Alioth encontró a Brianna apoyada en el barandal de la escalera y sin decirle nada, posó una mano en su espalda para hacerle saber que estaba allí.
La pelirroja giró un poco la cabeza para mirarlo.
—Alioth, yo... —comenzó diciendo, pero él se llevó un dedo a los labios para silenciarla.
—No digas nada, ya sabes que las paredes oyen —musitó haciendo un movimiento con la cabeza para salir de allí—. Vamos, podemos hablar en mi habitación. Ya no nos esperarán para cenar.
Ella aceptó y dejó que la condujera escaleras arriba sabiendo que la privacidad en ese lugar era casi inexistente.
Cuando llegaron, lo primero que hizo fue quitarse los zapatos de una patada, se sentó en la cama subiendo los pies al colchón y juntando las rodillas sobre su pecho para poder apoyarse sobre ellas.
—Sé cómo te sientes —dijo él ubicándose a su lado.
—Pues no lo parece —respondió con la voz amortiguada por sus piernas—. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo, Alioth? ¿No ves lo que nos están haciendo?
—Lo sé desde esta mañana, tuve más tiempo para procesarlo —compuso avergonzado.
—Lo sé. Tú y todo el mundo —ladró Brianna llevándose las manos a las orejas y tocando los pendientes que su hermana le había dado—. Excepto yo, por supuesto.
—Las gemelas no lo sabían —agregó Alioth ganándose una mirada fulminante.
Brianna se puso de pie porque necesitaba tomar distancia de él.
—Tendrías que habérmelo dicho —siseó.
Estaba enfadada con él, una novedad, porque era algo que nunca le ocurría, podría molestarse con cualquier persona, excepto con Alioth. Se sentía traicionada, él tendría que habérselo advertido de alguna forma, ella lo habría hecho de estar en su lugar.
¿Que sus padres se preocupaban por ellos? Sí, por supuesto. Si los quisieran tanto no los pondrían en esa posición jamás, no se extorsionaba a las personas que uno quería.
Y habían dado en el clavo. Habían encontrado la forma perfecta de obligarlos a hacer lo que tanto ansiaban.
Alioth estiró un brazo y tomó su mano, aunque al final terminó poniéndose de pie antes de hablar, haciendo que fuera ella quien tuviera que mirar hacia arriba, sin tacones, la diferencia de altura era aproximadamente de una cabeza.
—No podía, entiende que no podía hacerlo. Te conozco, ibas a intentar sabotear todo y solo lo empeorarías.
—¿Empeorarlo? Esto no se puede empeorar, es un desastre. Los cuatro son unos... perversos —replicó frustrada—. Tenemos que encontrar una forma de salir de esta. No vamos a dejar que ganen.
Alioth soltó un largo suspiro que denotaba cansancio. Bri imaginaba que no había sido fácil guardar la compostura durante todo el día con semejante carga y eso hizo que el enojo que sentía hacia él terminara por diluirse.
—Hay demasiado en riesgo como para hacer tonterías. Esta vez tenemos que ser más cuidadosos, Bri. Ninguno está dispuesto a tolerar ni un juego más —compuso con seriedad.
Ella asintió varias veces.
—Lo sé, pero... solo necesitamos una idea muy buena. Más que buena. Un plan que sea perfecto.
El príncipe volvió a sentarse en la cama y la contempló con cierta resignación. Había sabido de antemano que Bri no se rendiría a la idea de aceptar que por una vez, sus padres los habían derrotado y si él intentaba llevarle la contraria, solo conseguiría lastimarla. Era mejor dejarla procesar las cosas a su modo, sin presionarla.
—¿Sabes? Quizás podrías hablar con tus padres... ¿Tal vez decirles que estás enamorado de alguien más y...?
Alioth la interrumpió con una risa.
—No, ni siquiera termines esa frase, es la peor idea que has tenido en tu vida —apuntó contemplándola con ternura—. No funcionaría de ninguna manera, Bri.
—¿Por qué? Yo no puedo hacerlo, no me creerían, pero a ti...
—¿A mí sí? ¿Piensas que me creerían si les digo que estoy enamorado de alguien más? —inquirió inclinándose hacia ella—. Dales algo de crédito, Bri. No son los mejores padres del mundo, pero me conocen.
—¿Y por qué no lo creerían? Aunque seas un mujeriego tienes todo el derecho a enamorarte. Algún día lo harás.
El rubio arrugó la frente sintiéndose mínimamente insultado, pero no se lo hizo saber porque comprendía el punto de Brianna.
Sin embargo, quien no entendía nada allí era ella. Había una razón muy simple por la que sus padres no le creerían una mentira semejante a la que Bri planteaba: ellos sabían que llevaba enamorado de Brianna desde que tenía uso de razón.
Brianna se sentó a su lado una vez más y mantuvo la espada recta mientras lo miraba fijo, con una expresión que reflejaba lo ofuscada que estaba.
—¿Estás escuchando algo de lo que digo? ¿Por qué estás tan distraído, Alioth? Tenemos que pensar.
—Eso estoy haciendo —susurró él.
—¿Y no vas a compartir esos pensamientos conmigo? —insistió Bri suavizando la voz.
—Es mejor que no —murmuró poniéndose de pie porque ahora era él quien necesitaba tomar distancia. Como solía ocurrirle, sabía que si no lo hacía terminaría por besarla. A veces tenía que poner todo de sí para no ceder a la tentación y cometer un error que podría llegar a ser irreparable—. Deberíamos salir y despejarnos. Hoy no vamos a pensar nada racional, tenemos que enfriarnos un poco.
Se acercó hasta el guardarropas y se quitó la corbata antes de colocarse una chaqueta de cuero. Se volvió hacia ella casi esperando que estuviera en la puerta lista para marcharse, pero Brianna estaba a dos pasos de él observándolo de brazos cruzados.
—¿Salir? —preguntó viéndolo como si estuviera loco—. ¿Salir a dónde? ¿No es eso lo que nos metió en este lío en primer lugar? Nosotros no podemos salir, lo que tenemos que hacer es sentarnos y pensar cómo vamos a resolverlo.
Estaba a punto de decirle que no había forma de resolver ese problema porque su padre le había dejado claro que era una órden que no podía desobedecer a menos que quisiera perderlo todo, no obstante, se contuvo y se obligó a intentar parecer relajado.
—Lo haremos mañana. Ahora necesito un trago y salir de esta jaula de oro por algunas horas —replicó colocando una mano en su hombro—. Tu necesitas lo mismo. Mírate estás a punto de tener un ataque de nervios, recuerda que llevas los genes de tu madre. Podrían despertarse en cualquier momento.
Brianna apretó los labios en un fina línea por pocos segundos antes de ceder.
—Está bien, voy a buscar algo de ropa de Jess, no puedo salir vestida así.
—No te tardes.
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Descontrol en la realeza (Los van Helmont I)
RomanceAño 1994: La familia real de Sourmun nunca se había enfrentado a escándalos semejantes a los que estaba provocando el actual heredero al trono y era necesario ponerle un punto final. Blancos favoritos de los paparazzi, el príncipe Alioth y su mejor...