26. Anna: Los desvíos también son necesarios

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La música alta y las lucecitas repartidas por el jardín contrastan con la oscuridad y la intimidad que hemos dejado atrás. Los antiguos amigos y compañeros de equipo de Vero están charlando y bailando repartidos por las mesas y alrededor de la piscina climatizada, que despide un humito tentador. Vero y Amber se pelean junto a la fuente de chocolate por empapar las gominolas que han servido en platos de plástico sobre las mesas. Sammy, que se asemeja a un cachorrito mojado con sus rizos y la ropa empapada, ríe mientras le roba uno de los platos a mi mejor amiga, como si se tratara de una batalla campal por ver quién se zampa antes el buffet. Aunque, por la manera en que forcejean entre ellos y se tropiezan con sus propios pies, empiezo a pensar que esas gominolas llevan algo más que azúcar.

Mis ojos saltan enseguida a la esquina del jardín, donde creo distinguir la silueta de Kai, pero una voz familiar acapara mi atención a nuestra izquierda.

—¡Anna! —exclama Luca, con ese acento italiano tan marcado y dando pasos apresurados hacia nosotros—. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Qué guapa estás!

—Lo mismo digo —respondo algo incómoda, porque puede que no se acuerde o prefiera no hacerlo, pero la última vez que nos vimos yo estaba planeando destruir su oficina y dejarlo sin empleo.

Me sujeta de los hombros y me planta dos besos en las mejillas. Luego, se lanza a Gianni y le da un abrazo que le corta la respiración. La energía del italiano es arrolladora, como siempre, y sé que me reiría ahora si no me sintiera tan hueca. Tan... ¿perdida? Ni siquiera sé qué sensaciones me punzan en las costillas, aunque tengo claro últimamente no me quedan muchas fuerzas para ser esa Anna vacilante, pasota y empoderada que he sido estos años atrás.

La pintura ha vuelto a mi vida. Kai también.

Y no sé si van de la mano, pero es como si la antigua Anya Holloway estuviese arañándome la piel desde dentro para que la deje salir. Para que la acepte, sensible y llorona, y le dé un abrazo de reencuentro que aún no me atrevo ni a imaginar.

Luca me da un codazo mientras ríe con Gianni, se disculpa y siguen hablando de la mosca que se coló en la raja del trasero de uno de los albañiles que están haciendo la reforma en la oficina de Gianni. Inspiro hondo y busco con la mirada hacia dónde escapar. Quién de los presentes podría acogerme sin hacer demasiadas preguntas o sin importarle que esté ausente, con la boca recta y rígida cuando debería estar disfrutando del cumpleaños de mi mejor amiga. A la izquierda, desde la mesa donde estaba charlando con Luca, Ellie me sonríe con los mofletes colorados. No lo dudo. Me acerco a ella deprisa y me fijo en que aún se esfuerza por cubrirse el escote con los brazos.

—He traído ropa de sobra —le digo, casi atropellada y deseando que esté tan harta de ese vestido como yo de esta noche—, ¿quieres cambiarte?

Sus ojitos azulados e inocentes se iluminan. Entrelazo nuestras manos y ella avisa a Luca de que regresará en un rato. Creo ver un beso entre ellos; Luca se lo da tan cerca de la comisura que apenas se rozan los labios. La escena de enamorados me roba una sonrisita. Sus mofletes brillan rojos mientras se dirige a mí y aferra sus dedos pequeños y fríos para atravesar juntas el bullicio, risas, copas y los bailes desacompasados que se pierden en la fiesta. Mi mente se despeja poco a poco a medida que nos alejamos del caos. El suelo de mármol de la cocina refleja la luz cálida de las lámparas del interior, y el eco de nuestras pisadas resuena suave en comparación con la música que se oye enlatada por el aislamiento de las ventanas.

Cuando entramos en la habitación de Vero y suelto su mano para buscar el vestido en la mochila que traje, aún siento la frialdad de su tacto. No el de Ellie, sino el de Gianni. Mi corazón pidiéndome a gritos distancia, mi cabeza ordenándome que luche por recuperar lo nuestro, y sus palabras ambiguas restándole sentido a esta lucha contra mí misma. Rebusco en la mochila escupiendo un gruñido mientras Ellie, que se ha sentado en la cama con su copa en la mano, recorre la habitación de un vistazo rápido.

©La última jugada (JULTI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora