Cap 6 - Encuentros que matan

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Ya había visto la cara de la nueva persona que estaba a su lado. En sus redes no había solo una foto de ellos juntos, sino varias. Sin embargo, verlo en fotos es doloroso, pero tener que hacerlo en persona es algo que se siente completamente desgarrador.

Nuestra relación había terminado, pero los compromisos y responsabilidades del matrimonio continuaban. Teníamos dos negocios que debíamos seguir gestionando, mientras resolvíamos los detalles de nuestro divorcio.

Ese día comenzó como todos los anteriores, con el mismo peso y tristeza que llevaba a diario. Cada vez que visitaba los negocios, sabía que podía encontrármelo allí. Pero justo cuando creí que ya había presenciado su máximo descaro, ese día él logró sorprenderme con algo que sería el detonante que me hundiría hasta la tristeza más profunda.

Estaba sentada en una de las mesas, supervisando el negocio, cuando lo vi entrar por la puerta del local. Sentí que la pequeña parte de mi mundo que aún me sostenía se desplomaba por completo. No fue solo por el hecho de verlo o encontrarme con él, sino porque no había llegado solo. Había llegado con ella, tomados de la mano.

El estómago se me contrajo, las manos comenzaron a sudarme, y el corazón parecía querer salirse de mi pecho, incapaz de soportar lo que estaba presenciando. No podía encontrar una explicación coherente de por qué él estaba haciendo eso. ¿Apenas habían pasado unos meses desde nuestra separación y ya la llevaba de la mano a nuestro negocio? No podía creerlo. Era demasiado cinismo y descaro en una sola persona.

Y pude haberlo enfrentado. Pude haberle dicho todas sus verdades en ese momento, pero ¿qué iba a ganar? Solo habría incrementado la escena de humillación en la que él me había hecho protagonista. Ella me observó, y en su cara no había ni una pizca de vergüenza o remordimiento. Al contrario, su expresión era la de alguien que creía que había ganado el juego. Sus ojos me miraban con una mezcla de superioridad y desafío, como si mi dolor fuera una insignificante molestia en su camino hacia la victoria. Su postura relajada, con su mano aferrada a la de él, me hizo sentir como si estuviera en una competencia en la que ella se había proclamado la ganadora, sin importarle las reglas del decoro o la decencia.

Sentí una oleada de indignación mezclada con tristeza, pero decidí mantener la compostura. No le daría a él la satisfacción de verme derrumbada, ni a ella el gusto de seguir alimentando esa necesidad de sentirse superior.

Me levanté de la mesa con la frente en alto, pero con el corazón hecho añicos. Me dirigí al baño porque sabía que, por más que me esforzara en mantenerme fuerte, no podía quedarme ahí poniendo a prueba una resistencia que estaba a punto de romperse. Mientras caminaba, sentía las lágrimas acumulándose en mis ojos. Entré y de inmediato cerré la puerta, y una vez ahí fue como si el llanto supiera que ya podía ser libre.

Comencé a llorar, ahogando el dolor en pequeños gemidos que no quería que nadie escuchara. Lloré de impotencia, de frustración, de rabia, de dolor, de decepción por no reconocer al hombre con el que había pasado tantos años de mi vida. No sé cuánto tiempo estuve encerrada en el baño, pero fue hasta que una de las trabajadoras fue a llamarme porque requerían mi presencia, cuando finalmente me di cuenta de que debía salir de ahí.

Miré hacia el espejo y vi a una mujer hecha pedazos. Mi reflejo mostraba el maquillaje deshecho, con el rímel corrido y las mejillas enrojecidas por el llanto. Mis ojos, hinchados, reflejaban el dolor que tanto deseaba arrancarme, y que planeaba ahogar de la única forma que sabía hacerlo: embriagándome.

Postdata DEJARÁS DE DOLERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora