Plan de rescate

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Fernando no podía dejar de pensar en la detención de Leonor. La culpa lo consumía. Todo era su responsabilidad. Si hubiera sido más cuidadoso ocultando el tema de la poción. Pero, ¿cómo se habría dado nadie cuenta? 

Sabía que debían hacer todo lo posible para rescatar a su enamorada. Don Rodrigo se había quedado en la biblioteca, buscando algún tipo de solución. Y él sabía exactamente adónde tenía que ir. Solo con la ayuda de Isabel y Rebeca tenían una oportunidad real de rescatar a la pequeña de las Mendoza y poner en marcha su plan de escape. 

 Avanzaba con cautela por los pasillos oscuros del castillo. Las paredes de piedra, frías y robustas, reflejaban la luz tenue de las antorchas, creando sombras inquietantes que danzaban a su alrededor. Su mente volvía una y otra vez a la intensidad del beso que Leonor y él habían compartido. Un recuerdo inoportuno. El hilo invisible que le atraía a ella una y otra vez. Sabía que Leonor estaba todavía enfadada con él y temía que el beso, en lugar de acercarlos, pudiera haber reavivado viejas heridas. A pesar de todo, Fernando estaba decidido a demostrarle a Leonor que estaba dispuesto a luchar por su amor y a ganarse su confianza nuevamente. Ahora ya lo tenía claro. Aunque eso supusiese echarse atrás con el trato.

Cada paso resonaba en el silencio sepulcral. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia los aposentos de las hermanas Mendoza, consciente de que cada segundo contaba. La determinación de salvar a Leonor lo impulsaba a seguir adelante, a pesar de la incertidumbre constante.

No se molestó en llamar a la puerta cuando llegó. Error. Giró la manija y se encontró con una escena inesperada: Isabel y Rebeca estaban sentadas en la cama, compartiendo confidencias. Y todos sabemos qué quiere decir confidencias.

—Ejem.—Tosió Fernando.

Isabel se levantó de inmediato, cubriendo su cuerpo con la sábana. Rebeca, sin embargo, no tuvo ningún pudor en acercarse al príncipe, frente a frente, con su cabellera pelirroja cayendo sobre sus pechos. Descarada, desnuda. Una auténtica diosa.

—¿Vienes a unirte a nosotras?—dijo, con un guiño.

A Fernando se le escapó el color del rostro. A Isabel, al otro lado de la habitación, pareció pasarle lo mismo.

—Gracias por el ofrecimiento, Rebeca. Pero no hay tiempo para esto. —respondió educadamente, tratando de que no le temblase la voz.—Han encerrado a Leonor.

—¿Qué?.—Contestaron ambas mujeres al unísono.

—La acusan de traición. Por hacer trampas por en lo que ya sabéis. No sé qué podemos hacer. Pero pensé que si alguien podía solucionarlo eras... erais vosotras.

Isabel asintió, lista para actuar.

—Entonces, vamos a hacerlo. No hay tiempo que perder—Isabel se dirigió al armario y sacó un vestido sencillo violeta, tendiéndole otro a Rebeca de color azul.

Fernando asintió. Sabía que, con la ayuda de Isabel y Rebeca, tenían una oportunidad real de rescatar a Leonor y poner en marcha su plan de escape. El tiempo era crucial.

—Tenemos que ser rápidos —dijo Rebeca, ya vestida, con el ceño fruncido mientras esbozaba un mapa del castillo en un pergamino viejo—¿Hay alguna forma de salir del castillo sin ser vistos?

El príncipe se acercó al mapa, señalando un punto específico.

—Hay un pasillo secreto aquí. Pocos lo conocen, pero Leonor y yo solíamos usarlo para nuestras travesuras cuando éramos niños—una sonrisa nostálgica se le dibujó en el rostro casi sin querer.

—Fernandito, que nos conocemos. Ya tendrás tiempo de hablar de Leonor—respondió Isabel, con un tono de ligera burla

—Necesitamos crear una distracción para desviar la atención de los guardias. —comentó Fernando, mirando a ambas chicas con determinación.

Isabel asintió, cerrando el libro que tenía en las manos. La preocupación era evidente en su rostro mientras se desplomaba sobre la silla del escritorio.

—Rebeca y yo podemos fingir una discusión acalorada en el salón principal.

Rebeca, que estaba sentada en el borde de la cama, se levantó y se acercó a Isabel, colocando una mano en su hombro.

—Eso debería atraer a varios guardias y darnos el tiempo suficiente. 

—Mientras, yo me deslizaré a  la oficina del capitán de la guardia y buscaré las llaves—continuó Fernando—. Una vez que tenga las llaves, iré directamente a la celda de Leonor y la liberaré. Luego, nos dirigiremos al pasillo secreto y saldremos del castillo.

Isabel miró a Fernando con determinación y dijo:

—Quiero ser yo quien rescate a mi hermana.—Dijo Isabel— Tú deberías ir a asegurarte de que todo está en orden y que el pasillo secreto esté despejado. Conozco a Leonor mejor que nadie y sé que confiará en mí. Además, si algo sale mal, necesito que estés listo para intervenir y ayudarnos a escapar. Confío en ti para que te encargues de esa parte del plan.

Fernando asintió, comprendiendo la importancia de la petición de Isabel. Sabía que ella estaba dispuesta a arriesgarlo todo por su hermana.

—Bueno, parece que tenemos un plan. —Sonríe Rebeca—Ahora solo falta que no nos pillen... O si nos pillan, que sea una sorpresa agradable, como la de Fernando.—Se atrevió a acariciar su barba incipiente, lo que hizo que se ruborizase.

Con el plan trazado y sus roles definidos, todos procedieron a salir apresurados hacia sus cometidos. Isabel y Rebeca intercambiaron una mirada de complicidad antes de dirigirse al salón principal, listas para llevar a cabo su parte del plan.

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