La primera prueba

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Leonor regresó junto a su hermana justo cuando la Reina Consorte, Catalina, anunciaba la primera prueba:

—Se desarrollará una carrera a carretilla en los jardines del castillo. Esta prueba no solo pondrá a prueba vuestra destreza y coordinación, sino también vuestra capacidad para trabajar en equipo.

La Reina Madre, Ana, asintió.

—Esperamos que todos los participantes den lo mejor de sí mismos y demuestren su valía. Os animamos a poneros por parejas en la línea de salida.

El ambiente en los jardines del castillo era vibrante y lleno de expectación. Los participantes se alineaban, mientras los espectadores se agrupaban a los lados, animando y murmurando entre ellos. El sol brillaba intensamente en el cielo. 

—¡Que comience la carrera!—Gritaron ambas reinas al unísono.

La carrera comenzó con un caos de gritos y empujones. Un bramido de entusiasmo estalló entre los espectadores. Los participantes se lanzaron hacia adelante, empujando a sus compañeros con todas sus fuerzas mientras la multitud animaba con fervor. 

Las hermanas Mendoza se esforzaban por mantener el ritmo, pero la competencia era feroz. Al principio, todo iba bien y mantenían una buena posición. Leonor tenía mucha técnica y casi que con sus movimientos podía guiar a las dos hermanas con bastante soltura. Pero pronto Isabel comenzó a intentar controlar cada movimiento, lo que llevó a una discusión en medio de la carrera.

—¡Deja de intentar dirigir todo! —gritó Leonor, frustrada.

—¡Solo estoy tratando de ayudarnos a ganar! —respondió su hermana, sin ceder.

La falta de coordinación y la tensión les costó un tiempo valioso, y solo lograron cruzar la meta en cuarto lugar, jadeando y cubiertas de sudor. Curiosamente, Rebeca, quien participaba con un chico rubio y alto, quedó en primer lugar. Los aplausos y vítores de los presentes resonaron en los jardines, celebrando la victoria de la pareja. Leonor no pudo evitar notar la mirada de Isabel, fija en Rebeca. Era una mezcla de admiración y algo más profundo, una emoción que Leonor no podía identificar del todo. Se preguntaba qué significaba realmente esa mirada.

Las Dos Reinas se levantaron de sus asientos, sacándola de su ensimismamiento. Se acercaron a los ganadores, llevando en sus manos coronas de olivo. La Reina Consorte, Catalina, sonrió con orgullo mientras colocaba la corona sobre la cabeza del primer ganador, susurrando palabras de felicitación. La Reina Madre, Ana, hizo lo mismo con el segundo ganador, su expresión reflejando la satisfacción de ver a los competidores demostrar su valía. La multitud aplaudió con entusiasmo.

—Ahora su majestad, el príncipe, será quien escoja a la ganadora de esta prueba. Valorará no solo la posición, sino la forma de enfrentar la carrera. La afortunada disfrutará de un paseo a solas con él por los jardines.—Leonor bufó. Pues menudo premio...

Fernando, con una expresión solemne, se adelantó y comenzó a hablar.

—La carrera no solo ha sido una prueba de velocidad, sino también de trabajo en equipo, perseverancia y valentía. He observado cómo cada uno de vosotros ha enfrentado los desafíos y cómo han interactuado con sus compañeros —dijo, su voz resonando con autoridad.

Fernando hizo una pausa, dejando que la expectación creciera entre los presentes.

—Después de considerar todos estos factores, he decidido que la ganadora de esta prueba es... Leonor.

Leonor arrancó a aplaudir con entusiasmo, pensando que el príncipe había elegido a otra persona. La multitud, influenciada por la pócima, comenzó a aplaudir también, tratando de adularla. Fue solo cuando Isabel le dio un leve codazo que su hermana se dio cuenta de que ella era la elegida. Su rostro se sonrojó de sorpresa y confusión mientras Fernando se acercaba a ella.

—Mi Lady.—Dijo Fernando, ofreciéndole su brazo. Leonor lo aceptó reticente.—Veamos si eres capaz de conquistarme sin trucos.—Susurró.

—No necesito ningún truco.—Leonor miró a su acompañante desafiante, que parecía divertido con su respuesta. 

Mientras paseaban por los jardines, Fernando se mostró muy educado bajo la atenta mirada de los guardias, hablando de temas triviales y manteniendo una conversación agradable. A Leonor le incomodaban aquellos momentos. Al contrario que su hermana, hubiese preferido un duelo a un paseo. Aunque tenía que reconocer que estaba agradecida por el cambio de ambiente. 

Cuando se fueron acercando a los arbustos donde habían estado conversado, Leonor se ruborizó recordando la calidez del cuerpo de Fernando. 

—¿Sabes, Leonor? —comenzó  el príncipe, mirándola con una sonrisa seductora.—Se dice que en este  lugar es donde los enamorados solían compartir sus confidencias. Me imagino que no eres tan ingenua para saber a qué "confidencias" me refiero.—El tono del príncipe no dejaba lugar a dudas de qué quería decir. Leonor, incómoda de repente y con el pulso acelerado, evitó su mirada.

—No estoy aquí para compartir confidencias.

Fernando se acercó un poco más.

—No. Estás aquí para conquistarme.—Leonor se ruborizó y dio un paso atrás, alejándose de su agarre con rapidez. Su corazón latía aún más rápido aún si cabe—¿No es para eso para lo que querías usar esa poción? ¿Para que no pudiese resistirme a tus encantos?

Leonor quiso contestar que su única intención al venir era acompañar a Isabel, no competir por su atención. Ella bien se hubiese quedado en su casa, aún a sabiendas de que debía tolerar la presencia de su padre, que cada día se hacía más tediosa. Pero en el fondo, sabía que aquello no sería del todo cierto.

Como si hubiese captado sus pensamientos, Fernando adoptó una expresión más fría. Aún con el rostro enmascarado, Leonor se dio cuenta de que su tono cambió por completo.

—No te equivoques, Leonor. Si no juegas bien tus cartas, todos sabrán lo de la poción. Y créeme, no querrás ver las consecuencias.

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