Capítulo 40

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La dirección que conseguí estaba a solo media hora de la bodega

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La dirección que conseguí estaba a solo media hora de la bodega. No sé cuánto tiempo exacto ha pasado, pero estoy casi segura de que ha sido más de una hora desde que subí. La saliva en mi boca se vuelve espesa, siento la lengua pastosa y mi respiración comienza a descompasarse. Necesito pensar rápido para contactarlos y decirles que se dirigen al lugar equivocado. Con la cabeza tapada, no sé quién tengo al lado ni cuántos son.

—Necesito un baño. —Las palabras salen corriendo de mi lengua.

Nadie contesta y comienzo a desesperarme. No sé si funcionará, pero es la única carta que tengo para jugar.

—¿Me has oído? Necesito un baño. —Reitero con voz más firme, sin rastro alguno de nerviosismo o duda.

Desde delante llega una risa burlona y perezosa.

—Enseguida, mileydi. ¿Desea algo más? —pregunta con ironía. —Papel perfumado, tal vez, para su fino y real trasero.

Otro hombre ríe con él. Son dos. Guardo el dato en mi cabeza y, luego de un resoplido burlón, me incorporo hacia delante en el asiento.

—Me estoy orinando y necesito un baño. —Mi voz sale como un trueno. —¿Sabes lo que le pasó a esa mujer el otro día por arreglarme mal? No sé qué haría el jefe si me entregas hecha un cristo antes de la pasarela.

El silencio llena el carro y sé que he dado en el punto correcto.

—¿Te piensas que puedes jugar con nosotros, chiquilla? —pregunta uno de ellos, irritado. Creo que el de mi derecha, y reconozco un mínimo atisbo de temblor en su voz.

Sonrío debajo de la tela y me corro más hacia delante, el borde del asiento roza el final de mis muslos.

—Necesito un baño, no jugar con nadie. Pero ya que estamos... —Arrastro la última letra formando un siseo. —La capucha no es necesaria, me despeina. Si pudieras quitármela, por favor.

Una mano tira de la tela hacia arriba y tengo que cerrar los ojos para recuperar la visión.

—Gracias. Le diré al jefe lo amable que fuiste. —Finjo una sonrisa dulzona al terminar la frase y observo el rostro contorsionado por la ira del copiloto.

Sus ojos, muy abiertos, tienen la esclerótica amarillenta y surcos grandes y oscuros debajo, igual de oscuros que sus iris. Sus labios agrietados forman una fina línea desagradable.

—Tienes cinco minutos nada más. —advierte en un tono amenazador. —Y no trates de hacer nada estúpido o te usaré como conejillo de indias para algunas teorías sobre la resistencia del cuerpo humano.

—Eso no será necesario. —Muestro mis muñecas atadas hacia él. —No puedo entrar a ningún sitio atada de manos.

Mis ojos vuelan hacia el espejo retrovisor, donde una mirada clara y un rostro imperturbable me observan.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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