¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
• TODOS LOS PERSONAJES SON MAYORES DE EDAD.
• SI NO TE GUSTA ESTE TIPO DE CONTENIDO, TE INVITO A QUE NO LO LEAS
•DISCULPEN LAS FALTAS Y ERRORES DE ORTOGRAFÍA.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Desde que tenías memoria, todos los miembros de los Black Dragons te miraban con respeto. No porque fueras débil —jamás lo fuiste—, sino porque eras la hermana menor de Takeomi Akashi. Y eso bastaba. Tu apellido era un escudo, una advertencia silenciosa para cualquiera que pensara acercarse demasiado.
Especialmente para Shinichiro Sano y Wakasa Imaushi.
Aunque con ellos… esa supuesta “distancia” siempre fue una ilusión.
Tenías catorce cuando empezaste a entrenar más en serio. Ellos ya tenían diecisiete, eran leyendas vivientes dentro del grupo. Y aún así, después de cada entrenamiento en el dojo, se quedaban contigo un rato más. A veces, simplemente compartiendo agua y silencios. Otras veces, riéndose de lo torpe que podías ser al intentar replicar sus movimientos. Te trataban como “una más”, sí, pero había algo... algo que no sabías poner en palabras.
A veces, sus ojos se quedaban fijos en ti un poco más de lo normal. A veces, te preguntaban cómo te sentías con una voz tan suave que te dejaba confundida durante días. Y aunque siempre pensaste que eran ideas tuyas, que era imposible que pensaran en ti de otra forma… hubo una vez que todo se volvió demasiado evidente.
Un día, durante el entrenamiento, intentaste bloquear una patada de Wakasa. Pero tus reflejos te traicionaron, perdiste el equilibrio y caíste de espaldas con un quejido ahogado. — ¡Oye! — exclamó Wakasa, su voz rasgando el aire con una mezcla de urgencia y desconcierto mientras se acercaba a pasos firmes y veloces. Su silueta se recortó contra la luz tenue del dojo, proyectando una sombra que pareció envolverte en cuanto se inclinó hacia ti —. ¿Estás bien?
Sus ojos, dos abismos violáceos llenos de chispa e intención, se clavaron en los tuyos con una intensidad casi abrasadora. Su rostro, peligrosamente cerca del tuyo, te dejó sin aliento. Sentiste cómo el mundo se estrechaba alrededor de ustedes dos, como si el dojo entero hubiese desaparecido.