|Capítulo 25: El final del juego|

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Marissa

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Marissa

Nos devolvimos a las gradas, pero esta vez tuvimos que conformarnos con otros lugares, ya que los anteriores habían sido tomados. Mientras nos sentábamos, noté que Alina parecía algo abatida, con una tristeza que se reflejaba en sus ojos. Supuse que era por su amiga Gen; aunque desconocía los detalles de su pelea, la tensión entre ellas era evidente.

Por mi parte, la ansiedad me devoraba por dentro. Acababa de ver a Silas y apenas si pude dirigirle la palabra. Mi comportamiento me avergonzaba, porque normalmente no me comportaba así de insegura. Me sentía como una extraña en mi propia piel.

Al volver a enfocar mi atención en el juego, la sensación de nerviosismo regresó con fuerza. Ahora recordaba por qué evitaba ver deportes; me ponía increíblemente ansiosa, como si el resultado del partido dependiera de mi propia suerte.

—Van a ganar, lo sé —dijo Alina a mi lado, su voz llena de determinación, como si intentara convencerse a sí misma tanto como a mí.

Eso esperaba. Había escuchado que este año, como nunca antes, el equipo de la escuela había ganado todos los partidos de fútbol. Pero sabía que esta era una de las escuelas que más difícil se lo ponía; era de conocimiento público que nos habían ganado en la semifinal el año pasado.

En la pantalla, apenas enfocaban a Silas. De hecho, enfocaban más al otro equipo que al nuestro. Tenía sentido; al fin y al cabo, estábamos en su escuela, su territorio. Aun así, mis ojos eran capaces de distinguir a Silas desde lejos, incluso sin sus gafas. Su presencia en el campo era inconfundible para mí.

De repente, lo vi con la pelota, corriendo a toda velocidad, como si la vida le dependiera de ello. Su cuerpo parecía decidido a darle la pelota a Dorian, pero en un abrir y cerrar de ojos, alguien se le atravesó en el camino. Todo sucedió tan rápido que, antes de poder procesarlo, Silas salió rodando por el césped.

Me levanté de mi asiento, sorprendida y asustada, y varios a mi alrededor exclamaron un sonoro "¡Oh!". Las cámaras enfocaron a Silas, que yacía en el suelo de la cancha mientras varios de sus compañeros corrían hacia él con evidente preocupación.

El árbitro llegó trotando hasta su lado, su silbato colgando inerte del cuello, mientras yo miraba la pantalla con el corazón en la garganta.

—¿Qué le pasó? —pregunté horrorizada, mi voz apenas un susurro.

—Eso es una falta... —susurró Alina, igual de asustada que yo, con los ojos muy abiertos y las manos cubriéndose la boca.

La pantalla volvió a enfocarse en Silas, y entonces lo vi: su rodilla estaba sangrando a chorros. Era como si le hubieran cortado la pierna, y la vista de la sangre me dejó paralizada. Todo el estadio pareció contener la respiración, y yo sentí que el mundo entero se reducía a ese momento, a ese dolor tan evidente en la pantalla.

—¿Pero cómo es posible...? —murmuré, incapaz de entender cómo Silas podía haberse hecho tanto daño.

Kyle, con el rostro enrojecido de furia, empezó a discutir acaloradamente con el árbitro. No era el único; el resto de los amigos de Silas también se unieron a la protesta. Finalmente, el árbitro levantó la mano y mostró una tarjeta amarilla al chico que había hecho que Silas saliera rodando por la cancha.

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