Capitulo 65: El Misterio del Cerro Sombrío

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El Misterio del Cerro Sombrío

Jorgito siempre había escuchado las historias sobre el Cerro Sombrío. Los ancianos del pueblo decían que nadie debía cruzar al otro lado. “Es un lugar prohibido”, advertían, susurrando como si temieran ser escuchados. Pero Jorgito no creía en cuentos de viejos. A sus trece años, estaba convencido de que todo eso era una exageración.

Una tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, Jorgito decidió desafiar las advertencias. Con una linterna, su mochila y una mezcla de valentía y curiosidad, comenzó a ascender por el cerro. El sendero conocido pronto se desdibujó, convirtiéndose en un terreno irregular y extraño. Árboles retorcidos con ramas que parecían garras se alzaban a su alrededor, y un silencio inquietante se apoderó del aire, como si la vida misma se hubiera detenido.

Finalmente, llegó a la cima, y ahí estaba: el otro lado del cerro. Desde allí, Jorgito pudo ver un paisaje completamente diferente al que esperaba. El cielo, que debía estar oscuro por la noche, era de un color rojizo, como si estuviera ardiendo. Un viento helado sopló, trayendo consigo un olor acre, y entonces lo vio: una figura enorme y descomunal al pie del cerro, moviéndose lentamente entre las sombras.

El corazón de Jorgito se aceleró. Quiso retroceder, pero sus pies no respondían. La figura, deforme y antinatural, parecía darse cuenta de su presencia. Cuando levantó lo que parecía ser una cabeza, sus ojos, dos orbes amarillos como brasas, se fijaron en él.

—Jorgito… —susurró una voz cavernosa que parecía provenir del viento mismo.

El chico giró sobre sus talones y corrió cuesta abajo, pero el cerro ya no era el mismo. Los árboles se habían acercado entre sí, formando un laberinto. Cada paso que daba parecía llevarlo de vuelta al mismo lugar. Y entonces, lo sintió: algo lo seguía, algo enorme y pesado, cuyas pisadas retumbaban con un sonido bajo y ominoso.

Turun-trum. Turun-trum.

El ruido crecía, cada vez más cerca. Jorgito tropezó y cayó de bruces, golpeándose las manos. Cuando levantó la mirada, vio las patas de la criatura frente a él. Era un ser monstruoso, una mezcla entre hombre y bestia, con cuernos enroscados y un cuerpo cubierto de sombras que parecían vivas.

—Viniste al otro lado, Jorgito —dijo la criatura, inclinándose hacia él. Su aliento era gélido y apestaba a muerte—. Ahora, tú también me perteneces.

La linterna cayó de su mano, iluminando por última vez el rostro del monstruo. Antes de que pudiera reaccionar, una oscuridad absoluta lo envolvió.

Dicen que al día siguiente, los aldeanos encontraron la mochila de Jorgito en la cima del cerro, pero nunca hallaron rastro de él. Desde entonces, en las noches de viento, se escuchan pasos resonando en el cerro, como un eco distante.

Turun-trum. Turun-trum.

Y los ancianos del pueblo aseguran que Jorgito no está muerto, pero tampoco está vivo. Dicen que ahora es uno más de los guardianes del otro lado, cuidando que nadie más cruce al lugar donde las sombras gobiernan.

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