Epílogo 1

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Magdalena

Cuando a mi padre le ofrecieron arrendar una parte de sus terrenos para la feria, hubo varios minutos de tensión. Todos estábamos recios a darle espacio a particulares para transitar en nuestros terrenos. Debido a la amplitud del terreno y el estimado de visitante (un dato que se triplicó), les sería difícil a los oficiales cubrir todas las zonas. Al final, y gracias a la intervención del alguacil, quien había pedido refuerzos para esos días, acabamos aceptando.

Los gritos de los asistentes al rodeo, los niños en el carrusel, vendedores, artesanos, etc. Se mezclaban en la extensa llanura de los terrenos del Mallory en donde se oficiaba el evento. No existía un sitio más amplio, con acceso rápido al pueblo y seguro que este.

Tres días después, con el pueblo a reventar y las ventas triplicadas, no nos arrepentimos de esa decisión. Más allá de que el Mallory se mostrará como el anfitrión y los lazos comerciales que hemos podido realizar. Estaba el hecho de que el pueblo fue puesto en el mapa en los noticieros y la prensa.

Por primera vez con una nota positiva.

—¡Magdalena!

Mi nombre es nombrado con un toque de pánico y lo busco en medio de los artesanos y compradores que me rodean. Acordé con Travis encontrarnos en esta zona, algo que al parecer olvidó o tuvo algún percance con los niños. Ese pensamiento me llevó a poner una mano en mi pecho y apretar con fuerza el camafeo con los retratos de mi familia.

—¡Magdalena! —repite la voz. —¿Por qué haces esto?

Mi vista escanea todo el lugar, una mujer está de rodillas ante una pequeña y parece reprenderla. La imagen de madre e hija, su vestimenta, físico e idioma, atraen a transeúntes; la abundante cabellera oscura de la mujer y piel de porcelana resaltan en una zona de pieles curtidas por el sol. El diálogo de madre e hija es español, lo que aumenta la curiosidad en los transeúntes.

—Me meterás en problemas con tu padre. —le recrimina limpiando el exceso de sudor del rostro sonriente y travieso de la pequeña, cuya edad oscila entre los siete y ocho.

—Quiero una muñeca de esas.

Señala en la dirección en la que estoy y vuelvo la mirada detrás a la caseta detrás. Una caseta de muñecas de porcelanas, de vestimentas, épocas coloniales y romance. El colorido de sus trajes, rostros y cabellos, hacen del pequeño espacio mágico.

La forma en la que fueron organizadas daba la sensación de haber ingresado en una cápsula del tiempo. Sonrío ante lo que veo y entendiendo lo que hizo a la pequeña romper el lazo con su madre y acercarse.

—Debemos esperar, papá —la voz de la mujer se escucha más cerca, haciéndome entender que está detrás de mí.

—¿Buscamos a papá? —le insiste la pequeña.

Ambas se instalan a mi lado, brindándome la oportunidad de detallarlas con detenimiento. A la extraña cabellera oscura, se le suma el color negro de sus ojos, labios pequeños rosados y manos delicadas.

—Vendrá en unos minutos por nosotras —le responde ella lanzándole una mirada a su hija de reproche —. ¡Ya veremos si quiere comprártela después de que le diga que has escapado!

—¿Y si guardamos el secreto? —La madre le mira con rostro espantado y sacude la cabeza con reproche.

—No hay secretos entre tu padre y yo —le riñe, mira hacia el costado opuesto a su hija, chocando con mi mirada divertida.

Un príncipe Bastardo 3er Libro Rancho Mallory Donde viven las historias. Descúbrelo ahora