Sienna Marlowe solía tenerlo todo, una vida como Kook, el respeto de los Cameron y un futuro asegurado.
Pero cuando su padre desaparece, llevándose consigo su prestigio y sus secretos, todo cambió.
Su mundo, antes lleno de lujos, se desmoronó, y Sie...
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LA PISTA
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Finalmente, llegaron a la pista, el motor apenas ronroneando antes de apagarse por completo.
Se bajaron del vehículo y, en silencio, se deslizaron hasta encontrar un lugar seguro detrás de una reja que los mantenía a una prudente distancia de la pista y el avión.
La distancia era considerable, lo suficiente como para que no pudieran ser vistos desde el área donde se preparaba la aeronave.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Kiara, con la mirada fija en John B, su voz cargada de ansiedad. Las cosas estaban pasando demasiado rápido, y necesitaban claridad.
John B frunció el ceño, con los pensamientos corriendo en todas direcciones. —No llegaremos tan lejos... —respondió en voz baja, casi para sí mismo, como si su mente ya estuviera en otra parte, calculando lo imposible.
Desde unos metros adelante, Pope observaba la pista con los prismáticos, sus ojos escaneando cada rincón en busca de algo que confirmara sus temores. —Estáncargando—anunció finalmente, bajando los prismáticos y mirándolos con seriedad. Sin esperar, se los pasó a John B, quien los tomó y los ajustó rápidamente hacia la pista.
—Ahí está Ward, —susurró John B, como si esas palabras fueran una sentencia. De repente, algo en su rostro cambió; sus labios se apretaron, sus ojos se abrieron con sorpresa, y bajó los prismáticos lentamente, procesando lo que acababa de ver.
—¿Qué? —preguntó Sienna, percibiendo el cambio en él.
—Es Sarah... —murmuró John B, la incredulidad en cada palabra.
El impacto de su declaración fue inmediato. Pope lo miró incrédulo, sus pensamientos acelerados, intentando captar la gravedad de lo que implicaba. —¿Está con él? —Pope lanzó la pregunta al aire, como si esperara una respuesta que pudiera aliviar la tensión que ya colgaba entre ellos.
John B volvió a levantar los prismáticos, con la mandíbula tensa, y observó. —Qué bestia... —masculló, sin poder contener el desprecio que le despertaba Ward.
De pronto, Sienna, sin pedir permiso, le quitó los prismáticos y los llevó a sus propios ojos. Ahí estaban Ward y Sarah, con Ward sujetándola, obligándola a subir al avión sin dejarle ninguna opción.
—Veo forcejeo—informó Sienna, con voz apagada, mientras bajaba los prismáticos. El peso de lo que acababan de ver cayó como una losa sobre el grupo.
En un instante, John B giró sobre sus talones y, sin mirar atrás, se lanzó hacia la furgoneta. Sienna no necesitó más indicaciones, había una determinación en los ojos de John B que le dejó claro lo que iba a hacer, y ella también lo haría.