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Después de casi 3 meses de no hablar con Bill, Tom se encontró atrapado en un torbellino de emociones. La noticia de que Bill estaba conociendo a alguien más lo golpeó como un balde de agua fría. Los celos y la rabia lo invadieron, llenando su mente de pensamientos oscuros y confusos.

No podía evitar preguntarse cómo había podido seguir adelante sin él, mientras él se quedaba estancado en su dolor. La imagen de Bill riendo y compartiendo momentos con otra persona lo consumía, y cada recuerdo de su propia felicidad con él se transformaba en un recordatorio doloroso de lo que había perdido.

La inseguridad lo asaltaba; se preguntaba si realmente había sido suficiente para Bill o si su amor había sido solo una ilusión. La mezcla de celos y frustración lo llevó a un punto de quiebre, y la necesidad de confrontar a Bill se hacía cada vez más urgente. Tom sabía que tenía que enfrentar sus sentimientos, pero el miedo a perderlo para siempre lo mantenía paralizado. En su interior, una lucha intensa se desataba: el deseo de recuperar a Bill y la rabia por haberlo dejado ir.

Tom no podía dejar de pensar en cómo alguien más tocaba, besaba y acariciaba a Bill, y eso lo llenaba de odio. Cada vez que imaginaba esos momentos compartidos con otra persona, una ola de rabia y celos lo invadía. La idea de que alguien más pudiera estar disfrutando de la intimidad que una vez fue solo de ellos lo hacía sentir como si estuviera perdiendo una parte de sí mismo.

La frustración se acumulaba en su pecho, y cada recuerdo de Bill se convertía en una daga que lo atravesaba. Se sentía impotente, atrapado entre el deseo de aferrarse a lo que una vez tuvieron y el odio hacia la situación que lo mantenía alejado de él. Esa lucha interna lo consumía, llevándolo a cuestionar no solo su relación con Bill, sino también su propio valor y su capacidad para amar. La necesidad de confrontar a Bill se hacía más urgente, pero el miedo a la verdad lo mantenía en un estado de parálisis emocional.

La rabia y el deseo de venganza ardían en su interior, pero al mismo tiempo, una parte de él sabía que hacerle daño a Bill no era la respuesta. Cada vez que pensaba en lo que había pasado, su corazón se llenaba de confusión. Quería que Bill sintiera el mismo dolor que él, pero la idea de lastimarlo lo atormentaba.

Mientras caminaba por la habitación, recordaba los momentos felices que habían compartido. Esos recuerdos lo mantenían anclado a la realidad, recordándole que, a pesar de todo, aún había amor entre ellos. La lucha entre el odio y el amor se intensificaba. Sabía que la venganza solo traería más sufrimiento, no solo a Bill, sino también a él mismo.

Tom se sentó en el borde de la cama, sintiendo el peso de su decisión. No quería convertirse en la persona que lastimara a quien aún amaba. En su corazón, sabía que debía encontrar una forma de enfrentar sus sentimientos sin recurrir a la venganza. La verdadera batalla estaba en encontrar la manera de sanar, tanto para él como para Bill.

Tom quería ir a casa de Bill y hablar con él, pero no sabía cómo reaccionaría Bill a su visita, y eso lo ponía en duda. La incertidumbre lo consumía mientras se preparaba para salir. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron, y cada momento sin Bill se había sentido como una eternidad. La idea de enfrentarse a él lo llenaba de nervios y ansiedad. ¿Qué le diría? ¿Cómo explicaría todo lo que sentía?

Cada paso que daba hacia la casa de Bill parecía más pesado que el anterior. Recordaba los momentos felices que habían compartido, las risas, las conversaciones profundas y los silencios cómodos. Pero también recordaba el dolor que había surgido entre ellos, las palabras no dichas y las heridas que aún no habían sanado. Tom se preguntaba si Bill lo recibiría con los brazos abiertos o si, por el contrario, lo miraría con desdén. Esa posibilidad lo llenaba de temor.

