Mi exesposo y yo teníamos veinte años de matrimonio, una hija en común, estabilidad económica y numerosos proyectos a futuro, cuando ocurrió lo que ninguna mujer a sus cuarenta y siete años, espera que ocurra:
—Por favor, no me toques ni me abraces —le dije apartándome de él cuando se acercó a darme un beso al llegar a casa. Su rostro se tornó pálido—. Sabes que ya no hay vuelta atrás. Te dije que no iba a dejar pasar una más. Se acabó.
—¿De qué estás hablando, Olivia? ¿Qué pasa?
Intentó acercarse a mí, pero mi reacción fue alejarme de él como si su contacto me quemara. Y quizá era así. Sentía odio, frustración, dolor, impotencia; todo al mismo tiempo.
—Te dije que no quiero que me toques.
Mis palabras salieron con una firmeza que no reconocía en mí. Quizá era por la rabia que sentía que era más grande que yo, o porque mi corazón ya no soportaba una herida más.
—¿Podemos hablar? Dime, ¿qué sucede?
—¿Puedes parar de fingir? ¿No te parece que ha sido suficiente ya?
Él seguía ahí, con esa expresión de falsa confusión. Como si no pasara nada. Como si de verdad no lo hubiera hecho otra vez.
Era increíble lo cínico que podía llegar a ser.
—Sea lo que sea que te hayan dicho, podemos hablarlo y solucionarlo juntos. Como siempre lo hemos hecho —pronunció él con una serenidad que me golpeó como un puñal en el pecho. Aquellas palabras resonaron en mi interior, recordándome las numerosas ocasiones en las que había creído ciegamente en sus engaños. Durante años, había llamado «solución», al acto insensato de cubrir mis ojos con una venda, negándome a ver la verdad que se ocultaba detrás de su: «Voy a cambiar. No volveré a hacerlo». Él nunca cambiaría.
—¿Puedes ser un hombre y tener las agallas de admitir que tienes una amante? —grité, liberando toda la rabia y el dolor que había contenido durante años. En ese momento, me deshice del papel de esposa sensata y calmada que había adoptado durante tanto tiempo. Le grité por todas las veces que me contuve, por todas las ocasiones en las que creí sus mentiras y reprimí mis propias emociones para proteger nuestro matrimonio. Pero, la realidad era que él había sido el causante de todo ese daño, de destruir lo que construimos, y no solo en ese momento, sino en incontables ocasiones en el pasado.
—Escucha...
—Admítelo —volví a gritar, y su expresión cambió cuando lancé contra el piso, un portarretratos con una foto nuestra.
Se quedó en silencio por unos segundos, que fueron eternos.
—Está bien, sí hay alguien más, pero no es nada serio.
Al escuchar su respuesta, un dolor punzante se apoderó de mi pecho. Cada palabra se repetía en mi cabeza como si tuviera eco. Sentí cómo el suelo se desvanecía bajo mis pies y mi corazón se desgarraba en mil pedazos. Las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero me negué a dejarlas salir. Quería mantenerme firme, pero por dentro, me sentía devastada.
El silencio que siguió a su confesión era abrumador. En esos segundos que parecieron una eternidad, me encontré atrapada en una tormenta de emociones contradictorias. Sentí rabia, tristeza, incredulidad y una profunda sensación de traición. Había confiado en él, había creído en sus palabras, y ahora todo se desmoronaba ante mí.
Por un momento, el mundo pareció detenerse, mientras luchaba por encontrar una forma de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿No es nada serio y le compraste un departamento?
—No es lo que piensas —dijo con la voz entrecortada, al tiempo que intentaba acercarse a mí, con pasos cautelosos.
—Quiero que te vayas.
—No hagas esto, por favor. De verdad podemos solucionarlo.
—¿Solucionarlo? —bufé con frustración—. Tú no tienes solución, Héctor. —A pesar de mi intento por mantener la compostura, mis palabras se quebraron, y salieron acompañadas por las primeras lágrimas que brotaron como un torrente incontenible—. Yo no estoy haciendo nada, porque al final, el que se encargó de hacer todo esto, fuiste tú solito. Fuiste tú quien se encargó de destruir todo lo que fuimos, y todo aquello que pudimos llegar a ser.
Ese día, tomó una maleta y la llenó con algunas de sus pertenencias, sin saber que también se llevaba consigo todos mis planes, mis sueños y todo lo que alguna vez imaginé que seríamos juntos. Se llevó mi corazón y mi alma en ese equipaje, dejándome con la pregunta de si algún día podría recuperar lo que se había llevado de mí.
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Postdata DEJARÁS DE DOLER
SpiritualESTE LIBRO ES PARA TI SI... * Sientes que no podrás seguir adelante sin esa persona. * Te rompieron el corazón y no sabes cómo unir las piezas. * Tuviste que irte, cuando lo que más querías era quedarte. * Te cuesta respirar y no haces más que llora...