Su indiferencia se volvía cada vez más insoportable, y mi tristeza comenzaba a transformarse en rebeldía. Quería hacerle sentir lo mismo. Quería demostrarme a mí misma que también era capaz de despertar deseo en otro hombre que no fuera él. Mi dignidad lastimada se había convertido en una amalgama de ego herido y anhelo de venganza. Me sentía desesperada y había empezado a tomar y a salir de fiesta con más frecuencia.
Pero recuerdo aquella noche en el club nocturno que era nuestro, el que habíamos construido juntos. Estaba con unas amigas, entre ellas Elena, mi mejor amiga desde hacía nueve años. Estábamos disfrutando de unos tragos. Y era consciente de que las cámaras de seguridad registraban cada instante, sabía que él podía estar observando a través de ellas.
Elena me dio un leve golpe en el brazo, señalándome al joven que acababa de entrar; era Carlos. Desde la entrada, sus ojos se posaron en nosotras, o quizá solo en mí. No lo sé.
Mi amiga, con una sonrisa traviesa se acercó a mi oído y susurró: «Un clavo saca otro clavo, y él parece ser perfecto». Por un instante, su comentario me molestó. Una dualidad se hizo espacio en mi interior, porque una parte de mí quería vengarse y hacerlo reaccionar, pero la otra, se sentía comprometida a mantener el comportamiento de una mujer que seguía estando casada. Además, me preocupaba demasiado lo que pudieran pensar de mí si me veían con alguien que no era mi esposo. Ante los ojos de todos, yo seguía estando casada.
No era la primera vez que veía a Carlos en el bar. En otras ocasiones lo había visto allí, siempre solo. Era joven, atractivo, y había algo seductor en su mirada, en esa forma en la que me observaba desde la distancia con una mirada lasciva.
De pronto, lo vi caminar en dirección a mí. Venía con una seguridad desbordante, y no pude evitar sentirme nerviosa. Parecía una adolescente, pero supongo que era normal, habían pasado veinte años desde la última vez que coqueteé con alguien.
¿Era posible que, a mi edad, aún pudiera despertar el interés en un hombre?
—Buenas noches, señoritas. —Su voz era gruesa y varonil, a pesar de ser muy joven.
—Señoras, cariño, aunque no lo parezcamos —bromeó Elena, con un tono jocoso.
Carlos sonrió, pero sin quitar su mirada de mí.
—¿Puedo invitarte a bailar? —me preguntó sin preámbulos.
—¿Bachata? —bufé, con cierto nerviosismo—. Créeme, no quieres terminar con los pies hechos trizas —respondí con una sonrisa, tratando de disimular los nervios.
—Estoy dispuesto a correr el riesgo.
Extendió su mano hacia mí, con una sonrisa encantadora que me dejó sin posibilidad de negarme. Segundos después, estábamos en la pista de baile.
No puedo negar que me sentía extraña. Y mientras bailábamos, no podía dejar de pensar en lo que los demás pudieran estar pensando de mí. Todos me conocían como la propietaria del lugar, y ahí estaba yo, bailando con un hombre atractivo que no era mi esposo. Por un momento olvidé las cámaras de seguridad y que Héctor podría estar viendo esa escena. Era mi momento de demostrarle que también podía disfrutar de la vida con alguien que no fuera él. Y también con alguien mucho más joven.
Bailamos casi toda la noche. En mi mente, solo rondaba la idea de vengarme, y para Carlos, parecía no haber ninguna objeción en convertirse en mi instrumento de desquite. Él sabía que era casada, y al parecer eso no era un inconveniente.
Eran las cinco de la mañana cuando la música se apagó y, discretamente, abandonamos el lugar. La tensión entre nosotros era palpable, el deseo sexual se podía sentir en el aire. Ambos estábamos demasiado ebrios, y el alcohol, actuando como un desinhibidor por excelencia, hacía que todo resultara más sencillo, más accesible.
Pero más allá de eso, había una motivación aún más profunda: la necesidad de pagarle a Héctor con la misma moneda, de recuperar mi dignidad y autoestima. Esa urgencia de vengarme por todas las veces que me hizo sentir como una idiota. Era este impulso lo que me empujaba a dar el paso que estaba a punto de dar.
Ojalá pudiera decirles que lo logré, que en los brazos de otra persona pude encontrar el alivio que necesitaba, que me sentí mejor, pero les mentiría. No fue así, al contrario, despertar junto a Carlos me hizo sentir tan miserable. Sin contar con que, cada segundo que estuve con él, deseé que fuera Héctor el que ocupara su lugar.
Me levanté de inmediato, escondiendo las lágrimas que brotaban de mis ojos para que Carlos no las notara. Había llevado a cabo mi venganza. Había logrado demostrarme a mí misma que aún podía atraer a cualquier hombre a mi cama. Pero ¿por qué me sentía tan miserable? ¿Por qué no experimentaba la satisfacción que esperaba? Al contrario, me consumía una sensación de vacío y arrepentimiento. La culpa me atormentaba. Yo seguía estando casada, y había estado con alguien que no era mi esposo, lo que me convertía también en todo lo que siempre odié: una infiel.
Carlos no tenía la culpa de nada. O por lo menos eso pensaba, hasta que días después, me enteré de que él también era un hombre casado.
Me odié, y la sensación de miseria aumentó porque, sin saberlo, me había convertido en el daño que me habían hecho, Al final, no era diferente a Héctor. Yo también era una basura, igual que él.
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Postdata DEJARÁS DE DOLER
EspiritualESTE LIBRO ES PARA TI SI... * Sientes que no podrás seguir adelante sin esa persona. * Te rompieron el corazón y no sabes cómo unir las piezas. * Tuviste que irte, cuando lo que más querías era quedarte. * Te cuesta respirar y no haces más que llora...