Capitulo 4: El Susurrador de la Niebla

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Hace años, en un pequeño pueblo en las montañas, existía una leyenda sobre una criatura que acechaba a los desprevenidos. Nadie sabía su verdadero nombre, pero en las noches más oscuras, aquellos que caminaban solos sentían su presencia. Se le conocía como El Susurrador.

La historia decía que el Susurrador no era un hombre ni un monstruo en el sentido común. Era un ser etéreo, una manifestación del miedo, nacido de las noches interminables donde la niebla cubría todo como un manto mortal. Nadie lo había visto, pero todos lo sentían. Los primeros susurros llegaban en las noches más frías, cuando la niebla comenzaba a ascender desde el suelo y devoraba las calles.

Los rumores decían que él no cazaba por hambre, sino por placer. El Susurrador encontraba satisfacción en la desesperación, en los momentos en los que sus víctimas caían en la paranoia, sintiendo que alguien las estaba observando. Podía ser cualquiera, cualquier vecino o incluso un desconocido, y era imposible saber cuándo y cómo atacaría.

La gente que desaparecía no dejaba rastro. No se encontraban cuerpos ni señales de lucha. Todo lo que quedaba era el aire pesado y denso, la niebla que parecía tragarse a las personas, y un profundo y sibilante susurro que las víctimas oían justo antes de desvanecerse.

Una noche, un joven llamado Javier, un forastero que había llegado al pueblo a visitar a su tía, decidió quedarse fuera más allá de lo recomendado. La niebla había comenzado a ascender, cubriéndolo todo en un manto gris y espeso. Javier no creía en supersticiones, pero algo en el aire esa noche le decía que debía regresar a la casa. De camino, escuchó lo que parecía un susurro suave, como un viento. No estaba seguro de si lo imaginaba o si era real, pero la sensación de ser observado creció en su pecho.

En un giro repentino, se detuvo y miró alrededor. No había nada. Solo la niebla. La respiración de Javier era más pesada, y sus pasos se aceleraron mientras intentaba regresar a su tía. Pero a medida que caminaba, los susurros se intensificaron, como si lo rodearan. No había voz clara, solo ecos incomprensibles, pero era evidente que algo estaba detrás de él.

De repente, una figura apareció en la niebla. No tenía forma definida, más bien parecía una sombra que se deslizaba entre las corrientes de aire. Javier, paralizado por el miedo, apenas podía moverse. La figura se acercó y, con un susurro tan bajo que sentía que lo atravesaba, dijo: "Te vi primero."

El Susurrador no tenía rostro, pero Javier pudo sentir su presencia de una manera horrible e indescriptible. Su mente comenzó a nublarse, sus pensamientos se desmoronaban, como si todo lo que sabía estuviera siendo arrancado por una fuerza invisible. En ese momento, Javier no pudo luchar contra su instinto primitivo. Corrió, pero la niebla se espesaba, se cerraba a su alrededor, y los susurros se volvían más rápidos, más urgentes.

Sintió la presión en su pecho como si alguien lo estuviera observando desde lo más profundo de su ser. Estaba a punto de caer de rodillas cuando la niebla lo envolvió por completo. En ese instante, los susurros cesaron. Javier dejó de escuchar el sonido del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies. Todo se quedó en silencio absoluto.

A la mañana siguiente, su tía salió a buscarlo. La niebla se había disipado, y la luz del día comenzaba a iluminar el pueblo. Pero Javier no apareció. Nadie vio su cuerpo, ni siquiera su sombra. Solo quedaba una sensación de inquietud en el aire, y la imagen de la niebla que volvía a ascender desde el suelo, como si esperara a que alguien más cayera en su trampa.

La leyenda del Susurrador creció, pero la verdad era que nadie sabía cómo, ni cuándo aparecería de nuevo. Algunas personas afirmaban haberlo sentido, otras decían haberlo oído. Pero lo único que nadie podía negar era el mismo susurro: "Te vi primero."

Y así, el Susurrador se convirtió en algo más que una leyenda. En las noches más frías y oscuras, cuando la niebla comienza a levantarse, algunos todavía afirman escuchar el susurro del monstruo, siempre acechando, siempre esperando, siempre buscando a su próxima víctima.

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