El gran día había llegado y a pesar de que no había nada que deseara más que casarse con el hombre que amaba, Bri no se sentía tan animada como creía que debería.
Habían ocurrido muchas cosas en esas últimas dos semanas que habían hecho mella de su estado de ánimo, arrastrándola a un desequilibrio emocional del que le estaba costando recuperarse.
El doctor Melton le había confirmado el embarazo y se había disculpado mil veces por el error del laboratorio y por no haberse dado cuenta antes. A Bri no le había sorprendido, ella había dado por hecho que estaba esperando un bebé días atrás y era una de las pocas alegrías que llenaban sus días además del apoyo incondicional por parte de Alioth.
Pero luego estaban los infinitos problemas que no disminuían ni parecían querer hacerlo pronto.
Para empezar, había tenido que enfrentar y soportar los reclamos de sus padres y las interminables formas de demostrarle lo decepcionados que siempre habían estado de ella. Aunque Brianna fingiera que no le importaba, una parte muy dentro de ella se rompía cada vez que los oía.
También estaba el hecho de que su boda estaba a la vuelta de la esquina y los responsables de los atentados no aparecían. La investigación parecía estar detenida porque desde hacía semanas no se hallaban pistas concretas, a pesar de que todos sabían que la amenaza no se extinguiría solo porque sí y el gran temor, cada vez más factible, era que se produjera un nuevo ataque en la boda.
Pero esta no podía cancelarse bajo ningún concepto. El rey y su esposa estaban dispuestos a arriesgar la seguridad de los invitados e incluso la suya propia con tal de evitar el escándalo que podría producir la suspensión del evento con los rumores que ya estaban instalados en todos lados acerca de la misteriosa desaparición de la novia y los cotilleos que circulaban acerca de una supuesta amante del príncipe.
Y era inevitable, pensaba Brianna, todo el mundo hablaría cuando Geraldine naciera. ¿Qué iban a decir? Ella no podría hacerla pasar por su hija biológica porque todavía estaría embarazada de unos cinco meses de su propio hijo o hija. Tal vez si hubiese existido menos diferencia podrían haber llevado a cabo el engaño, pero ahora no era una posibilidad.
Dirían la verdad, habían decidido Alioth y Bri. Se esforzarían por hacer que todos entendieran que no había existido engaño alguno y que todos eran felices.
Excepto la reina, por supuesto. Arlet no lo aceptaba y Brianna se temía que nunca llegara a hacerlo. Estaba casi prohibido hablar de Lía en su presencia y también había dejado claro que esa niña nunca sería su nieta. Ewen, por suerte, no se mostraba tan incomprensible aunque sí algo reacio. Su única felicidad era el nieto que ellos dos les darían y que rezaba cada día porque fuese un niño para poder tener un heredero varón como había ocurrido en todas las generaciones de su dinastía.
Y lo que a Bri más le había afectado era tener que aceptar que Lía no se recuperaría. Había convencido a Alioth de buscar a los mejores médicos especialistas en oncología del país y hasta uno proveniente de Alemania que habían conseguido por medio de los contactos de la familia van Helmont. Todos habían revisado el caso y casi de manera conjunta habían llegado a la misma conclusión. Ya no había nada que hacer.
ESTÁS LEYENDO
Descontrol en la realeza (Los van Helmont I)
RomanceAño 1994: La familia real de Sourmun nunca se había enfrentado a escándalos semejantes a los que estaba provocando el actual heredero al trono y era necesario ponerle un punto final. Blancos favoritos de los paparazzi, el príncipe Alioth y su mejor...