Cap 8 - Decisiones

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Habían pasado tres días desde aquel suceso con mi madre y el sueño con esa anciana. No había vuelto a probar alcohol, aunque confieso que, debido a eso, mis noches volvían a ser eternas.

—Empiezo a creer que las licencias de conducir vienen dentro de las cajas de cereal, y por eso hay cada idiota conduciendo en la calle, haciendo estupideces y causando estragos sin sentido —dijo Elena al llegar a la cafetería, visiblemente alterada.

—¿Qué sucedió?

—Sucedió que tuve que aguantar cuarenta minutos de tráfico solo porque algún idiota olvidó que los autos necesitan combustible para poder andar.

No pude evitar soltar una pequeña risita.

—Pero eso nos ha sucedido a todos alguna vez, ¿no?

—Oli, ¿sabes que los autos tienen un tablero justo frente a ti que se ilumina como el puto sol cuando necesitan combustible? Pero, dejemos eso de lado. Digamos que eres tan despistado como para no ver la lucecita. Aún así, ¿no te parece estúpido no orillar el auto cuando te das cuenta de que ya no avanza y en lugar de eso, optas por quedarte como un florero en medio de la calle, en plena hora pico?

Ella realmente se estaba tomando muy a pecho el tema.

—Bueno, pero ya estás aquí, ¿no?

—Claro, cuarenta minutos después, y mientras, tú te secabas aquí sola esperándome.

—No te preocupes por eso. Igual no tenía nada importante que hacer durante esos cuarenta minutos —dije, intentando que se relajara—. ¿Quieres algo de tomar?

—Un Cloud Macchiato estaría perfecto para quitarme este mal sabor de boca que cargo.

Me causaba un poco de gracia ver lo exagerada que podía ser Elena.

—Muy bien. Ya te lo consigo.

—Pero no, no, espera, déjame mostrarte primero por qué te cité aquí —propuso, mientras procedía a sacar algo de su bolsa para entregármelo. Era un folleto—. Mira para dónde vamos este fin de semana.

Pensé que era una de sus propuestas locas de escape a las que siempre me negaba, pero para mi sorpresa, se trataba de un retiro especial para mujeres con propósito, pero lo que me sorprendió no fue exactamente eso, sino el hecho de que el folleto que me entregó Elena, era el mismo que me había entregado aquella anciana en mi sueño.

—¿Cómo lo ves? Vamos a ir, ¿cierto? Porque creo que será increíble para las dos —me preguntó, y yo no podía apartar los ojos del folleto—. Vamos, Olivia, se ve súper interesante, y creo que te vendría bien. Mira todas las cosas que promete.

Con el folleto aún en mis manos, procedió a leerme toda la promesa que venía plasmada en el papel.

—No creo que sea tan interesante como lo estás haciendo ver tú. Pero sé que ese es tu don. —Dejé el folleto en la mesa, examinándolo desde la distancia, como si fuera un bicho raro.

—¿Qué don? —Elena me miró con curiosidad.

—El don de maximizar y hacer ver increíble hasta las peores cosas que nos pasan. —Le devolví una sonrisa irónica.

—Amiga, mi marido me dejó hace seis años y yo todavía sigo esperando a que se arrepienta y venga arrastrándose a mis pies por una segunda oportunidad. ¿Y qué es lo que hago mientras eso pasa?

Me dedicó una sonrisa de superioridad, esperando mi respuesta.

—Aprovechar cada oportunidad que te ofrece la vida para empoderarte, para que cuando llegue ese momento... —intenté decir con seriedad, pero Elena me interrumpió con una risa sarcástica.

—Mandarlo directito a la mierda. —Me arrebató el folleto y añadió con determinación—. Y esto, querida amiga, es una de esas oportunidades que me ofrece la vida para lograrlo. Así que tú y yo vamos a ir a ese encuentro de mujeres.

Intenté inventar mil excusas para convencerla de que no era buena idea, incluso le hablé de lo demasiado caro que me resultaba, pero ese nunca sería un problema para Elena, y solo logré que terminara diciéndome que ella pagaría todo y que si el lugar resultaba ser una mierda, no tendría que devolverle el dinero. Intenté negarme también a eso, pero su mirada era como si estuviera armando un plan maestro. Ya era una decisión que había tomado por ambas.

Eran las diez de la mañana del viernes cuando recibí la llamada de Elena. Me dolieron los ojos cuando intenté abrirlos, y asumí que se debía al hecho de haber pasado la noche entera llorando.

—Voy por ti en cuarenta minutos —fue lo que escuché.

—¿Para dónde vamos? —pregunté, con voz somnolienta.

—¿Cómo que para dónde vamos? A empoderarnos, mujer, a empoderarnos.

Tardé unos segundos en asimilar de lo que estaba hablando, y durante ese pequeño lapso de tiempo lo único que pensé era que mi amiga se había vuelto loca.

—¿Hola? ¿Sigues ahí o ya moriste?

—Sí, sí, digo, no morí, aquí estoy. Es solo que... no lo sé —balbuceé—. No esperaba que... es decir, no pensé que hablaras en serio cuando mencionaste ir a ese retiro.

—¿Y desde cuándo digo cosas que no son en serio? Mis palabras son promesas, querida, deberías saberlo ya. Y todas, todas, las cumplo. Así que vístete, que llego por ti en treinta minutos, porque ya perdiste diez mientras balbuceabas.

Tal como lo prometió, en treinta minutos estaba frente a mi casa tocando la bocina de su auto. Apenas tuve tiempo de ducharme y meter algunas cosas en una maleta, ya que según lo que dijo Elena, el retiro duraba tres días.

Lo que me preocupaba era dejar a mi hija y a mi madre durante tanto tiempo. Nunca me ausentaba tantos días de casa y adonde iba, ellas siempre me acompañaban.

—Mamá, ya tengo casi diecinueve años, puedes irte tranquila que nada me va a pasar —me dijo mi hija.

—Y yo ya tengo setenta y cinco, así que por mí ni te preocupes, que todavía puedo cuidarme sola.

Sé que esas fueron sus formas de convencerme para que me fuera tranquila.

Tomé la maleta y me dirigí a la salida.

—Mami. —Escuché la voz de mi hija y me detuve—. Todo va a estar bien, ¿vale? Diviértete mucho.

—No estoy yendo de vacaciones o a una fiesta, cariño, es un retiro.

—Lo sé, pero eso no significa que no puedas disfrutar cada momento y divertirte. Te lo mereces.

Me devolví y la abracé con la fuerza con la que abrazas a alguien que representa el motor de tu vida.

—Te amo, mami. Estoy orgullosa de ti.

—Yo también estoy orgullosa de ti, mi amor.

No pude contener las lágrimas que comenzaron a correr por mis mejillas.

—Yo no voy a llorar, ¿okey? Recuerda que los gatos no lloramos. Así que ve, que Elena no tardará en bajar o en armar un escándalo con la bocina del auto para que te apresures. Ya sabes que la paciencia no es uno de sus dones.

Sonreí y seguí su consejo, pero antes de irme, la abracé una vez más. Al salir, confirmé que mi hija tenía razón, ya que Elena se había bajado del auto y avanzaba hacia la entrada con evidente impaciencia.

—Pensé que te habías escapado por la ventana para no venir.

Después de esas palabras, subimos al auto y nos embarcamos en un viaje del que, una parte de mí no esperaba nada, mientras que la otra, ansiaba que fuera el comienzo de un nuevo capítulo en mi vida. Que fuera el reencuentro con esa parte de mí que necesitaba recuperar, tal y como lo prometía el folleto.

Postdata DEJARÁS DE DOLERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora