¿Primera vez?

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Y entonces, sin previo aviso, Fernando se inclinó hacia ella. Estaba tan cerca que parecía que iba a besarla. Eso debieron pensar los espectadores, que estallaron en vítores y aplausos. 

Leonor se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar, con los labios de Fernando a milímetros de los suyos, pero sin rozarse. Aunque no hubo contacto alguno, la intensidad del momento fue palpable. Algo se removió dentro de ella.

Sintió frío cuando Fernando se alejó.

—Eso es lo que querían —murmuró Fernando, con una sonrisa desafiante.

Leonor, aún aturdida, trató de recuperar la compostura. El público seguía gritando con entusiasmo, y ella sintió que sus mejillas ardían. No sabía si era por la vergüenza, la ira o algo más que no quería admitir. 

Siguió a Fernando, que se alejaba de la gente por los caminos de grava, rodeados de arbustos. Ni siquiera los guardias se atrevieron a molestarlos, dejándoles cierta intimidad.

Fernando se volvió hacia ella.

—¿Es que te has quedado con ganas de un beso de verdad? Es algo a lo que no me importaría acceder. Pero ya sabes lo que quiero a cambio.

—No quiero nada de eso —respondió Leonor, con firmeza—. Solo estoy aquí para cobrar mi premio.

Fernando la miró, aturdido.

—¿Me sigues porque crees que el premio de esta prueba es un paseo? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y diversión.

Antes de que Leonor pudiera responder, llegaron los guardias, anunciando con voz solemne:

—Don Rodrigo está en Palacio.

La noticia dejó a ambos en silencio, la tensión palpable en el aire.

(...)

Leonor trató de zafarse de Fernando con todas sus fuerzas, utilizando las artimañas que le habían funcionado desde que había llegado a palacio. Pero el príncipe no cedió. Leonor no se detuvo a pensar en lo extraño que era que Fernando, al igual que Isabel, pudiera resistirse a sus deseos.

Ya en sus aposentos, su padre, Don Rodrigo, la recibió con su habitual frialdad. Si la presencia de Fernando le importunaba, no lo manifestó. Isabel los excusó a ambos. 

Su padre parecía estar ya al tanto de todo y la mayor de las Mendoza se hacía cargo de la situación, enzarzada en un debate sinfín con su padre sobre las posibilidades que tenían, debate que no interesaba a ninguno de los otros presentes, Rebeca incluida, a quien de repente le parecían divertidísimas las borlas de las cortinas.

El debate se eternizó. Fernando, aburrido, se acomodó en la cama, arrastrando a Leonor con él. Ella lo miró con fastidio antes de volver al libro que tenía entre manos, aunque se dejó caer a su lado sobre la mullida superficie. 

El príncipe, divertido, trató de importunarla, incluso apoyándose sobre ella. Cuando Leonor fue a protestar, se dio cuenta de que Fernando se había quedado dormido, con la cabeza descansando en su hombro. Sonrió, sintiendo una inesperada ternura.

De pronto, aquello le hizo recordar algo. 

—Tengo una idea.—Bramó Leonor.

—Pero la regaliz negra es imposible de encontrar en menos de 10 días.—Espetó Isabel a su padre, ignorando a su hermana.

—He dicho que tengo una idea.—Insistió.

—Cualquier bálsamo requiere una maceración de más o menos ese tiempo.

—¡¡¡Que tengo una idea!!.—Gritó Leonor. Fernando se despertó, sobresaltado.

—¿Leonor?—preguntaron su padre y su hermana, atónitos.

—¿Y si tengo razón y esto es un maleficio? ¿Y si bastase un ritual de luz de luna para romperlo? 

—Anda ya, has leído muchos libros...

—No espera. —La voz de su padre adoptó un tono autoritario.—Lo que dice tiene mucho sentido. El ritual de Luna Llena es de lo más poderoso que hay para romper cualquier tipo de hechizo. Incluso los que proceden de pociones.

—¿Un ritual de Luna Llena? —Fernando se frotó los ojos, intentando despejarse.

—Una forma habitual de romper maldiciones y maleficios—explicó Isabel.—Un hechizo sencillo, pero poderoso. No es la primera vez que lo hacemos. Y tenemos todo lo que necesitamos para llevarlo acabo.

—No me parece mala idea. Además, la próxima luna llena es en dos días. Por probar...—apuntó Rebeca.

—Y yo podría ayudaros distrayendo a los guardias. Podría decirles que quiero algo de intimidad con mi candidata favorita.—Fernando sonrió, acariciando la mejilla de Leonor. Esta no apartó la vista del libro, sintiendo de pronto el aliento de Fernando muy cerca.

En ese momento, la puerta se abrió y el príncipe dio un respingo, alejándose de ella. Era la Reina Consorte, que entró en la habitación corriendo, directa a su hijo, casi llorando. 

Tan enfrascados estaban en la discusión que no se dieron cuenta de que había otra cena de gala esa noche, y Catalina estaba desesperada al no encontrar a su hijo. A regañadientes, Fernando acompañó a su madre, explicándole que ya no era un niño y que no había necesidad de tanto alboroto.

Tan pronto como se fueron, Don Rodrigo pidió a Rebeca que dejara la habitación. Al quedarse a solas con ellas, él habló.

—Con independencia de lo de la poción, seguimos adelante con el plan, ¿no?

—¿Qué plan?—Preguntó la pequeña de las Mendoza.

—Sí padre, seguimos con el plan.—Respondió Isabel, ignorando a su hermana.

—Es que me parece que el príncipe está encaprichado de la hija que no es.

Leonor sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

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