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La lluvia había empezado a caer apenas cruzaron el parque. Caminaste junto a Wakasa sin hablar demasiado, bajo el mismo paraguas que él sostenía sin esfuerzo. De vez en cuando, sentías su mirada de reojo, como si esperara que dijeras algo. Pero tú fingiste estar distraída, apretando las correas de la mochila con más fuerza de la necesaria.
Sabías que algo no estaba bien. Lo sabías desde que él, en la entrada de tu escuela, alzó el celular y te mostró esa foto.
Tú, parada junto al chico del colegio vecino. Él demasiado cerca. Tú… sin alejarte.
— ¿Eso es de hoy? —preguntaste en voz baja, nerviosa.
Wakasa solo asintió.
El resto del camino fue silencioso. Y cuando entraron al departamento, el ambiente era aún peor.
Shinichiro estaba en la cocina.
Recargado contra la barra, con las mangas de su chaqueta subidas, la mandíbula apretada, los ojos fijos en ti como si hubiera estado esperándote desde que cruzaste la calle.
— Hoy ese tipo volvió a hablarte.
Te congelaste.
Wakasa dejó el paraguas cerrado junto a la puerta, sacudiéndose el agua del cabello. Te miró de reojo, como si no quisiera intervenir… pero tampoco pudiera callarse.
— No lo iba a decir —murmuró Wakasa, cruzando los brazos—, pero la foto hablaba por sí sola. Y Shin ya estaba de malas desde ayer.
— No estaba de malas —corrigió Shinichiro, sin apartar la vista de ti—. Estaba conteniéndome.
Sabías que esa palabra era la clave. Que lo que él sentía no era simple incomodidad. Era celos. Deseo. Y frustración. Mucha frustración.
— ¿Y qué? ¿Ahora tengo que darles explicaciones? —intentaste bromear, pero la voz te tembló más de lo que querías.