Calabasas, California.
- 20 de noviembre de 1989Han pasado días, incluso semanas, desde la última vez que vi a los hermanos Menéndez. No fue fácil poner distancia, pero la necesitaba. Había algo en mi interior que me decía que, aunque estaba atrapada en una rutina diaria, necesitaba desconectar. La incertidumbre, la tensión que había estado acumulándose en el aire entre nosotros, había crecido tanto que, por un momento, creí que no sería capaz de soportarlo. Regresé a la casa de mi madre, quien, para mi sorpresa, no hizo preguntas.
Me miró fijamente cuando crucé la puerta, como si no pudiera creer que estuviera allí, y luego me abrazó. Fue un abrazo largo, cálido, el tipo de abrazo que no había sentido desde hace años. Ese abrazo que tiene el poder de sanar aunque sea por un segundo, aunque sea solo un respiro en medio de todo el caos. Sabía que ella también me había extrañado. No dijo nada; no intentó averiguar por qué me había alejado ni qué estaba ocurriendo. Solo me dejó estar. Y eso fue lo que más necesitaba: espacio.
Los primeros días intenté reconectarme con la rutina. Me obligué a aceptar esa normalidad que alguna vez conocí: despertarme temprano, desayunar con mi madre, mirar la televisión sin preocuparme de nada más. Era una vida sencilla, pero también hueca. Era como si una parte de mí hubiera quedado atrapada en otro lugar, con ellos. Como si hubiera dejado algo atrás sin saber realmente qué era. Me sentía incompleta. Mis pensamientos constantemente regresaban a Lyle y Erik, a todo lo que habíamos compartido, a las conversaciones que había tenido con ellos, a las risas y a los silencios. A veces me preguntaba si alguna vez volvería a verlos, si todo lo que había sucedido entre nosotros había sido solo un sueño o una ilusión. Pero la realidad era que no podía olvidarlos.
Lyle, sin embargo, no dejó de buscarme. Las llamadas comenzaron la misma noche que me fui. Al principio, las dejé sonar. Su insistencia era frustrante, pero también reconfortante. Al menos, sabía que no se habían olvidado de mí. Las primeras semanas, las llamadas eran constantes. Lyle siempre sabía qué decir para que me doliera ignorarlo: "Lía, por favor, contesta". "Necesitamos hablar contigo". "No podemos estar sin ti". Se notaba que algo estaba cambiando, que algo se estaba quebrando en su interior. Aunque no lo admitiera, sus palabras eran como un rayo de esperanza, de que, de alguna manera, aún quedaba algo de lo que éramos antes.
Intenté ignorarlo, pero no pude. Al final, respondí. Cedí. Fue inevitable.
Quedamos en que Lyle y Erik vendrían a hablar conmigo. Les puse una condición: solo podían venir cuando mi madre no estuviera en casa. No sabía qué iba a pasar, pero algo dentro de mí me decía que esta conversación cambiaría todo. La tensión en mi pecho no se aliviaba con las horas, y aunque trataba de enfocarme en algo más, esa conversación que estaba a punto de suceder pesaba sobre mí como una losa.
ESTÁS LEYENDO
Triángulo Silencioso
RomanceEs una historia centrada en una joven que ha sido amiga de los hermanos Menéndez desde la infancia. Es una amistad intensa y especial, llena de complicidad y secretos que solo ellos conocen. Los tres han crecido juntos en un ambiente de lujos y ex...