11 de julio de 2010 11:50 AM

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Alina

Después del íntimo momento que compartí con mi prometido y futuro esposo, me quedé en la sala de las novias para ponerme el vestido. Tuve que llamar a Marissa para que me ayudara, y ella no tardó en llegar.

—No sé cómo aguantas todo esto, yo jamás querría una boda —mencionó mientras me ayudaba a ponerme el vestido.

Había elegido un exquisito vestido de novia que irradiaba una elegancia etérea. La falda, con sus dos capas de forro interior, se derramaba en cascada en un estilo de princesa. El color blanco puro del vestido irradiaba pureza, complementado por destellos de pedrerías brillantes de tono plateado que adornaban la parte superior. El escote en forma de corazón añadía un toque de romanticismo y delicadeza, mientras que la espalda en forma de V, adornada con un cierre invisible, aportaba un toque de modernidad y sofisticación al conjunto.

—He soñado con esto toda mi vida, crecí viendo películas en las que el final feliz termina con una boda —comenté con emoción.

—¿Sabes que existe el divorcio, verdad? Estoy seguro de que detrás de esas tantas películas cursis que has visto, más de una pareja debe haberse divorciado. Como La Sirena y el Príncipe Erick —respondió Marissa con un tono de sarcasmo.

—¿Estás loca? ¿Por qué dices eso? —me di la vuelta para encararla. ¿Cómo se atrevía a decir eso? Ellos eran mi pareja favorita de Disney.

—Es obvio, ni siquiera se conocían. Apenas estuvieron un día juntos, o creo que fueron dos días. Ya ni me acuerdo.

—No voy a discutir una excelente película contigo. Además, entre mi amorcito y yo, eso jamás va a pasar. No esperé tantos años por él para divorciarme. Lo único que quiero es que estemos juntos hasta que la muerte nos separe —afirmé con determinación.

Marissa parecía dispuesta a seguir discutiendo, pero alguien tocó la puerta, interrumpiendo nuestro intercambio. Dejó su tarea para acercarse y abrir la puerta. Esperaba que no fuera mi prometido molestando de nuevo, porque eso sí que me pondría furiosa.

Para mi alivio, en lugar de mi prometido, apareció un chico vestido con una camisa blanca, arremangada, y unos pantalones negros formales. Se notaba que no estaba completamente preparado para la boda, pero entendía por qué, aún faltaban un par de horas.

—¡Silas! —grité emocionada y me lancé a sus brazos. Al fin uno de los chicos había llegado, ya estaba empezando a preocuparme de que ninguno apareciera.

—¡¿Por qué llegas tan tarde?! ¡Pensé que no vendrías! —me explayé en mis muestras de alegría, aunque en el fondo estaba un poco molesta por su retraso. Escuché un carraspeo proveniente del otro lado de la habitación, recordándome la presencia de Marissa.

Me di cuenta de lo poco respetuosa que estaba siendo al abrazarlo con tanto cariño delante de su pareja. Traté de alejarme un poco, pero todavía estaba sonriente y emocionada.

—¿Cómo se me ocurriría faltar? Hace años que te prometí tocar el piano en tu boda. Y aquí estoy —respondió Silas, con una sonrisa radiante. Se giró hacia Marissa y le dio un beso corto en los labios.—¿Y Nathan? —le preguntó con curiosidad.

—Está con mi madre —respondió Marissa, y su ceño fruncido se relajó, probablemente satisfecha con el beso que recibió de Silas.

Silas se acomodó en una silla mientras yo terminaba de ajustarme el vestido. Me miré en el espejo y me sentí muy satisfecha; había seguido una dieta estricta durante tres meses y había ido al gimnasio religiosamente desde el día en que reservamos el lugar de la boda. Todo el esfuerzo había valido la pena.

—No puedo creer que hayas permitido que mi amorcito se emborrachara tanto como para meterse en una pelea —regañé a Silas a través del espejo.

—No puedo controlar lo que tu novio hace todo el tiempo —respondió Silas, mirándome a través del reflejo.

—Pudiste haber detenido la pelea.

—¿Estás loca? ¿Y perderme el espectáculo? Además, sabes cómo se pone cuando bebe, a veces puede ser muy impulsivo. Especialmente si mezclamos fútbol y alcohol.

—Pero nunca antes había sido violento con nadie —respondí.

Marissa estaba arreglando la cola de mi vestido y suspiró. —Ustedes, los hombres, son todos iguales. Debería haber sido lesbiana.

—Te juro que pensé lo mismo —dije. —Como sea, ¿qué estás haciendo aquí?

Silas se irguió. —Tu novio me mandó a ver que todo estuviera en orden, está preocupado de que estés tan estresada. Pero veo que todavía no te ha causado la caída del cabello por el estrés. Supongo que puedo retirarme con la conciencia tranquila y seguir viendo el partido.

—¡Pues dile a mi amorcito que más le vale taparse bien ese ojo, o no me casaré con él! —amenacé con firmeza a través del espejo, con un tono serio que reflejaba mi determinación.

Silas soltó una risa mientras se cubría la cara. —Haré lo que pueda, pero no prometo nada.

Antes de irse, no pudo resistir la tentación de robar una galleta del centro de mesa.

—Ay, estos tacones me están matando —se quejó Marissa mientras se dejaba caer en el sofá, mostrando su agotamiento.

Ahora solo nos quedaba esperar a que llegara mi estilista.

—Tú cállate, hoy es mi día y solo yo tengo derecho a quejarme.

—Te juro que la única razón por la que me casaría sería para sufrir tanto como tú lo hiciste conmigo —dijo Marissa con un toque de sarcasmo en su voz.

—Deberías decírselo a Silas —respondí mientras me acercaba para estirarme en el sofá a su lado, con cuidado para no arrugar mi vestido.

Marissa rodó los ojos con exageración. —Eso si lo entiendes, mi estimada hermana. —Se levantó del sofá con una sonrisa burlona y se dirigió hacia la ventana, observando el paisaje urbano que se extendía ante ella. Mientras tanto, yo me quedé allí, sumergida en mis pensamientos sobre el próximo gran paso en mi vida. La boda se acercaba, y con ella, un nuevo capítulo que estaba por comenzar.

Encuéntrame en el 2001 [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora