Capítulo 2: Noche de Adrenalina

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La noche era clara y serena, la luna iluminaba tenuemente el vecindario, proyectando sombras alargadas que parecían moverse en el silencio

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La noche era clara y serena, la luna iluminaba tenuemente el vecindario, proyectando sombras alargadas que parecían moverse en el silencio. En una vieja camioneta estacionada en un callejón, Lyle y Erik ultimaban detalles, sus susurros mezclándose con el suave sonido del viento.

—¿Seguro que no hay nadie? —preguntó Lyle, observando la casa con ojos calculadores, pero algo inquietos.

—Sí. Lo revisé bien, está vacía desde hace horas —respondió Erik con seguridad, ajustándose la gorra hacia adelante para cubrir mejor su rostro.

Ambos habían estado robando casas durante semanas, pero aquella noche era distinta. La razón: habían invitado a Lía. Después de su curiosidad insistente, Erik convenció a Lyle para que permitieran su compañía, pese a la clara reticencia de su hermano mayor.

Al llegar yo, una mezcla de nerviosismo y emoción me invadió, una sensación desconocida. Erik abrió la puerta trasera de la camioneta y me recibió con una sonrisa que intentaba transmitir seguridad.

—¿Lista para una noche inolvidable? —preguntó, ocultando su propio nerviosismo.

—No lo sé... esto parece demasiado arriesgado —dije entre risas nerviosas, sintiendo el calor en mis mejillas.

—Es que lo es —replicó Lyle, tratando de aligerar el ambiente, aunque su expresión no podía esconder cierta preocupación.

Nos acercamos a la casa y, al entrar, el silencio se hizo casi palpable. Una suave luz de luna se filtraba por las ventanas, bañando el lujoso interior de sombras espectrales.

—Recuerda, sin hacer ruido —me susurró Lyle antes de desaparecer hacia la cocina.

Observé el lugar, fascinada, hasta que recordé por qué estábamos allí. Me apresuré a seguir a Erik, quien ya estaba rebuscando en algunos cajones.

—¿Es esto lo que siempre hacen? —le pregunté en voz baja.

—Más o menos —respondió con una sonrisa confiada—. Y ahora eres parte de ello.

Lyle regresó al poco tiempo, más tranquilo, con un par de joyas en la mano.

—Ya tenemos suficiente. En cualquier momento alguien podría volver —advirtió, echando un rápido vistazo por la ventana.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Atraparnos no estaba en mis planes, pero la adrenalina era tan intensa que ahogaba el temor.

—Solo un par de minutos más —insistió Erik, con los ojos clavados en un último cajón.

Sentía que mi presencia allí era casi inútil, así que decidí revisar un estante cercano. Justo cuando abrí la mochila para guardar un par de objetos, el sonido de un motor rompiendo el silencio me hizo dar un brinco.

—¡Rápido! —grité en voz baja, agarrando a ambos de las manos y corriendo hacia la salida. Saltamos en la camioneta y, apenas cerramos las puertas, Lyle aceleró sin pensarlo dos veces.

—Carajo, pensé que nos iban a atrapar —exclamó Lyle, con una mezcla de risa y alivio, los ojos brillantes por la emoción del escape.

—Dios, casi me da un infarto —respondí, llevándome una mano al pecho—. Imbéciles, no vuelvo a acompañarlos en esto.

Ambos soltaron una carcajada y, poco a poco, me uní a la risa. El peso de la tensión empezaba a desvanecerse.

—¿No lo disfrutaste? —me provocó Erik, con una sonrisa traviesa.

Le respondí mostrándole el dedo medio, y eso solo lo hizo reír más.

—¿Iremos a su casa? Estoy agotada —dije, soltando un bostezo que evidenciaba el cansancio de la noche.

Erik y Lyle se intercambiaron una mirada antes de responder:

—¿Tan rápido ya tienes sueño? —se burló Lyle, dándome un leve empujón.

—Hey, no le quitaría ese puesto a Erik —respondí, dándole un golpe en el hombro a Lyle.

Erik fingió ofensa, arqueando las cejas.

—Tampoco eres tan mayor, Lía.

—Meses son meses, Erik. Acepta la realidad —dije riendo mientras me inclinaba para darle un beso en la mejilla.

Él se sonrojó levemente, y justo cuando estaba por decir algo, noté la mirada de Lyle sobre nosotros.

—¿Y yo? —dijo Lyle con un leve puchero, haciéndome sonreír.

Sin pensarlo demasiado, me incliné y le di un beso en la mejilla también, sintiendo que él retenía mi mano unos segundos más de lo necesario.

—¿Feliz? —dije burlona, tratando de romper la tensión.

—Más que feliz —murmuró Lyle, intercambiando una mirada rápida con Erik—. Erik, pon algo de música.

Erik encendió la radio, y la melodía de Blame It on the Rain llenó el auto. La reconocí de inmediato y, sin poder evitarlo, comencé a cantar en voz baja.

—And you feel like such a fooool —entoné, fingiendo un micrófono y pasándoselo a Erik, quien, entre risas, se unió.

—You let her walk away... —cantó él, aumentando la voz—. Now it just don't feel the same.

Lyle se unió, señalándonos con entusiasmo: —Gotta blame it on something—.

Entre risas y canciones, el camino de regreso se hizo corto. Al llegar a su casa, ellos insistieron en que me quedara.

—Vamos, Lía. Ha sido una gran noche. Mereces quedarte —dijo Erik, con una sonrisa de complicidad.

—Sí, haremos una pijamada y veremos películas —añadió Lyle, tomando mi mano para llevarme dentro.

Acepté, encantada. Pasamos el resto de la noche viendo películas, rodeados de palomitas y risas, hasta que el cansancio nos venció.

Erik fue el primero en quedarse dormido en el sofá, así que terminé con los dos en su habitación, compartiendo la misma cama. Erik se acurrucó detrás de mí, abrazándome por la cintura, mientras Lyle, aún despierto, acariciaba suavemente mi cabello. El ritmo de su mano me fue sumiendo en un sueño profundo.

Antes de que cerrara los ojos por completo, escuché a Lyle susurrar:

—Te amo mucho, Lía... descansa.

Sus palabras quedaron en el aire, y con un último beso en la frente, me entregué a un sueño profundo, sintiéndome segura, rodeada de aquellos que, sin saberlo, habían conquistado un pedazo de mi corazón.

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