El beso

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Decidida a encontrar respuestas, Leonor se dirigió al jardín, donde sabía que Fernando debía estar aún con los guardias, haciendo tiempo para que pudiesen terminar el ritual. 

Las palabras resonaron en su mente, llenándola de una mezcla de incredulidad y desasosiego. El amor era para ella una cosa de los cuentos que les contaban de niñas para someterlas. O a esa conclusión había llegado ella. Algo a lo que aspiraba la gente como Isabel, dispuesta a todo para conseguir su cuento de hadas. Desde luego, no algo hecho para Leonor, mucho menos algo que mereciera.

Se había hecho a la idea de que estaría siempre sola. Si acaso, viviría con su hermana, disfrutando de sus sobrinos. Sería esa tía que les llevaría a acampar al bosque para contarles historias de aventuras después de un largo día de corretear, jugar y luchar. Viviría una existencia tranquila, lejos de la corte. Pero feliz, sin duda, llena de libros, claramente. El amor no formaba parte de aquella ecuación.

La luz de la luna llena iluminaba el camino de grava, y el aire fresco de la noche le ayudó a despejar sus pensamientos. Encontró a Fernando en la colina en la que se había celebrado la prueba de tiro dos días atrás, solo, con las rodillas encogidas y la mirada perdida. Los guardias charlaban entre ellos a cierta distancia.

Leonor gritó su nombre, mientras se acercaba. El príncipe la saludó a lo lejos y le pidió que se sentase. Ella, por una vez, le hizo caso sin resistirse.

—Menos mal que has llegado. Creo que nuestra tapadera de amantes enamorados era un poco endeble.—Leonor golpeó ligeramente en el brazo al príncipe, quien aprovechó para pasar un brazo detrás de los hombros de ella y mantenerla en esa posición. Fue extrañamente agradable, para su sorpresa,.

—¿Sabes? —dijo Leonor, rompiendo el silencio—. Todo esto de la competición me parece una tontería.

Fernando retiró su brazo.

—No sabes nada. 

El príncipe volvió a mirar al frente, perdido en sus pensamientos. Leonor sintió una punzada de culpa. Se preguntó como podía ser tan estúpida

—¿Recuerdas que queríamos ser piratas?—preguntó, después de un momento.

—Me lo ha contado tu madre. Pero yo no lo recuerdo.

—Ya, ya me he imaginado que tampoco te acordabas de eso...Tú siempre has podido hacer lo que has querido, Leonor. Nadie esperaba de ti nada. Te podías permitir soñar. Pero yo, no. Yo siempre supe que no podría ser pirata. Por eso me encantaban esos juegos. Me encantabas tú.—Fernando la miró, quizá valorando la reacción de ella.—¿Sabes que es lo que más me atrae de ti?—Sus ojos oscuros brillaron un momento.—Tu libertad, tu capacidad para ser tú misma sin importar lo que piensen los demás.

Leonor sintió su corazón latir con fuerza. Las palabras de Fernando resonaban en su interior, sintiendo una conexión profunda con él. Se atrevió a tomar una de sus manos entre las suyas. Él no la rechazó.

—Puede que no recuerde lo de ser piratas. Pero yo también sueño con escapar —Sus dedos se entrelazaron con los de él. —Vivir una vida diferente, lejos de todas estas expectativas.

—Es agotador, ¿verdad? Fingir ser alguien que no eres solo para cumplir con lo que otros esperan.

Ambos se miraron en silencio, solo interrumpidos por la brisa que mecía los árboles. Leonor sentía que, de algún modo, estaban compartiendo más que palabras. Sentía despertar algo que siempre había estado allí, florecer dentro de ella, querer salir. Algo latiendo fuerte en su pecho. Su mente aún dando vueltas a la revelación de Isabel. Un beso de amor verdadero. Se dijo a sí misma que era por solucionar todo aquel enredo. Todo sería mejor así.

Y, recorriendo los escasos centímetros que los separaban, sus labios buscaron a los del príncipe.

Fue un beso...mágico. Leonor sintió un calor que se extendía desde su pecho hasta la punta de sus dedos. Se sentía plena, mareada. Como si aquello fuese lo que tenía que ser.

Fernando, por su parte, se permitió sentir algo más que sus obligaciones. Anhelante, rozó el labio inferior de ella entre sus dientes. Ella gimió ligeramente, cerrando los ojos, tratando de alargar el momento. Por desgracia, ese tipo de magia no tenía cabida aquella noche.

—Sabía que éramos nosotros—dijo Fernando, separándose lentamente con sus dedos todavía entrelazados. Pero su entusiasmo duró poco al ver el rostro confuso de Leonor.— ¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, estoy bien —asintió ella, tratando de sonar convincente—. Solo necesito un momento para procesar todo esto.

Leonor se incorporó, sintiendo una punzada de dolor en el pecho, como si algo dentro de ella se hubiera roto y vuelto a unir. Aunque estaba allí, con Fernando agarrando su mano, su cabeza se sentía lejos, vagando con rapidez de un pensamiento a otro. Tardó unos segundos en entender que eran recuerdos, recuerdos que se sucedían uno tras de otro, galopantes, en su cabeza. Recuerdos que había perdido, como el anhelo de huir de allí y ser pirata. 

Fernando se acercó un poco más, su preocupación evidente.

—Leonor, escucha. Creo que sé lo que te está pasando. Un beso puede ser un sello y romper...

—¿Y qué es lo que me está pasando, según tú?—recriminó Leonor, sus ojos llenos de desconfianza.

—Creo que estás empezando a recordar...cosas—terminó, con cautela.

—Sí, recuerdo lo enfadada que estaba contigo.

—Bastante enfadada. Pero no era conmigo. Estabas proyectando toda tu rabia contra mí. Injustamente, si me lo permites. Y me encanta tu rabia ¿eh? Me ex...encanta. Pero creo que ese día no estuviste nada acertada.—Leonor lo miró con recelo.—Te preguntarás por qué ...Creo que estás confusa ahora mismo. Pero tienes que confiar en mí—Leonor apartó la mirada, comprobando la confusión que sentía.

—No sé si puedo confiar en nadie ahora mismo —murmuró, más para sí misma que para el príncipe.—Creo que prefiero estar sola, de momento. Olvidarme de la competición.

Fernando asintió y, de un salto, se puso de pie. La luna llena iluminaba su silueta cuando regresó junto a los guardias, que debieron ver más de lo que a Leonor le hubiese gustado por sus reacciones. 

Ella, en el fondo, sonrió.



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