Capítulo 31: Halloween

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                 Beverly Hills -  31 de octubre de 1989

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                 Beverly Hills - 31 de octubre de 1989

Erik Menéndez


Estaba en casa, tratando de mantener mi rutina de ejercicio mientras las noticias resonaban de fondo. Las voces hablaban de mis padres: teorías, conspiraciones, juicios de valor. Era como si el pasado nunca se callara, como si estuviera encadenado a un eco constante. Lyle y Lía habían salido a comprar dulces para los niños del vecindario. A ellos parecía importarles el espíritu de la festividad. Yo, por otro lado, no tenía ganas de nada. Me sentía atrapado en mi propia cabeza.

Bajé al suelo, intentando concentrarme en los abdominales, pero mi mente divagaba entre el pasado y el presente. Todo se mezclaba en un caos. ¿En qué número iba? No importaba. Dejé caer mi espalda contra el piso y, frustrado, grité:
—¡Carajo!

Me quedé mirando al techo por unos segundos, escuchando solo mi respiración acelerada. Sentía el peso de todo sobre mí, como una presión constante en el pecho. Por más que intentara pensar en otra cosa, en los últimos días con Lía, en el calor de su cuerpo junto al mío, la culpa siempre encontraba la manera de filtrarse. Era un enemigo implacable que nunca me dejaba en paz.

Me levanté y fui directo al baño. Necesitaba algo que apagara este sentimiento, aunque fuera por unos minutos. Dejé que el agua caliente cayera sobre mi piel, y antes de darme cuenta, estaba llorando otra vez. Llorar bajo la ducha se había vuelto parte de mi rutina. Nadie podía verme así, y yo tampoco quería verme.

¿Hasta cuándo podría seguir fingiendo? Había días buenos, claro, llenos de risas y momentos fugaces de felicidad. Pero eran como espejismos: hermosos mientras duraban, pero al final todo se desmoronaba. Estaba agotado. No solo físicamente, sino en mi alma. Me sentía roto.

Cuando el agua empezó a enfriarse, salí, me vestí con lo primero que encontré y bajé las escaleras. En la mesa de la cocina todavía estaba la comida china que había pedido antes. No tenía hambre, pero no quería enfrentarme a la soledad de la sala sin algo que hacer con las manos. Encendí la televisión y puse una comedia. Las risas enlatadas llenaban el vacío, pero no podían callar el ruido dentro de mi cabeza.

Comí despacio, casi mecánicamente, mientras miraba la pantalla sin realmente ver. En cuanto terminé, dejé el plato a un lado y me recosté en el sofá, buscando una siesta que me diera algo de paz. Pero la paz nunca llegó.

Las pesadillas volvieron. Gritos. Golpes. Sangre. Me desperté de golpe, jadeando y cubierto de sudor. Me pasé las manos por el rostro, intentando sacudir los restos del sueño, pero las imágenes seguían ahí, grabadas en mi mente como una película que no podía dejar de ver.

Me senté en el borde del sofá, mirando mis manos temblorosas. ¿Cuánto tiempo más podría seguir así? Sabía que Lyle y Lía regresarían pronto, pero no quería que me vieran en este estado. Me levanté y empecé a caminar por la sala, tratando de calmarme.

Triángulo Silencioso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora