Fernando no podía dormir. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos, reviviendo el beso que había compartido con Leonor. A pesar de la intensidad del momento, sus palabras seguían resonando en su cabeza.
"No puedo confiar en nadie".
Pero el hechizo de la memoria se había roto con ese beso. Y eso solo podía significar una cosa. Una cosa que lo atormentaba más que nada. Que no le dejaba dormir. Que hacía que tratase de olvidarse de todo sumergiéndose en alcohol.
Con cada sorbo de vino, intentaba ahogar sus dudas y miedos. No podía faltar a su acuerdo con Isabel y Don Rodrigo, pero su corazón pertenecía a otra persona. Esperaba que tratar a Leonor como un imbécil pudiese alejarla de él, pero estaba claro que los había acercado más que nunca. Ojalá Isabel hubiese podido usar la poción como esperaba, todo sería más fácil ahora mismo.
El día de la tercera prueba, Fernando se presentó en los jardines con una de sus máscaras. Era una pequeña excentricidad que había copiado del rey de Arsania, aunque allí pocos la conocían. Y era perfecta para ocultar una noche de excesos.
Cuando su madre anunció el premio, el príncipe lo tuvo claro. Tendría que ganar Isabel. Sería el momento perfecto para estar a solas con la mayor de las Mendoza sin que nadie sospechase que tenían un trato. Un trato que más le valía llevar a término. Además, tenían mucho de que hablar.
Cuando Isabel ganó y estuvieron a solas, tomó su brazo y la condujo hacia fuera del castillo. Incluso ella se sorprendió de ir en carruaje. No sabía si ella esperaba una velada tranquila y apacible, pero la ansiedad de Fernando debía ser evidente.
—Fernando, ¿qué te pasa? —preguntó Isabel, aceptando la mano que le tendía él con urgencia, ayudándole a introducirse dentro del pequeño cubículo.—Puagh. Apestas a alcohol.
Fernando se dejó caer a su lado, en el carruaje, y cerró la puerta del vehículo.
—Isabel, no sé si puedo seguir con esto. Ayer tu hermana...yo...bueno...nos hemos...nos hemos...—el color subió a las mejillas de él.
—¿Os habéis qué?—Fernando apartó la vista.—¿Besado?.—Él asintió. —Os habéis besado.—murmuró Isabel, como si meditase algo.—¡Os habéis besado! Después de un ritual de Luna Llena. ¿Un beso potente?.—Fernando volvió a asentir.—¡Pero eso es maravilloso!
—No es lo que crees. Ella...está empezando a recordar.—Isabel frunció el ceño, tratando de comprender la situación.—Dijo que ya no confiaba en mí. En ninguno de nosotros, de hecho.
—No había caído en que pudiese pasar eso. Mi pobre hermana, todo el dolor, todo el sufrimiento...debe ser difícil para ella. Trataré de...espera ¿Está empezando a recordar?—Fernando asintió— Pero, Fernando, si se ha roto ese hechizo eso debe significar...vosotros sois...aih madre—Isabel parecía entusiasmada—. Tal vez aún haya esperanza.
Fernando suspiró, sintiendo el peso de sus emociones.
—No lo sé, Isabel. Estoy seguro de que estamos hechos el uno para el otro, pero ella no confía en mí. No sé cómo si es justo para ella que precisamente ahora...—dijo, con voz temblorosa.
Isabel lo miró con una mezcla de compasión y determinación, agarrándole sus manos.
—Fernando, entiendo que esto es difícil para ti. Pero debemos pensar en el bien mayor. Leonor no está preparada para un compromiso. Si seguimos con el plan, todos saldremos beneficiados —respondió, tratando de mantener la calma.
Fernando asintió, aunque su corazón seguía dividido.
—Tienes razón. Debemos seguir adelante —susurró, más tratando de convencerse a sí mismo que a la mayor de las Mendoza.
Pero una cosa era decirlo y otra hacerlo.
Cuando Fernando llegó al gran salón aquella tarde, ya estaba medio borracho. Quizá eso lo envalentonó para decirle a Leonor lo bella que estaba aquella noche. Una última concesión a sí mismo. Un pequeño desliz que no iba a evitar que cumpliese el trato.
Leonor ocupaba un puesto de honor en la mesa, como él lo había querido después de la prueba de las dianas. Aquella idea, que le pareció magnífica en su momento, le pesaba ahora más que una losa. Le recordaba lo que tenía que ser hecho, la injusticia que tenía que producirse entre ambos. Ojalá las cosas pudiesen ser más fáciles.
Fernando pidió jarra tras jarra de vino. Catalina lo miraba de reojo con reprobación. Pero ya todo le daba igual. La corte, la corona, quién fuese su padre. Todo se la resbalaba. La vida sin poder estar con Leonor no tenía sentido. Por eso había hecho el trato, ¿no?
Cuando llegó el momento de hacer lo que tenía que hacer, el impacto fue tremendo. La expresión de Leonor se le grabó en la cabeza. No podía con ello.
Tras la pedida, se quedó inconsciente en la biblioteca, pluma en mano, tratando de escribir algo en lo que solo podía distinguir la palabra Leonor. Estaba seguro de que eso menguaría su ansiedad, pero no era verdad. Tenía una resaca terrible. Su cabeza latía con fuerza y su boca estaba seca.
Le despertaron unos pasos retumbantes en la estancia. Era Don Rodrigo, quien entraba acelerado a la estancia. La luminosidad de la estancia era intensa. ¿Qué maldita hora sería?
—Fernando, necesito hablar contigo. Es urgente —apremió Don Rodrigo, con voz grave.
El príncipe frunció el ceño, sintiendo una punzada de preocupación. Se temía lo peor.
—¿Qué sucede?
Don Rodrigo lo miró a los ojos, su expresión llena de seriedad. Recordó el papel con el nombre de su enamorada, que trató de ocultar como pudo.
—Leonor ha sido acusada de traición. La han encerrado.
Fernando no podía creer lo que estaba escuchando.
—Fernando, esto es grave. Si la han acusado de traición, no será fácil sacarla de allí —respondió Don Rodrigo, con voz firme.—Debemos encontrar una manera de liberarla.
Fernando asintió. No había tiempo para distracciones.
—¿Alguna idea?
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La Competición
FantasyLas hermanas Mendoza son invitadas a la Corte Real de Lazonia para competir por la mano del príncipe Fernando. Isabel sueña con su propia historia de amor real mientras que Leonor, la rebelde de la familia, prefiere la libertad del bosque a las rígi...