Celda

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Cuando Leonor despertó, todavía se encontraba en la celda. En el fondo de su ser, esperaba que todo hubiese sido un mal sueño. Temblaba de frío. Las paredes de piedra eran húmedas y el aire gélido se colaba por las rendijas, haciéndola estremecer. ¿Cómo había llegado a esta situación? 

Leonor recordaba uno y cada uno de los pasos que la habían llevado hasta aquí. Una niñata estúpida y descabezada, eso era. Y a eso le habían llevado sus decisiones. Al final estaba claro que Isabel había sido la más astuta de las dos. Más ahora, que estaba empezando a recordar. Y cuanto más recordaba, más confundida se sentía.

Desde el momento en que besó a Fernando, algo dentro de ella había cambiado.  Era como si el beso hubiera roto una barrera en su mente y dejase entrar poco a poco cosas que antes estaban ocultas para ella. Cosas que tenían un orden concreto que no era capaz de aclarar. 

Sus pensamientos volvían una y otra vez a eso beso que habían compartido. Un beso tan potente que era capaz de romper maldiciones. La intensidad de sus labios sobre los suyos, su humedad. Se tocó los labios en un acto reflejo. Había sido todo tan extraño. Era como si hubiesen tirado tanto de los extremos de un lazo que no se habían dado cuenta de que estaba ahí hasta que no pudieron tirar más. 

Unos pasos firmes interrumpieron sus pensamientos. Volvió a acurrucarse en un extremo de la celda, con los ojos cerrados. Con suerte, no serían los guardias.

Poco a poco, una voz familiar fue llamando su nombre. Al principio pensó que era su imaginación, un eco de sus propios deseos. Pero la voz persistía. Abrió los ojos lentamente, temerosa de que su cabeza le estuviese jugando una mala pasada. Pero no, ahí estaba él.

Fernando se acercó a la celda y volvió a llamar a Leonor por su nombre. Ella se acercó a él, que pasó una mano por los barrotes y tocó suavemente sus mejillas con un dedo. Su rostro estaba surcado por oscuras ojeras que le inspiraban un aire solemne, noble. 

—Fernando... —susurró Leonor, con lágrimas en los ojos. Quizá era una imagen febril. Una suerte de ángel hermoso que venía a llevarla al otro lado. 

—Leonor—dijo Fernando, su voz llena de emoción.—Lo siento.—Extendió la mano y acarició suavemente una lágrima que rodaba por su rostro. Parecía tan real...

Ella intentó decir algo, expresarse, pero él enredó uno de sus dedos entre sus mechones sueltos.

—Tranquila. Todo va a salir bien.—Le aseguró, mirándola a los ojos con una determinación que la hizo sentir un poco más segura.

Aunque aquello no fuese real, quizá si pudiera darle información.

—¿De qué se me acusa?

—No deberías preocuparte de eso. Tenemos...tenemos un plan. Deberías estar preocupada por salir de aquí.

Fernando se levantó y miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera guardias cerca. El pasillo estaba en silencio, y las sombras danzaban en las paredes de piedra, creando un ambiente inquietante. Cada segundo contaba, y no podían permitirse ningún error. 

Unos pasos acelerados se escucharon en la celda. Fernando fijó su vista en la puerta, lo que inquietó a Leonor, pero pronto la tensión de sus hombros se relajó. Isabel apareció, con el rostro lleno de preocupación. Sin perder tiempo, se acercó a la celda y sacó una llave de su bolsillo, y abrió la puerta de la celda. No pasó ni un segundo hasta que Leonor se vio envuelta por los brazos de su hermana, en un abrazo cálido y reconfortante. 

Empezaba a pensar que aquello fuese real.

—Isabel...

—Ya tendremos tiempo para hablar. Ahora, tenemos que salir de aquí.

Leonor asintió, aún temblando. Isabel la tomó de la mano y la ayudó a levantarse.

Fernando permaneció callado e impasible.  Miró por última vez a Leonor. Una mirada triste y cargada de significado. Pero asintió y desapareció. Se escabulló por el pasillo, dejando a las hermanas para que se encargaran de su escape.

—Creo que debería hablar con él.—Murmuró Leonor, más para sí misma que para los demás.

—No te preocupes por eso ahora. Lo importante es que estamos juntas y vamos a salir de aquí. Fernando y yo hemos preparado un plan. Confía en mí, todo va a salir bien —dijo Isabel, con determinación, mientras guiaba a su hermana hacia la salida secreta.

Leonor trató de acallar una carcajada. La felicidad de ver a su hermana se esfumó de golpe ante sus palabras. Su hermana siempre se salía con la suya. Encontrarse indefensa no era excusa suficiente para que tratase de aprovecharse de ella.

—¿De verdad esperas que confíe en ti? —espetó Leonor, su voz cargada de resentimiento

Isabel se quedó en silencio, su rostro reflejando el dolor de las palabras de su hermana. 

—Son tus planes los que nos han llevado a esta situación. ¿Como quieres que confíe en ti otra vez?—Leonor negó con la cabeza, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia.

Isabel tomó una profunda respiración, tratando de mantener la calma.

—Lo sé, Leonor. He cometido errores, pero ya tendremos tiempo de hablar de ello. Por favor, confía en mí esta vez. Te prometo que todo va a salir bien —dijo Isabel, con determinación, mientras guiaba a su hermana hacia la salida secreta.

Leonor la miró, sus ojos llenos de dudas, pero finalmente asintió, sabiendo que no tenían otra opción.

Sin perder más tiempo, comenzaron a subir escaleras arriba. A medida que avanzaban, Isabel le explicó a Leonor el plan de escape con voz baja pero firme. Le contó que había un pasillo secreto que daba al exterior del castillo, un pasillo que pocos conocían. Leonor sonrió nostálgica. Era otro de los recuerdos que habían vuelto: cómo solía usar ese mismo pasillo con Fernando para sus travesuras. Solían escabullirse por allí para evitar a los guardias y explorar los alrededores del castillo sin ser vistos. 

Las hermanas llegaron a una pequeña puerta oculta detrás de un tapiz. Isabel la abrió con cuidado y ambas salieron a un estrecho y húmedo pasillo. Pasillo al fina del cual se veía una luz. Libertad. Al fin. 

Pero al otro lado encontraron una cosa bien distinta. 

—¿Adónde creéis que vais? —preguntó la Reina Consorte, su voz firme y autoritaria.


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