Leonor no dejaba de dar vueltas sobre la cama, atormentada por el hecho de que Fernando se encontrase lejos del castillo. No por estar con Isabel, que le daba lo mismo, sino por no poder confrontarlo y hacerle todas las preguntas que tenía en la cabeza. Se sentía muy confusa.
Los recuerdos seguían llegando poco a poco, como si se tratase de un juego en el que cada pista conducía a la inmediata siguiente. No podía dejar de recordar a Fernando en todas las etapas de su vida. Había sido un gran amigo, la había intentado consolar cuando se murió su madre (de la forma que se consuelan los niños de cuatro años), la había defendido cuando el resto se metían con Isabel y ella en la corte...Incluso estaba empezando a recordar a Rebeca, la cual era inesperable de Alfonso. Este recuerdo en particular hizo que se marease un poco. No entendía como su hermana podía llevarse con alguien que fuese amiga de ese ser.
Una doncella, enviada por su padre, Don Rodrigo, entró a última hora de la tarde para ayudarla a vestirse. Leonor imaginaba que era en parte para presionarla para acudir a la cita en el gran Salón. Catalina había anunciado que hoy sería un gran día. Leonor se temía que fuese a ser, de nuevo, el centro de todas las miradas.
Con manos expertas, la mujer ajustó el corsé de terciopelo azul cielo, colocando con cuidado la falda de tela, que caía en cascada hacia el suelo, adornada con intrincados bordados florales. Luego, peinó sus rizos dorados, que recogió solo en parte con una peineta de perlas, de oro blanco, que parecía bastante antigua. Puso algo de rubor en sus mejillas y le esparció gotas de aceite de lavanda en el cuello y las muñecas. Leonor se colgó al cuello su propio medallón.
Se vio reflejada en el espejo y no se reconoció. Pronto, los guardias vinieron a por ella y la condujeron por los pasillos del palacio.
La cena de gala se celebraba en el gran salón del castillo. Cuando Leonor entró, no pudo más que volver a sorprenderse por el cielo abierto, ahora anaranjado, que dibujaba sombras a lo largo del comedor. La mesa estaba dispuesta de modo que todos los comensales estuviesen mirando al centro. En la mesa principal, decorada con hortensias, dos sillas con forma de trono reposaban. Leonor preguntó con la mirada al guardia y este la condujo hacia al lado de uno de ellos.
Más comensales se unieron a Leonor, inclusive su padre, Rodrigo, que se sentó a su lado, y su hermana Isabel, que se sentó a la diestra de Catalina. Esto empezaba a ser raro. Rebeca fue casi de las últimas en pasar, y no perdió la ocasión de agasajar a Leonor.
—¿Te han dicho alguna vez que hueles como las rosas en primavera? —ronroneó. La intensidad de su mirada sorprendió a la pequeña de las Mendoza, que sonrió tímidamente y respondió con modestia. Al otro lado de la mesa, Isabel apretó los puños.
—Cuidado, Leonor. No quiero que parezca que no sé cuidar de ti—ella se incorporó de golpe al escuchar esa voz grave que tan bien conocía.
—¿Qué hago aquí, a tu lado?
—El premio de la segunda prueba, ¿no lo recuerdas?—Leonor decidió ignorarle. Estaba claro que el príncipe empezaba a ser el nuevo Fernando, otra vez. Nada del niño que quería ser pirata.—Estás deslumbrante esta noche. Ese vestido te queda perfecto —dijo, con una sonrisa encantadora—casi como si estuviera hecho para ocultar tus verdaderas intenciones—susurró, más bajo, de forma que solo ella pudiese escucharlo. Un escalofrío la recorrió por dentro. Hubiese mentido si dijese que no fue agradable.
Los guardias anunciaron la presencia de la Reina Consorte, Catalina, quien disculpó de nuevo la ausencia de la Reina Madre y animó a todo el mundo a empezar a beber y comer.
La velada transcurría tranquila. El ambiente estaba cargado de risas suaves, impregnado de una sensación de celebración y camaradería que no parecía propia de una competición. Quizá porque sospechaban que estaba próxima a terminar sin haber acabado la semana.
Don Rodrigo parecía contagiarse por el ambiente y comentaba con su hija pequeña asuntos nimios, el sabor del vino, la comida. Fernando no le prestaba mucha atención, aunque a Leonor no se le pasó la velocidad con la que pedía nuevas jarras de vino especiado, una tras otra. No sabía ni como lograba mantenerse en pie.
Las sospechas sobre que la competición llegaba a su fin empezaron a acentuarse cuando Fernando golpeó una copa con un tenedor, llamando la atención de todos los presentes. Con un gesto torpe por el vino, se puso de pie sobre su silla, provocando miradas de sorpresa y escándalo, especialmente de Leonor. Con una sonrisa traviesa, alzó una copa, casi perdiendo el equilibrio y salpicando a la pequeña de las Mendoza con el líquido.
Sin inmutarse, Fernando declaró en voz alta:
—Gracias por venir, Don Rodrigo. Su presencia será necesaria esta noche—dijo Fernando, con una inclinación de cabeza.
Don Rodrigo devolvió el gesto. Fue necesaria la ayuda de dos guardias para mantenerle en pie. Leonor rezó porque aquello no la involucrase a ella.
—Es un placer tenerle hoy aquí, en esta velada tan especial. He tenido el honor de conocer más en profundidad a su hija en estos días y he llegado a admirar su valentía y su espíritu. Por eso, me gustaría pedir su mano en matrimonio.
La sorpresa y el murmullo de los invitados llenaron el aire, mientras todos esperaban la respuesta de Don Rodrigo. Leonor, sentada en su puesto de honor, sentía su corazón latir con fuerza, incapaz de creer lo que estaba ocurriendo. En el fondo, esperaba que su padre rechazase la propuesta. Casarse no estaba en sus planes, desde luego. Fernando la miró por última vez y derramando el vino por la mesa, giró la mano que sujetaba la copa hacia el otro lado, donde se encontraba Catalina. Se arrodilló, con ayuda de los guardias.
—Isabel.—¿Isabel?.—Nos conocemos desde pequeños. Siempre me he fijado en tu dulzura y encanto. Creo que no podría haber mejor elección que tú para entrar a formar parte de la corte. Si tu padre me da permiso, querría que fueses mi esposa.
Isabel no parecía sorprendida, pero su entusiasmo pareció de pronto fingido. Murmuró un sí y miró a su padre.
—Que así sea.—El padre de las Mendoza levantó su copa. Leonor se sintió temblar. Estaba segura que de haber estado de pie, se hubiese caído.—¡Vivan los novios!
—¡Vivan!
El público respondió con fervor. Leonor no sabía qué pensar de que sus plegarias hubiesen sido escuchadas.
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La Competición
FantasyLas hermanas Mendoza son invitadas a la Corte Real de Lazonia para competir por la mano del príncipe Fernando. Isabel sueña con su propia historia de amor real mientras que Leonor, la rebelde de la familia, prefiere la libertad del bosque a las rígi...