdas, pero esta vez te pasaste.
Esa respuesta me descolocó solo por un momento, pero no iba a ceder tan fácil. Lo miré con una mezcla de desprecio y desafío. —¿Ah, no? ¿Entonces cómo explicas que Apolo lo sepa, eh? Porque yo no le he dicho nada, eso te lo puedo asegurar. Y a menos que seas un mago que controla la mente, no se enteró por arte de magia.
Ángel resopló, claramente exasperado. —Mira, no te tengo que explicar nada, friki. Ya te dije que no le conté nada. Apolo me pilló anoche cuando regresaba y se puso a preguntar qué carajo me traía entre manos. Me soltó que nos había visto salir del pabellón juntos y quería saber de qué iba. Yo solo le dije que no era asunto suyo, así que ahí tienes.