Capitulo 54; El mismo Día

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Había una vez un joven llamado Iván que llevaba una vida común, sin grandes sorpresas ni giros inesperados. Se levantaba temprano, tomaba el mismo desayuno, saludaba a las mismas personas y tomaba el mismo autobús al trabajo. Día tras día, cada detalle parecía copiarse del anterior. Al principio, no le molestaba mucho; la rutina le ofrecía estabilidad, aunque notaba a veces una pequeña inquietud.

Sin embargo, un día, al despertarse, notó algo extraño en el aire. Todo a su alrededor se sentía un poco… apagado. Como si el tiempo estuviera detenido en algún punto de la semana anterior. Las mismas noticias, la misma canción en la radio, los mismos pasos de la señora que caminaba por su calle. Era como si algo invisible estuviera atascado. Iván decidió ignorarlo, pero al día siguiente, al abrir los ojos, sintió un vacío punzante en el pecho: los días parecían realmente iguales.

Mientras más pasaban las semanas, más evidente se volvía la repetición. Los mismos chistes en la oficina, las mismas llamadas de clientes, el mismo trayecto de regreso. Parecía que todos a su alrededor estaban atrapados en una cinta sin fin, repitiendo, repitiendo y repitiendo. Sus amigos y familiares no parecían darse cuenta. Incluso, si les contaba su inquietud, lo miraban con expresión vacía, como si la vida fuera siempre así, una sola nota interminable.

Pronto, Iván se dio cuenta de que estaba solo en su percepción, y el miedo se volvió desesperación. Era un miedo que no tenía forma concreta, pero lo mordía desde el interior: el miedo de despertar cada día sin una diferencia, sin una chispa, y lo peor, sin la posibilidad de cambio. Los sueños de la noche se transformaron en escenas de su propia rutina, y el reloj al sonar le confirmaba que estaba otra vez en esa pesadilla viva, atrapado en un ciclo sin fin.

Un día, al llegar al punto donde siempre bajaba del autobús, decidió quedarse. Miró por la ventana, viendo cómo la ciudad pasaba a su alrededor, y una idea horrible le invadió: ¿y si nunca podía romper este ciclo? ¿Y si sus días eran así para siempre? Nadie parecía advertirlo, solo él, y el pánico lo paralizó mientras la misma parada volvía a aparecer, el mismo rostro en el espejo, el mismo día eterno.

Cuando Iván decidió quedarse en el autobús, mirando cómo pasaba la ciudad y resistiéndose a la costumbre, notó algo nuevo: el paisaje comenzó a desvanecerse. Las calles, los edificios, incluso el reflejo de su propio rostro en la ventana, parecían disolverse en una neblina densa. Era como si el mundo se resistiera a su intento de escapar, como si el entorno mismo no pudiera soportar el cambio.

El autobús se detuvo en un punto desconocido, en medio de una niebla espesa que tragaba todo. No había pasajeros, ni conductor. Iván, temblando, se levantó y se dirigió hacia la puerta, que se abrió lentamente como invitándolo. Bajó, esperando que el frío aire le diera un toque de realidad, pero en cambio, se sintió como si hubiera pisado otro mundo.

A su alrededor había una especie de laberinto de espejos, todos mostrando sus propios reflejos. Pero lo extraño era que cada versión de él estaba… atrapada. Cada reflejo parecía estar viviendo un día específico de su vida. Un reflejo de Iván estaba eternamente bebiendo café, otro eternamente firmando documentos en la oficina. Había infinitos reflejos, todos atrapados en momentos de su rutina diaria, repitiéndose sin cesar. Lo que era peor, sus ojos reflejados lo miraban suplicantes, como si esperaran que él los liberara.

—¿Qué es esto? —susurró Iván, horrorizado.

En ese momento, una figura apareció en el reflejo más cercano. Era otra versión de sí mismo, pero esta era diferente: tenía el rostro demacrado, los ojos vacíos y su boca esbozaba una sonrisa enfermiza.

—Tú buscaste el cambio, ¿no? —le dijo la figura, con una voz que parecía salir de las profundidades mismas del espejo—. Todos los días iguales… pero, ¿estás seguro de que quieres que algo sea diferente?

Iván retrocedió, pero la figura lo siguió, acercándose a él desde cada espejo.

—Hay un precio por escapar de la monotonía —dijo su reflejo oscuro—. Puedes salir de aquí, pero tu lugar será ocupado. Uno de estos reflejos vivirá tu vida, y tú quedarás atrapado aquí, como uno más de nosotros. ¿Es eso lo que quieres?

Iván sintió que sus piernas temblaban. El horror de vivir eternamente atrapado en ese laberinto de espejos, repitiendo un solo momento de su vida, era una perspectiva aterradora. Pero el reflejo no le dio tiempo para decidir. Al instante, sintió un tirón en su pecho, como si algo invisible lo estuviera succionando hacia los espejos.

—¡No! —gritó, luchando por aferrarse a la realidad—. ¡No quiero quedarme aquí!

Pero la figura lo miraba impasible, y poco a poco, su conciencia se fragmentó. Ahora Iván era uno más entre los reflejos atrapados, viendo cómo un reflejo vacío de sí mismo continuaba su vida en el mundo real, repitiendo la rutina sin fin. Nadie notaría la diferencia… pero Iván, atrapado en el espejo, lo recordaría todo, para siempre.

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