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En un rincón de Tokio, en medio de luces y pasarelas, Kakucho estaba ahí, delante de las cámaras. Tenía la misma presencia imponente de siempre, su postura firme y su expresión algo melancólica, pero ahora también había un toque de elegancia que nadie en su vida de barrio hubiera imaginado en él. Era el modelo estrella del evento, alguien que la gente admiraba desde la distancia, aunque él nunca se hubiera considerado alguien digno de admirar.
Tú, en cambio, estabas detrás de las cámaras, como siempre. Habías diseñado la última colección para la que Kakucho estaba modelando, y verlo ahí, vistiendo tus ideas, te llenaba de una mezcla de orgullo y nostalgia. Ambos habían recorrido un largo camino desde aquellos días en los que corrían juntos por el parque del barrio, soñando con destinos diferentes. Nunca habrías imaginado que el mismo chico con el que compartías tardes de juegos y confidencias de niño, terminaría siendo el rostro de tus creaciones. Era casi como si el destino se hubiera empeñado en que sus caminos se cruzaran una y otra vez.
Él notó tu presencia antes de que tú misma te dieras cuenta de que él te estaba mirando. Sus ojos parecían cargados de memorias compartidas, de risas, de momentos de confianza, pero también de un cierto resentimiento. Habían tenido roces en el pasado, pequeñas discusiones y malos entendidos que nunca se solucionaron del todo, y que habían dejado una distancia incómoda entre los dos.
Después de la sesión, mientras las luces se apagaban y el equipo empezaba a recoger, Kakucho se acercó a ti, con esa mezcla de seriedad y suavidad que solo él lograba combinar.
—Así que... ¿fui lo suficientemente bueno para tu diseño? —preguntó en un tono mitad bromista, mitad desafiante.
Sonreíste levemente, aunque con la misma reserva de siempre. Esa era tu forma de responderle, sin demasiada apertura, protegiéndote de lo que él podría decir o hacer. Había algo en él que siempre lograba poner tus emociones en conflicto, y aunque no te gustaba admitirlo, aún te importaba su opinión.
