Desde pequeño, Fernando había sentido una atracción inexplicable hacia Leonor. No era algo que pudiera definir en aquel entonces, pero con los años, comprendió que era amor. O algo así. Tampoco es que hubiese tenido muchas oportunidades de entender qué era el amor romántico.
Leonor siempre había sido una niña alegre y valiente, realmente única. A Fernando solo le interesaba jugar con ella. Pronto ambos se ganaron fama de niños raros y solitarios. Con los años, además, los adjetivos de excéntricos y melancólicos.
Recordaba con nitidez algunas escenas de la infancia, que a veces creía falsas, en las que ambos se escondían debajo de las mesas con manteles de lino y decían que aquellas eran sus guaridas pirata, robando objetos variopintos a su alrededor como si fuera su pequeño botín. Catalina y la madre de Leonor, Isabel, siempre acababan encontrándolos, pero raramente les reñían. Solo sonreían por verlos tan juntos.
Cuando la madre de Leonor murió, ella dejó de ir a jugar a palacio. No se reencontraron hasta años después, cuando ambos coincidieron paseando por el bosque. Al principio eran situaciones incómodas, pero con el tiempo, se hacían compañía el uno al otro. Incluso Fernando iba a buscar a Leonor en las noches de luna llena para pasear en la oscuridad del bosque.
Crecieron y pronto las expectativas sobre cada uno los devoraron. La vida social de la corte los empujó a participar en eventos de los que no querían ser parte. Fue más o menos entonces, cuando sus madres empezaron a organizar la competición para su hermano Alfonso, cuando Fernando se dio cuenta de que él no quería pasar por eso. Ya sabía con quien quería compartir el resto de su vida. Pero al parecer, esa no era excusa para tener que seguir asistiendo a aquellos malditos bailes con los demás jóvenes de la corte.
Durante uno de aquellos bailes, el príncipe invitó a Leonor, que siempre trataba de mantenerse al margen, a acompañarlo a la pista. Leonor lucía despeinada, con mechones de cabello cayendo sobre su rostro, escapando de un moño mal atado. A pesar de su apariencia desaliñada, o quizás por ello, Fernando se sintió aún más atraído por aquellos ojos ambarinos que le miraban con franqueza. Sin embargo, también se sintió afligido al darse cuenta de que ella no parecía interesada. Leonor lo rechazó con un gesto amable, pensando quizá que era una broma privada entre ellos. Fue un acto estúpido.
Alfonso no perdió la ocasión y se acercó con una sonrisa burlona adonde ellos se encontraban. Sus profundos ojos azules hubieran intimidado a cualquiera, pero no al príncipe.
—Vaya, Fernando, ¿intentando conquistar a la baja nobleza? —dijo Alfonso, con tono sarcástico—Pensé que tenías mejores gustos.—el grupo de cortesanos que le rodeaban estalló carcajadas.—¿Crees que alguien como ella es digna de la atención de un príncipe?
La burla en su voz y la mirada despectiva hacia Leonor no pasaron desapercibidas a Fernando, que vio cómo su amiga tensaba la mandíbula.
—No te atrevas a hablar así de ella.—espetó Fernando con rabia, enfrentándose a su hermano. Alfonso soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro.
—Vamos, hermanito, no te pongas sentimental. Solo es una chica más.
Quizá fuera una afrenta personal entre ellos, porque Leonor pareció sentirse realmente ofendida. Sin mediar palabra, dio media vuelta y se alejó rápidamente del salón.
Fernando apretó los puños con fuerza. Quería defender a Leonor, pero ir en contra de su hermano solo empeoraría las cosas. Cualquier intento de contradecirlo solo lo haría quedar en ridículo ante su grupo de aduladores. Y quizá tener un problema con sus madres.
Decidido a arreglar las cosas, los dejó allí, plantados, y se dirigió a buscar a su enamorada. No tardó en encontrarla, en una pequeña colina que el jardín hacía cerca del arroyo, sentada directamente sobre la hierba, sin importarle cómo afectaba eso a su vestido. Fernando la observó en la distancia. Parecía tan hermosa, tan inalcanzable.
Ella debió sentirse observada, porque giró su rostro con lentitud. El dolor impactó como una descarga en su pecho al ver sus ojos acuosos. Leonor estaba ciertamente dolida. El príncipe se acercó con cautela.
—Vete. Quiero estar sola.
—Leonor, yo solo...Siento lo que ha dicho mi hermano. Es un imbécil.
—No es solo lo que dijo. Es todo esto. Estoy cansada de sentirme fuera de lugar. Está claro que no pertenezco a este mundo —respondió, su voz temblando de emoción—. ¿Recuerdas nuestro plan de ser piratas, de huir a alta mar por el Puerto de Valermo?—Fernando asintió, con el pulso acelerado. No sabía que ella también lo recordaba.—Estaría bien empezar a cumplir ese sueño ahora, esta noche.—Leonor tomó sus manos entre las suyas. Era tan suave...—Huyamos.
Ahora, recordándolo, a veces piensa que podría haber dicho otra cosa. Podría haberle dicho que se fueran en ese mismo momento. Podría haberle dicho que se prometieran para que, al menos, les dejasen en paz un tiempo y huir. Huir lejos. Pero en ese momento, a Fernando le pudieron sus obligaciones.
—No es tan sencillo, Leonor.—Fernando se atrevió a acariciar su rostro, secando sus lágrimas con sus dedos
—No, Fernando. No puedo seguir aquí. Necesito alejarme de todo esto.—Leonor se levantó. La furia se subió a su cara. —Necesito alejarme de ti.
—Podemos pensarlo. Seguir aquí, un tiempo, hasta que hayamos esbozado un plan. Pero primero tendríamos que solucionar todo esto—dijo, desesperado.
—¿Todo esto? Todo esto es lo que me está matando. Cada segundo aquí siento que me ahogo. Se supone que eres mi amigo. Mi único amigo.—Las palabras golpearon al príncipe como una bofetada, aunque encajó bien el impacto.—Si no quieres huir conmigo, al menos déjame olvidarlo. Olvidarme de ti. De los pájaros que me has metido en la cabeza. De que algún día fuimos amigos.—Leonor negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas.— Tal vez Alfonso tenía razón sobre ti.
Fernando sintió que su corazón se rompía al escuchar sus palabras. Sabía que Leonor tenía razón en cuanto la corte la ahogaba, pero no podía soportar la idea de perderla. Sin embargo, tenía un plan.
—Está bien. ¿Quieres olvidar? Yo puedo solucionarlo.
Y Leonor olvidó. Vaya si olvidó. Olvidó hasta ese maldito momento en que él había decidido besarla. Y entonces, se rompió el maleficio.
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La Competición
FantasíaLas hermanas Mendoza son invitadas a la Corte Real de Lazonia para competir por la mano del príncipe Fernando. Isabel sueña con su propia historia de amor real mientras que Leonor, la rebelde de la familia, prefiere la libertad del bosque a las rígi...