A medida que se acercaba a la puerta de Bill, su corazón latía con fuerza. Se detuvo un momento, respirando hondo para calmarse. Sabía que debía ser valiente, que era el momento de enfrentar sus sentimientos y las consecuencias de sus acciones. Pero la duda seguía acechando su mente. ¿Y si Bill no quería verlo? ¿Y si su visita solo traía más conflictos?

Tom recordó las palabras de un amigo que le había dicho que a veces, para sanar, era necesario enfrentar lo que más tememos. Se obligó a sí mismo a dar un paso adelante y tocar la puerta. El sonido del timbre resonó en su cabeza como un eco de su propia ansiedad. Esperó, sintiendo que el tiempo se detenía. ¿Qué pasaría si Bill no le abría? ¿Qué pasaría si todo lo que había imaginado se desmoronaba en un instante?

Finalmente, la puerta se abrió y ahí estaba Bill, con una expresión que Tom no podía descifrar. La sorpresa en su rostro era evidente, pero también había una chispa de algo más. Tom sintió que su corazón se aceleraba.

-Hola, Bill— dijo, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía. La tensión en el aire era palpable, y ambos sabían que este encuentro podría cambiarlo todo.

Bill lo miró en silencio, como si estuviera sopesando sus palabras. Tom sintió que cada segundo se alargaba, y la incertidumbre lo abrumaba. Quería explicarle todo lo que había sentido, compartir sus miedos y deseos, pero las palabras parecían atrapadas en su garganta. La mirada de Bill era intensa, y Tom no podía evitar preguntarse si había algo de resentimiento en ella.

‐¿Por qué has venido?— preguntó Bill al fin, su voz era suave pero cargada de emoción. Esa simple pregunta desató una tormenta de sentimientos en Tom. Quería decirle que lo extrañaba, que su corazón aún le pertenecía, pero el miedo a la respuesta lo mantenía atrapado. Sin embargo, sabía que debía ser honesto. Era el único camino hacia la sanación.

Con un profundo suspiro, Tom decidió abrirse.

-Vine porque necesito hablar contigo. He estado pensando mucho en nosotros y en lo que pasó. No quiero que esto termine así.— Las palabras fluyeron de su boca, y aunque sabía que la reacción de Bill podría ser impredecible, también sabía que era el momento de ser valiente. La conversación que había estado evitando finalmente estaba a punto de comenzar.

Bill miró a Tom con una mezcla de desdén y tristeza.

-No tenemos nada de qué hablar, así que mejor vete— dijo con voz firme, tratando de mantener la compostura a pesar de la tormenta de emociones que se agolpaban en su interior. Tom sintió que esas palabras lo golpeaban como una ola, arrastrando consigo toda la esperanza que había albergado de que pudieran resolver sus diferencias. La rabia y los celos burbujearon en su pecho, una mezcla tóxica que lo consumía lentamente.

Mientras Bill se alejaba, Tom se quedó parado, sintiendo cómo la frustración lo envolvía. En ese instante, la nueva pareja de Bill apareció, su expresión preocupada contrastando con la tensión palpable en el aire.

-¿Todo está bien?— preguntó, su voz suave pero cargada de inquietud. Tom no pudo evitar pensar en lo que significaba esa pregunta. Si tan solo supieran lo que realmente estaba pasando por su mente; la imagen de Bill siendo tocado, besado y acariciado por otra persona lo llenaba de una rabia incontrolable. Era como si estuviera perdiendo una parte de sí mismo, y eso lo atormentaba.

La nueva pareja de Bill lo observaba con curiosidad, pero Tom se sintió incapaz de articular sus pensamientos. En su interior, luchaba con la idea de la venganza, de hacerle daño a Bill por lo que sentía, pero al mismo tiempo, una parte de él sabía que no podía permitir que su ira lo consumiera. La lucha interna se intensificaba, y Tom se dio cuenta de que debía enfrentar sus sentimientos, no solo hacia Bill, sino también hacia sí mismo. Cada recuerdo de Bill lo hacía cuestionar su valía y su capacidad de amar. La confusión lo envolvía mientras la nueva pareja de Bill se acercaba, y Tom sabía que debía encontrar la manera de lidiar con su tormento antes de que fuera demasiado tarde.

Sin Salida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora