Capítulo 39

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—Él es García, el oficial a cargo del operativo. —Miro al hombre vestido de uniforme que señala Isabela y le hago un leve asentimiento con la cabeza.

—Toda la información que nos han proporcionado se ha mantenido estrictamente en conocimiento de un círculo privado y reducido de mis hombres de más confianza —su voz es raspada, gruesa, como la de alguien que ha vivido para mandar—. Lo hacemos así para evitar fuga de información. Si tenemos razón, los clientes que asistirán a la pasarela son parte de la alta élite política y económica de este país, peces gordos, con manejos e influencias que son fáciles de advertir. Es lo que no queremos.

—Emma, ¿con qué protección contará ella? —vuelve a preguntar Isabela, pero la respuesta del hombre no llega a mis oídos.

Mi mente desvaría, se niega a prestar atención a otra cosa que no sea el verde de los arbustos que se ven por la ventana. Retuerzo la punta de los dedos, sudorosos y fríos. Algo cae del escritorio de Isabela y el ruido me devuelve al estudio, alcanzando a escuchar las últimas palabras de Alejandro.

—...hizo un buen trabajo encontrando la dirección del lugar, señorita —hace un gesto cortés como si quitara un sombrero imaginario—. Usted solo trate de mantenerse a resguardo. Nosotros haremos el resto.

—¿Podemos hablar un momento? —lo corto de sopetón, dirigiéndome a la mujer frente a mí, que asiente con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, igual que en la última hora y media.

—Discúlpenos, oficial. Enseguida volvemos.

Isabela apoya las manos en el cristal y se levanta con cortesía, siguiendo los frenéticos pasos que me sacan del estudio antes que ella.
El pecho me pesa, me arde y siento que el aire que entra en mi sistema no es suficiente para mantenerme lúcida. Tampoco creo que el temblor en mis rodillas sea un buen presagio. Nervios. Nunca he sentido que mis extremidades pesen igual que si fuesen de plomo, difíciles de mover al caminar. A la vez, oigo cómo cada centímetro de mí grita que salga corriendo.

—¿Qué pasa? —pregunta ella con un tono suave y dulce, igual al agarre que forma alrededor de mis hombros.

Deslizo fuera el sobre que llevaba guardado en la cartera y que tantas horas me costó escribir.

—Esto —levanto el papel—. Si algo sale mal, dáselo a Hayden. Me juré que le contaría todo cuando esto terminara; planeo cumplirlo aun si no sale como pienso.

Isabela escruta la carta con una mirada que nunca antes le había visto, ladea la cabeza y la mano le tiembla cuando la levanta para tomar el sobre.

—Cuando salgas de ahí podrás decirle tú misma lo que pone aquí.

Quisiera compartir la misma esperanza que ella, pero los ojos se me humedecen. Inclino la cabeza hacia atrás para refrescarme antes de volver a mirarla y...

—Tengo miedo —me atrevo a decir por primera vez—. Tengo miedo de no salir de ahí, de que algo salga mal y mi vida termine en esas asquerosas bodegas. Miedo de que esa gente quiera llegar más lejos conmigo y yo termine odiándome por permitir que otra persona me toque...

Me llevo la mano al pecho; todo a mi alrededor parece encogerse. El aire se vuelve denso y mi respiración comienza a parecerse más a un jadeo, como si alguien desesperado por huir. Un pájaro que chilla queriendo romper la jaula en que a voluntad se metió.

—Al contrario de lo que tú piensas. Nunca entré en esto por dinero o para quitarme a nadie del medio. Esto es tan personal para ti como para mí, Sophia, con la diferencia de que eres tú quien está en primera línea de fuego. Ellos tienen todo lo que necesitan, ya hiciste un gran trabajo y arriesgaste mucho tu propio pellejo llegando hasta aquí —toma mis manos y en sus ojos veo el ruego—. Por favor, no vayas.

Noche de Junio (+18) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora