cap66: La Red del Murciélago: El Cazador Nocturno

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La Red del Murciélago: El Cazador Nocturno

En los oscuros rincones de la selva de Taiga, donde la luz apenas se filtra entre los árboles milenarios, existía una criatura que pocas veces se había visto, pero cuyo nombre era suficiente para helar la sangre de los habitantes cercanos: Vespirachne, la araña murciélago.

Este híbrido grotesco era un milagro de la evolución o, como decían los más supersticiosos, una maldición nacida del encuentro entre una murciélaga infectada por una toxina desconocida y una araña gigante que habitaba los pantanos de Umbrosium. De ese encuentro surgió una criatura con las habilidades más mortales de ambas especies: el cuerpo alargado y cubierto de seda de una araña, alas membranosas que le permitían volar en total silencio y una boca plagada de colmillos afilados como cuchillas.

Pero lo que realmente aterrorizaba a los viajeros nocturnos no era su aspecto, sino su método de caza.

Cuando caía la noche, la Vespirachne abandonaba su nido colgante, un amasijo de telarañas y huesos, y comenzaba su acecho. Desde las alturas, planeaba sobre el bosque, utilizando sus agudos sentidos para localizar a sus presas. Cuando encontraba a un desafortunado viajero, lanzaba su red, una tela negra y pegajosa que brillaba como si estuviera viva. La red no solo atrapaba a su presa, sino que también drenaba lentamente su energía, debilitándola antes de que la criatura descendiera para dar el golpe final.

La leyenda de Ramiro

Un joven aventurero llamado Ramiro decidió un día explorar esa parte de la selva, desoyendo las advertencias de los ancianos del pueblo. Quería demostrar que los cuentos sobre la Vespirachne eran simples supersticiones. Armado con una antorcha, una daga y su arrogancia, se adentró en los dominios de la criatura.

Las primeras horas fueron tranquilas. El bosque estaba lleno de sonidos nocturnos: insectos, búhos y el crujir de ramas a lo lejos. Pero todo cambió cuando Ramiro encontró una piel vacía, como si algo hubiese devorado el cuerpo desde adentro. No era un animal común. Algo le observaba.

Entonces, lo sintió. Un aleteo suave, apenas audible, como si la oscuridad misma se moviera. Cuando alzó la vista, vio dos ojos brillantes que lo miraban desde las sombras. Antes de que pudiera reaccionar, una red negra cayó sobre él. Intentó liberarse, pero era inútil: la red parecía tener vida propia, apretándose más con cada movimiento.

Ramiro recordó las palabras de los ancianos: "La única forma de escapar de la Vespirachne es mostrarle fuego. Ella teme la luz más que cualquier cosa." Desesperado, Ramiro encendió su antorcha y la agitó con todas sus fuerzas. Un chillido espeluznante rasgó el aire, y la criatura se retiró, pero no sin antes arañar su brazo, dejándole una marca negra y venenosa.

La maldición

Ramiro logró regresar al pueblo, pero ya no era el mismo. Cada noche, sus sueños estaban plagados de alas y telarañas. Su herida no sanaba, y con el tiempo, comenzó a transformarse. Su piel se volvió dura como el exoesqueleto de un insecto, y en su espalda brotaron pequeñas alas membranosas.

La gente del pueblo lo evitó, temiendo que se convirtiera en algo peor. Pero antes de desaparecer en la selva, Ramiro dejó una advertencia: "No hay escapatoria. Aunque huyas, la Vespirachne siempre encontrará el camino hacia ti."

Desde entonces, nadie se atreve a entrar en la selva cuando cae la noche. Porque la Vespirachne no solo caza por hambre; caza por venganza.

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