©La última jugada (JULTI)

25. Anna: Dejar de ser

Lo guío en silencio a través de los senderos de gravilla, recortados por arbustos podados que se asemejan a las paredes de un laberinto. Siento la frescura de la noche envolver mi cuerpo e ignoro que la piel se me eriza bajo el relente de frío. En su lugar, disfruto del pequeño respiro que nos ofrece esta zona del jardín al dejar el bullicio de la fiesta atrás. Llegamos a un claro iluminado por la luz de la luna, con algunos árboles que se mecen a la brisa nocturna creando sombras danzarinas sobre la gravilla compacta, desde el que aún podemos ver el arco de flores y a los invitados deambulando de un lado a otro.

Suelto la mano de Gianni, pero él no me adelanta, sino que me abraza por la espalda y hunde la nariz en mi pelo. El sonido de su respiración y su aliento cálido estrellándose en mi cuello me estremecen.

—Tenía ganas de verte, Anna —me susurra al oído. Cierro los ojos y me aferro a sus brazos—. Te he echado de menos.

Siento su cuerpo firme presionando el mío desde atrás. El pecho le sube y baja a un ritmo desacompasado. Su agarre me envuelve con fuerza, como si anclarnos a este momento pudiese desdibujar la distancia que ha crecido entre nosotros. Me pregunto si él lo ha notado y también a quien ve cuando me mira, si a la chica de la oficina que le plantó cara o a la chica que pinta cuadros y lo hace temblar de miedo.

—Yo también —musito.

Abro los ojos y enfoco la tenue luz de la luna que baña este claro. Todo parece tan calmado aquí, tan alejado del ruido y de los demás, y sin embargo mi mente sigue en otro sitio esta noche. El problema es que no sé dónde. Sammy profiere un grito a lo lejos, luego se oye un chapoteo débil, pero lo que más destaca entre todo el ruido son las carcajadas de Kai, profundas y melódicas. Algo en mí se remueve. Descubro que es el irrefrenable deseo de volver a la fiesta y pasar tiempo con él porque no sé cuándo de marchará del cumpleaños ni cuándo lo volveré a ver.

Porque ya no me quedan muchas excusas para compartir tiempo con él.

Solo la galería, la pintura y las dudas que me sé de memoria después de que me las haya explicado decenas de veces. Y es extraño cómo el tiempo corre siempre a su lado. Da igual los años que pasen, tiene el talento de apropiarse del momento, llenarlo de colores y de su presencia.

—¿Anna? —La voz de Gianni me devuelve a este lugar. Pestañeo, confundida.

—¿Qué has dicho?

Me aparto con la excusa de deshacerme de la copa vacía colocándola en el suelo. Gianni se bebe de un trago la suya y la pone al lado. Lo observo en silencio mientras recorta los centímetros que nos separan. Tiene el cabello oscuro algo revuelto.

—Estabas completamente absorta —comenta y distingo ternura en su mirada.

Me pregunto si me miraría con tanta ternura si supiera que sí, que estaba completamente absorta, pero en la risa de Kai.

Una de sus manos se posa en mi cintura, tirando de mí para cerrar la distancia, y me eleva el mentón con la otra. Sus labios rozan los míos y el corazón me vibra inquieto. Un huracán de emociones contradictorias me sacude el cuerpo. Por un instante, me asusta no sentir ni la mitad de lo que me suponía besar a Gianni. Cuando su lengua humedece mis labios, apretados en una línea infranqueable, no lo soporto más.

Interpongo una mano y empujo con sutileza su torso.

—Anna... —Mi nombre es un suspiro rasgando su voz ronca mientras dirige una mano a mi mejilla y me acaricia la piel—. ¿Qué te pasa?

Elevo la vista, aterrada, y me enfrento a sus ojos claros, esos que siempre me han dado un vuelco al corazón. No siento nada más que miedo. Miedo a hacerle daño, porque le dije que lo salvaría. Que pelearíamos juntos contra sus demonios y ese pasado que lo atormenta. Pero este beso me ha sabido a distancia. A un muro helado infranqueable. Como si hubieran cortado el hilo de mis sentimientos, de la conexión emocional, y tan solo quedara el deseo físico. Las palabras se me atascan en el pecho. No sé qué responderle. ¿Estoy bien?