Capítulo 26

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Brianna no se había creído capaz de dar semejante paso por sí sola, sin embargo, lo había logrado

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Brianna no se había creído capaz de dar semejante paso por sí sola, sin embargo, lo había logrado. Se había escapado del palacio y engañado a los agentes de seguridad mejores entrenados del país.

Después de parar en una estación de servicio y llenar el tanque de gasolina, cosa que jamás había hecho en su vida, compró un mapa de rutas.

Estuvo tentada a pedir indicaciones de cómo llegar al lugar de destino que tenía en mente, pero no quería que nadie, por extraño que fuera, supiera a dónde se estaba dirigiendo.

Si iba a hacerlo, tenía que hacerlo bien.

Con gran dificultad y también mucho esfuerzo, buscando concentrarse a pesar del dolor en el pecho por la tristeza que la invadía, logró entender el mapa y encontrar en ese papel inmenso la forma de llegar a destino.

Condujo por horas, sumida en un profundo silencio sin siquiera encender la radio del coche y solo deteniéndose por pequeños periodos de tiempo cuando sentía que las piernas se le estaban por acalambrar.

El viaje duró más horas de las que había imaginado y lo dio por terminado cuando estuvo frente a un cartel con el nombre del pequeño pueblo que buscaba.

No sabía por qué estaba allí, por qué le había parecido el lugar idóneo para vivir por un tiempo mientras decidía qué hacer con su vida.

Días atrás, cuando había visitado la casa de Ría, había visto la foto de ella y su esposo en su viaje de bodas. Era una playa del sur del país, en un pequeño poblado que recibía pocos turistas por temporada.

Incluso conocía el nombre de pila de los dueños de aquella cabaña en la que su amiga había estado. Ría era muy habladora, y de haber sabido que estaría allí en tan poco tiempo, habría indagado un poco más.

Pero no fue difícil hallar hospedaje, una vez dentro del pueblo, recibió indicaciones exactas del lugar que ella buscaba y de esas mismas personas.

El matrimonio de ancianos que le habían rentado la casa a los Ballas había fallecido años atrás, pero su hija y su actual marido ocupaban ahora una de las cabañas y todavía tenían la otra en alquiler.

Era increíble la forma en la que se manejaban las personas de ese lugar. Daban datos a cualquier desconocido, como ella, y la trataban con toda la cordialidad del mundo. En la ciudad en la que había crecido, las personas rara vez se miraban dos veces al cruzarse en una vereda, y ella nunca se había podido acercar demasiado a nadie sin ser reconocida y acosada por los paparazzi, incluso siendo una niña.

A pesar de haber tenido todo como Lía había asegurado, su vida jamás había sido fácil. La habían criado niñeras a montones, sus padres siempre habían preferido tenerla lo más lejos posible porque temían que causara algún desastre que los avergonzara y la mayoría de los amigos que había hecho en el colegio terminaban por usarla para vender alguna estúpida historia a los medios.

Descontrol en la realeza (Los van Helmont I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora