Carolina, una niña de 16 años que entra en un internado junto a su pequeña sobrina, la hija de su prima mayor, por varios temas fue que se tuvieron que ir a el internado Torres para estar mas seguros, pero al parecer no todo fue como creían, en el i...
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X:
El silencio es engañoso, pero es lo único que me rodea mientras observo las pantallas. Todo parece en calma, pero sé que eso no durará mucho. Amelia, Hugo y los demás no tienen idea de lo que está ocurriendo a su alrededor. Están viviendo en una burbuja de seguridad, pero esa burbuja es frágil. Mi deber es protegerlos, mantenerlos a salvo sin que lo sepan.
—¿Cómo va el perímetro? —pregunto por el comunicador, sin apartar la vista de las cámaras.
—Todo despejado —responde una voz al otro lado—. No hay movimientos sospechosos.
Eso debería tranquilizarme, pero no lo hace. Los guardias patrullan constantemente, pero sé que hay cosas que no se pueden prever, amenazas que se esconden a plena vista. Amelia, Hugo y los otros creen que están en este chalé por su propia seguridad, pero la verdad es mucho más complicada que eso. Alguien los quiere fuera del tablero, y no es por precaución. Es por algo mucho más oscuro.
—¿Y dentro? —insisto, manteniendo la calma.
—Amelia está en la terraza, Hugo en la sala de estar. Los demás están dispersos, pero no hay ninguna actividad inusual —me informa el operador de las cámaras internas.
Respiro profundo. No puedo bajar la guardia. Este grupo está aquí porque alguien se está asegurando de que no interfieran en lo que sea que está ocurriendo en el exterior. Lo que ellos no saben es que este chalé, aparentemente seguro y aislado, es en realidad una jaula dorada. No podemos permitir que salgan, ni que se acerquen a la verdad.
—Que nadie deje sus puestos —ordeno—. Si algo parece fuera de lo común, quiero que me lo comuniquen de inmediato.
Las respuestas afirmativas de los agentes me llegan de inmediato, pero el malestar en mi estómago no desaparece. Siento que algo está a punto de suceder, algo que puede cambiarlo todo. Amelia no es tonta, y sospecho que está comenzando a darse cuenta de que las cosas no son lo que parecen. Mis ojos se fijan en ella a través de las cámaras. La veo en la terraza, absorta en lo que parece ser un libro, pero su expresión está tensa. Quizá ya ha conectado algunas piezas del rompecabezas.
Debo mantener a todo el mundo en sus posiciones. No hay espacio para errores. Este grupo debe seguir ajeno a lo que ocurre más allá de las puertas de este chalé. No deben saberlo. Al menos no todavía.
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Carol:
La mañana del sábado llegó más tranquila de lo esperado, pero mi mente seguía reviviendo lo que había ocurrido en los últimos días. El desayuno en el comedor se desarrollaba con normalidad, pero yo apenas podía concentrarme en lo que tenía delante. Estaba distraída, mis pensamientos volvían una y otra vez a Elías, a cómo lo había visto observando a Anna de una manera que me había puesto los pelos de punta. No era normal.
Desde el otro lado de la mesa, Julia me lanzó una mirada preocupada.
—Carol, ¿qué te pasa? —preguntó, mientras mordisqueaba una tostada.