La segunda prueba

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Al día siguiente, Isabel se despertó con la espalda renqueante. Se había quedado hasta tarde investigando sobre el antídoto. El sol se filtraba por la ventana, demasiado brillante para ser primera hora. Esto la espabiló, abrió la ventana y el bullicio le hizo confirmar sus sospechas.

Veloz, zarandeó a su hermana, que hacía por no despertarse. 

—Isabel, no quiero ir. No me encuentro bien. Ve tú.—Leonor se giró en la cama, sintiendo un nudo en el estómago. No quería que su hermana vislumbrase en su rostro el hecho de que no podía soportar la idea de estar cerca de Fernando otra vez.

—No te voy a dejar sola.—Isabel volvió a su mesa, donde volvió a abrir el manuscrito.— Además, me vendrá bien quedarme para avanzar con lo del antídoto. 

—¿Crees que nos echarán?—Isabel vio la esperanza brillar en los ojos de su hermana pequeña y se preguntó si lo que le dolía no sería el corazón.

No disfrutaron mucho de su mañana libre, porque pronto alguien llamó a la habitación y entró, sin esperar respuesta. 

—Por favor, levantaos, mis niñas. No podíamos empezar sin vosotras.—Era la Reina Consorte, que venía a buscarlas en persona.

Ya en los pasillos, de camino a los jardines, Catalina bromeó con las hermanas, recordándoles con su voz dulce cómo solían corretear por los pasillos en tiempos pasados. La Reina observaba a Leonor, rememorando la intensidad con la que solía tratar a Fernando.

—Aunque siempre me he preguntado si toda esa furia no sería para ocultar algo más.

Leonor enrojeció. Por suerte, la Reina Consorte tomó una dirección y las hermanas, otra. Isabel, entusiasmada, no pudo contener su emoción y la abrazó.

—¿Por qué estás tan entusiasmada? —preguntó Leonor, intrigada.

—Tú no te acuerdas, pero lo que dice Catalina es cierto. Pasábamos mucho tiempo en la corte cuando madre vivía. —Leonor hizo un esfuerzo por recordar, pero ni un solo atisbo se reflejó en su mente—. No te hostigues. Yo tendría 6 años cuando dejamos de venir, o sea que tú tendrías...

—Cuatro. Igual que Fernando.

Siguieron a los guardias por el mismo paraje donde Leonor y Fernando habían estado practicando con el arco. La multitud se arremolinaba en la pendiente, que funcionaba como una grada improvisada. En el centro, bajo un toldo dorado, Catalina se acercaba donde su mujer y su hijo la esperaban.  Fernando lucía impecable en su traje de terciopelo azul. Su porte era majestuoso, aunque Leonor no dejaba de preguntarse si no se estaba asfixiando ahí dentro. Y no solo en un sentido literal. Llevaba el rostro descubierto por primera vez, que brillaba bajo la luz del sol. 

Cuando las hermanas Mendoza llegaron, todos vitorearon. La poción hacía que Leonor despertase el fervor de las masas y fuese la clara favorita también en aquella ocasión. 

Las Reinas dieron comienzo a la competición. Leonor contuvo la respiración al darse cuenta de en qué consistía. ¡Para eso estaban colocadas las dianas! ¡La prueba era tiro con arco! Pena que hubiese dejado el arco de sus aposentos. 

Los primeros 5 participantes, entre los que no se encontraban las hermanas, se alinearon. Al ritmo de los tambores, los competidores dispararon 3 flechas, con distintos resultados, aunque un chico alto y rubio consiguió que las 3 llegasen a círculos interiores de la diana.

En el siguiente turno, Isabel se colocó junto con otros 4 compañeros y tomó el arco con decisión. Rebeca estaba a su lado. A Leonor no se le escapó la mirada que intercambiaron. Isabel, aunque entusiasmada, demostró que el arco no era su mejor virtud, aunque Rebeca y ella celebraron con un fuerte abrazo que una de sus flechas lograse dar en el blanco, aunque fuera en el borde. 

Por fin fue el turno de Leonor. Aunque mostró bastante habilidad, los nervios la sacudían entera. El recuerdo constante de la cercanía de Fernando lograba desconcentrarla por completo y solo consiguió que una de las flechas apuntase en el blanco, justo en el centro de la diana. A pesar de ello, su desempeño fue suficiente para pasar a la siguiente fase junto a Rebeca y un chico rubio que también había demostrado ser un buen arquero. El público, emocionado, celebró con vítores y aplausos, animando a los competidores que avanzaban en la competición.

El chico rubio, Rebeca y Leonor pasaban a la siguiente fase. Se pusieron en posición y las Reinas les explicaron brevemente en que la idea era que apuntasen a una manzana que les tirarían a cada uno. La idea era partirla en dos.

El primer participante apenas rozó la manzana con su flecha. Rebeca, en cambio, la destrozó con un tiro preciso, que le valió los vítores del público, a los que agasajó con una reverencia que dejó ver bastante de sí misma en un sentido literal. 

Cuando llegó el turno de Leonor, todos contuvieron la respiración. Los nervios podían con ella. En realidad, nada le impedía errar el tiro. Fernando tendría la cita con Rebeca, cuya ronda había sido magistral, y ella disfrutaría de un paseo tranquilo con su hermana para hablar de sus escasos avances en su búsqueda. Tener la libertad de escoger, si acaso, en algún momento de su vida. Tener el libre albedrío al alcance de la mano. 

Mientras estiraba el arco, sintió de nuevo el contacto de Fernando. No era un contacto real, solo un recuerdo, pero fue suficiente  para que su piel se erizase. Imaginó su mano recorriendo su cuerpo, como había hecho el día anterior,  guiándola como si fuese el aire que la llenaba por dentro. Colocó la mandíbula como si él la hubiese fijado y, con un movimiento preciso, disparó. No pudo mantener los ojos abiertos ante la tensión.

Solo pudo abrirlos cuando el bullicio estalló entre los espectadores. La flecha se había clavado en el centro de la diana y la manzana yacía en el suelo, partida en dos.  Isabel y Rebeca fueron las primeras en alcanzarla para celebrarlo, pero pronto muchos más conocidos y desconocidos se les unieron. Todos la llevaron donde Fernando la esperaba, con una expresión que para Leonor era indescifrable. 

"Tramposo" pensó. 

La multitud empezó a corear tres palabras. Leonor no las entendía, pero Fernando avanzó hacia ella con confianza. Calmó al bullicio con un gesto y anunció que iba a darle al público lo que quería. 

El príncipe avanzó hasta Leonor. Puso una mano en la parte baja de su espalda y le sujetó la parte de atrás de la cabeza, obligándola a reclinarse hacia atrás. Se acercó tanto que podía oler su aliento. Y entonces...


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